Pongamos siempre el filtro del amor en nuestros ojos y en nuestro corazón
2Reyes, 17, 5-8.13-15.18; Sal. 59; Mt. 7, 1-5
‘¿Por qué te fijas en la mota que tiene tu hermano en el ojo y no reparas en la viga que llevas en el tuyo?’ Así de sencillo. Así de real. Cuanto, sin embargo, nos cuesta mirarnos a nosotros mismos y qué fáciles somos para mirar a los demás.
No nos gusta que nos juzguen y sin embargo juzgamos nosotros a los demás. No soportamos ni la más mínima palabra que puedan decir de nosotros, pero que fáciles somos para hablar y para juzgar a los demás. Si supiéramos mantener la boca cerrada, cuántas cosas nos evitaríamos; si fuéramos capaces de mirar tras un cristal que está limpio, qué distintas veríamos las cosas de los demás.
Hace unos días, en esas sentencias que nos ha dejado Jesús en el Sermón del monte, nos decía que ‘la lámpara del cuerpo es el ojo; si tu ojo está sano, tu cuerpo entero estará sano; si tu ojo está enfermo, tu cuerpo entero estará a oscuras; y si la luz que tienes está oscura, ¡cuánta será la oscuridad!’
No lo comentamos entonces centrándonos quizá en otros aspectos, pero cuando hoy nos habla Jesús de evitar los juicios que hagamos a los otros, quizá nos viene bien recordar estas palabras de Jesús escuchadas anteriormente. ¿Por qué nuestros juicios y condenas? ¿Querremos justificarnos quizá nosotros de las cosas que no hacemos bien? O será que el cristal a través del cual miramos a los demás está sucio y por eso lo que vemos es suciedad en los demás y en consecuencia vienen nuestros juicios y condenas…
Escuchaba una anécdota hace unos días de un matrimonio que se había mudado de casa y en el paso de los días la mujer de la casa (así me lo contaron) mirando a través de la ventana de su casa veía a su vecina tender la ropa que había lavado para que se secase. Y la buena señora comenzó a comentarle a su marido que la vecina no era muy limpia porque tendía la ropa llena de manchas y suciedades. Hasta que un día el marido abrió la ventana y le hizo ver a su mujer que si veía la ropa de la vecina sucia era porque los cristales de la ventana estaban sucios y llenos de manchones, con lo que lo que veía no eran los manchones de la ropa de la vecina sino los manchones de sus cristales sucios. Si hubiera mirado primero el cristal de su ventana no hubiera juzgado a su vecina. Cuánto de eso nos pasa.
‘Si tu ojo está enfermo, tu cuerpo entero estará enfermo’. Si hay maldad en tu corazón y no tienes bien ordenadas las cosas de tu espíritu no sabrás ver en los demás sino defectos y fallos que no son otros que los que tu mismo llevas en tu corazón. ‘No juzguéis y no os juzgarán’, nos dice Jesús hoy. No andemos con juicios hacia los otros sin mirarnos primero bien a nosotros mismos para ordenar primero nuestro corazón. ‘Sácate primero la viga de tu ojo, entonces verás claro y podrás sacar la mota del ojo de tu hermano’, si es que tuviera alguna mota.
Qué bien nos viene cerrar la boca; qué bien nos viene limpiar los cristales de nuestros ojos. Pongamos siempre solamente el filtro del amor en nuestros ojos y en nuestro corazón y aprenderemos a comprender, a perdonar, a disculpar, a mirar con mirada limpia, a ver con ojos buenos y positivos cuanto hagan los demás, a alejar de nosotros todo juicio o prejuicio, toda murmuración o toda crítica corrosiva, a poner el aceite del amor en los engranajes de nuestra relación con los demás. No chirriarían tanto las ruedas de nuestra vida. Podríamos tener paz y serenidad en nuestro corazón.
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