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viernes, 25 de noviembre de 2011

Hagamos florecer los brotes de una primavera de amor porque Dios está con nosotros

Daniel, 7, 2-14;

Sal. Dn.3, 75-81;

Lc. 21, 29-33

El cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán’, afirma rotundamente Jesús. La Palabra del Señor es fiel, es fidelidad total. Nos podemos fiar. Nos tenemos que fiar.

Nos habla el Señor de su venida. Nos da señales. De eso nos ha venido hablando en estos días. Nos pone comparaciones para explicarnos la certeza con que hemos de aceptar su Palabra. Aún así dudamos. Nos cuesta entender. Nos cegamos y no vemos su presencia. Porque nos está hablando de su última venida, pero nos está hablando de cómo se está haciendo presente en medio de nosotros. Tenemos que abrir los ojos y el corazón para verle y para sentirle. Tiene que despertarse nuestra fe y nuestra esperanza. Pidámosle al Señor esa fe que necesitamos.

Nos dice que miremos la higuera o cualquier árbol. Cuando comienzan a echar brotes es que la primavera está cerca. Pues así nos dice está cerca el reino de Dios, está cerca el Señor. Miremos esos brotes de anuncio de primavera que hay a nuestro lado. Hay luces que brillan en la oscuridad, pero somos más fáciles a fijarnos en la oscuridad que descubrir esos destellos de luz que hay a nuestro lado. No todo es oscuridad, porque quizá donde menos lo pensamos está brotando una luz, hay alguien que quiere iluminar el corazón triste de los demás.

Me estaréis preguntando, cuáles son esos destellos. Pues miremos, seamos capaces de ver a personas que quieren vivir con rectitud su vida; personas que quieren ser buenas y se esfuerzan aunque les cueste; personas que quieren amar y se preocupan de ayudar a los demás; personas que a pesar de las negruras saben vivir felices y quieren contagiar esa felicidad a los demás; personas cuya presencia despierta ilusión y esperanza, ganas de vivir y alegría en el corazón. Repito, no todo es oscuridad; hay destellos de luz.

Como tantas veces hemos dicho, aprendamos a valorar a los demás, valorar las cosas positivas que las otras personas tienen. No vayamos nunca con prejuicios al encuentro del otro. Cuando con sinceridad y con un corazón limpio de mala intención nos acercamos a los otros podremos darnos cuenta, descubrir la bondad del corazón de las otras personas y podremos calibrar cuántas cosas buenas están haciendo aunque nadie se dé cuenta.

Son semillas del reino de Dios que esas personas viven y están queriendo sembrar también en nuestro mundo; son huellas de la presencia de Dios a nuestro lado que se nos manifiesta también en la bondad de esas personas. Son las semillas que nosotros también hemos de saber sembrar; son las señales que nosotros con nuestra vida, con nuestra bondad, con nuestras obras buenas vamos dando de Dios.

Que no será cuestión de cosas grandes y extraordinarias. Es cuestión de esas pequeñas cosas buenas que hacemos y que van haciendo que nuestro mundo sea mejor. No hace falta ir a lugares lejanos o buscar ocasiones extraordinarias. Es eso que vivimos cada día ahí donde estamos. Si logramos que las personas se quieran y acepten más, sepan perdonarse y comprenderse, sepan reír y alegrarse juntos, sepan compartir los pequeños momentos de cada día en una conversación sosegada, sepan tener más paz en su corazón que se traducirá en una convivencia mejor con los que están a su lado, estaremos haciendo presente a Dios y su Reino en medio de nosotros.

Cuando ponemos amor en el corazón las ocasiones de hacer el bien nos irán apareciendo casi espontáneamente. El amor siempre encontrará esas ocasiones de hacer el bien. Es por donde tenemos que empezar.

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