Sal. 30;
Mt. 10, 17-22
A primera vista podría parecer un contrasentido cuando
estamos viviendo las alegrías de las fiestas de la Navidad del Señor el que
dentro de toda la solemnidad de la Octava en el primer día que sigue a la
Navidad celebremos la fiesta de un martirio. Pero todo tiene su sentido y,
podríamos decir, que esta celebración del martirio de san Esteban no merma la
alegría de la solemnidad de la octava de la Navidad. Nos puede ayudar a
descubrir muchas cosas en torno a las exigencias de nuestro seguimiento de
Jesús.
Merece ocupar este primer lugar en las celebraciones
navideñas porque es el protomártir, el primer mártir que derramó su sangre en
el martirio por el nombre de Jesús. Uno de los siete diáconos escogidos en
aquella primera comunidad de Jerusalén,
hombres escogidos de buena reputación, llenos de Espíritu santo y sabiduría para
el servicio de la comunidad sobre todo en la atención a los huérfanos y a las
viudas; pronto impulsado por ese mismo Espíritu le veremos enfrentarse a todos
en el anuncio del Evangelio con gran espíritu de sabiduría, de manera que no
podían resistirle lo que le llevaría a ser conducido ante el Sanedrín y como
hemos escuchado hasta el martirio. Es el testimonio del amor el que nos ofrece
en el cumplimiento de la misión para la que había sido elegido, pero es el
testimonio que con su palabra y su vida dará hasta el límite glorioso del
martirio.
La fe que confesamos en ese Niño recién nacido que
contemplamos en Belén estos días tiene que llevarnos al testimonio valiente de
que sólo en Cristo alcanzamos la vida y la salvación. Testimonio con nuestra
palabra, y con nuestras obras. Ese niño que contemplamos en brazos de María o
recostado en el pesebre es el Hijo de Dios hecho hombre por nuestra salvación.
Es el Jesús, Mesías salvador y redentor a quien queremos seguir y de cuya
salvación queremos hacernos partícipes recibiendo su gracia salvadora. Es el
Jesús que veremos entregarse hasta el final en la prueba más sublime del amor
que es dar la vida por nosotros. Es el Jesús que nos anuncia el Reino de Dios y
que lo constituye con su sangre derramada en la Cruz. Es el Jesús por el que
estaríamos dispuestos a darlo todo, si fuera necesario también nuestra vida.
Es lo que nos está enseñando el martirio de san Esteban
en este primer día de Navidad. Queremos seguir a ese Jesús y de El recibimos
también la misión del servicio y del amor, la misión del anuncio del Evangelio
y del testimonio valiente con toda nuestra vida. Y sabemos que podríamos poner
en peligro nuestra vida porque por Jesús la podemos perder pero que eso será
ganarla realmente, como el mismo Jesús nos enseñará en el evangelio. ‘El que pierda su vida por mi la ganará para
la vida eterna’.
El testimonio del martirio de san Esteban nos está
recordando un camino que nosotros hemos de seguir, una entrega que hemos de
vivir en nuestra vida, un amor que tenemos que repartir, un mensaje que hemos
de trasmitir siendo anunciadores de evangelio, evangelizadores con nuestra
palabra y con el testimonio de nuestra vida.
Una tarea en la que no estamos solos, porque siempre
estaremos asistidos por la fuerza y la presencia del Espíritu Santo. Hoy el
texto sagrado nos lo repite continuamente. ‘Esteban,
lleno del Espíritu Santo…’ se nos dice. Y Jesús nos había prometido, como
escuchamos en el evangelio que ‘cuando os
arresten, no os preocupéis por lo que vais a decir o de cómo lo diréis… no
seréis vosotros los que habléis, sino el Espíritu de vuestro Padre hablará por
vosotros’.
No es contradictorio que celebramos esta fiesta en
medio de las celebraciones de navidad, porque nos está recordando ya desde el
primer momento que nos encontramos con Jesús cuál de de ser nuestra misión,
cuál nuestra tarea, y hasta donde ha de llevarnos el testimonio que demos por
Jesús.
No hay comentarios:
Publicar un comentario