Dan. 5, 1-6.13-14.16-17.23-28;
Sal. Dan. 3, 62-67;
Lc. 21, 12-19
Casi en el pórtico del evangelio, allá en el sermón del monte, Jesús había proclamado ‘dichosos los perseguidos por hacer la voluntad de Dios, porque de ellos es el reino de los cielos. Dichosos seréis cuando os injurien y os persigan, y digan contra vosotros toda clase de calumnias por causa mía. Alegraos y regocijaos, porque será grande vuestra recompensa en los cielos….’
Seguir a Jesús es seguir su camino, ser como El. El camino de Jesús pasó por la cruz y la muerte. Bien lo vemos a través de todo el evangelio como tramaban contra El. El mensaje del Reino que Jesús nos anunciaba no era comprendido por todos; es más, muchos se iban a oponer. A Jesús lo llevaron a la cruz; y el discípulo no es mayor que su maestro.
No nos extraña, pues, este anuncio que Jesús nos hace hoy. Cuando nos está hablando en estos días de todo lo que está por suceder y nos invita a estar vigilantes ante la llegada del Señor a nuestra vida, nos anuncia también las dificultades que vamos a encontrar. ‘Os echarán mano, os perseguirán, entregándoos a los tribunales y a la cárcel… así tendréis ocasión de dar testimonio’. Ya en otro momento nos había prevenido diciéndonos que no tuviéramos miedo a quienes matan el cuerpo pero no pueden hacer más. Temamos más bien a los que puedan quitarnos la vida verdadera, porque nos aparten de los caminos de Dios.
Ahora nos dice que no nos preocupemos de preparar nuestra defensa. Tenemos un Defensor, que hablará por nosotros, que pondrá palabras en nuestros labios, pero fuego en el corazón para hacer arder nuestro mundo con la llama del amor. ‘Yo os daré palabras y sabiduría a las que no podrá hacer frente ni contradecir ningun adversario vuestro’, nos dice. Por eso hemos de dar testimonio del amor, de nuestro amor, con la entrega total aunque nos lleve a la muerte. El Espíritu de la verdad está con nosotros. Es nuestra fortaleza para que demos testimonio hasta el final. Los Hechos de los Apóstoles nos cuentan cómo salían los apóstoles contentos de la presencia del Sanedrín por tener la dicha de sufrir por la causa de Jesús.
Jesús está con nosotros. No nos faltará nunca su presencia, su gracia, su fuerza divina. Y si damos la cara por El, se pondrá de nuestra parte ante el Padre del cielo. ‘Si uno se pone de mi parte ante los hombres, también el Hijo del Hombre se pondrá de su parte ante los ángeles de Dios’.
Algunas veces nos llenamos de temor ante el sufrimiento, por las incomprensiones de los que están más cerca de nosotros y podríamos sentirnos un tanto desalentados. Haces el bien, te preocupas de los demás, luchas por ser bueno, quieres mantenerte fiel por encima de todo, y luego no te lo valoran, ni te comprenden. No buscamos recompensas ni reconocimientos humanos. Nuestro premio está en el Señor. Ya nos llamó dichosos por eso en las bienaventuranzas. Nuestro gozo, además de la satisfacción que sentimos en nuestro interior por lo bueno que hacemos, lo ponemos en el Señor.
Como nos termina diciendo Jesús, ‘con vuestra perseverancia salvaréis vuestras almas’. La perseverancia en el bien, en lo bueno que hacemos; la fidelidad hasta el final. Es el amor que no se consume sino que crece más y más y nos hace sentir el gozo de darnos y entregarnos.
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