1Jn. 2, 18-21;
Sal. 95;
Jn. 1, 1-18
‘La gracia y la verdad
vinieron por medio de Jesucristo. A Dios nadie lo ha visto jamás, el Hijo
único, que está en el seno del Padre, es quien lo ha dado a conocer’.
Maravilla del misterio de Dios que se nos revela.
Maravilla de evangelio, de Buena Noticia que recibimos en Jesús, por Jesús.
Podría parecernos que nos perdemos en la
inmensidad del misterio de Dios. Por nosotros mismos somos incapaces de
penetrar en ese misterio de Dios. Nos supera en su inmensidad y grandeza. Pero
se nos revela, se nos da a conocer.
Cuando nos falta la luz no podemos saber ni descubrir
que es lo que está detrás. Con la luz llega la revelación del misterio. Hoy nos
dice el inicio del evangelio de san Juan en esta página sublime y maravillosa
que la Palabra que está junto a Dios es Luz, y es Vida, y es Revelación, y se
convierte en gracia para nosotros. En el regalo del amor de Dios nos descubre
su misterio, su inmensidad. En Jesús se nos da a conocer a Dios, y podemos
amarle de un modo nuevo y llenarnos de su vida. Es Palabra creadora; es Palabra
de Vida; es Palabra que nos habla; es Palabra que nos llena de Luz. Es Dios
mismo que llega hasta nosotros para descubrirnos la verdad de Dios.
‘En la Palabra había
vida, y la vida era la luz de los hombres… la Palabra es la luz verdadera, que
alumbra a todo hombre…’
Y nosotros finalmente decimos es Jesús, es el Hijo de Dios hecho hombre, es
nuestro Redentor y nuestro Salvador.
Pero tendríamos que dejarnos iluminar por esa luz.
Diríamos que sería lo lógico cuando tanta hambre y sed de Dios hay en nuestro
corazón. Tendríamos que querer la luz para alcanzar la verdad. Tendríamos que
desearla para llenarnos de vida. Pero ‘vino a los suyos y los suyos no la
recibieron… al mundo vino y en el mundo estaba, el mundo se hizo por medio de
ella y el mundo no la conoció… la luz brilla en la tiniebla y la tiniebla no la
recibió’. Triste tragedia del ser humano que es nuestro pecado, nuestro rechazo
de la luz, nuestro olvido de Dios.
Tendríamos mucho que reflexionar. Todos estamos alegres
y dichosos en estos días de la navidad. Todo es fiesta y alegría por el
nacimiento de Jesús. Cantamos y nos alegramos y por unos momentos parece que en
verdad comienza a dar frutos en nosotros el nacimiento del Señor porque
deseamos cosas buenas, queremos hacer felices a los demás, porque al menos para
todos tenemos deseos de dicha y de felicidad. Y eso lo hacemos un año y otro.
Pero qué pronto olvidamos toda la alegría de la navidad
y qué rápido vuelven a aperecer las sombras de nuestros egoísmos e
insolidaridades, de nuestras violencias y nuestros orgullos. Teníamos la luz a
nuestra mano iluminando nuestra vida y pronto preferimos una vez más las
tinieblas y las sombras.
En los días previos a la navidad habíamos reflexionado
y nos habíamos dicho que queríamos que nuestra navidad fuera diferente y más
auténtica; que no nos pasara como en otras ocasiones que pronto olvidábamos el
mensaje de la navidad. Yo diría que estamos a tiempo. Sigamos haciendo que la
navidad sea auténtica, que sea alegría con la que cantamos en estos días sea
verdadera, porque nos empeñemos en vivir el mensaje de la navidad, en vivir en
esa luz que Jesús nos ha traido, esa vida nueva que nos ha regalado.
‘La gracia y la verdad
nos vinieron por medio de Jesucristo…’
Que en verdad vivamos esa gracia. Que en verdad nuestra vida a partir del
nacimiento de Jesús sea distinta, porque seamos más santos, porque pongamos más
amor en nuestra vida, porque repartamos entre los que nos rodean más luz con
nuestro amor.
No hay comentarios:
Publicar un comentario