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lunes, 21 de noviembre de 2011

La presentación de María señal clara de su consagración a Dios


Prov. 8, 22-31;

Sal. 44;

Lc. 2, 15-19

La presentación de María cuya memoria hoy celebramos no se nos refleja en ningun texto bíblico de los evangelios. Es algo de lo que se habla en los evangelios apócrifos, el protoevangelio de santiago, y luego trasmitido por la piedad popular y que se traduce en esta memoria litúrgica que hoy celebramos.

Es como un remedo, podríamos decir, o resonancia de la presentación de Jesús en el Templo que celebramos el dos de febrero, a los cuarenta días del nacimiento del Señor, en cumplimiento de la ley del Levítico, y que podría recordar en este caso el mandato del Levítico para que toda mujer que diera a luz una niña a los ochenta días se presentara en el lugar santo para purificarse.

Hablar, pues, de la presentación de María es como hablar de la mujer creyente que se ha consagrado al Señor para hacer que toda su vida sea siempre para la gloria del Señor. Es lo que contemplamos en María, la llena de gracia e inundada de la presencia del Señor, como le manifiesta el ángel de la anunciación. María es la mujer creyente dispuesta siempre para Dios; la mujer creyente del sí permanente para el Señor.

La liturgia bizantina en esta fiesta dice de María que es "la fuente perpetuamente manante del amor, el templo espiritual de la santa gloria de Cristo Nuestro Señor". Es lo que contemplamos en el corazón de María, siempre dispuesta al amor, al servicio, a la atención y a la acogida del otro; camina hasta la montaña para servir a su prima Isabel; atenta está en Caná para interceder ante el problema o la necesidad; orante está con la primera comunidad que se está constituyendo en la espera del Espíritu; será la que merecerá la alabanza del Señor llamándola dichosa por acoger y plantar como nadie la Palabra de Dios en su corazón. Es la mujer creyente, pues, modelo de todo creyente, dispuesta siempre para la gloria del Señor.

Esta memoria de la Virgen en su presentación o en su consagración a Dios, como queramos decir, es una fiesta litúrgica que celebran con especial amor quienes se han consagrado al Señor entregando toda su vida por el Reino de Dios. Los religiosos y religiosas que quieren unirse radicalmente al Señor en una fidelidad total para El en el cumplimiento de los consejos evangélicos de la pobreza, la castidad y la obediencia, en muchas congregaciones en este día hacen renovación de sus votos y de su consagración, a ejemplo e imitación de la Virgen.

Qué mejor modelo se puede tener de una consagración a Dios que como lo hizo María. Pero también qué madre intercesora más grande se puede tener que María, la madre del Señor, que es también nuestra madre. Todos tenemos que aprender de María; todos hemos de tener ese corazón abierto para Dios para que El sea en verdad el centro de toda nuestra vida.

De María tenemos que aprender a ser ese templo para Dios. Tenemos que aprender a gustar esa presencia de Dios en su corazón como ella lo hacía. Poseída por el Espíritu Santo estaba llena de Dios de tal manera que de ella naciera Dios hecho hombre. Así se convirtió en la Madre de Dios. Cómo se quedaba extasiada rumiando y meditando allá en lo más hondo de sí cuando llegaba a ella la Palabra de Dios. Meditaba y rumiaba las palabras del ángel que eran anuncio y mensaje de Dios, pero se quedaba también rumiando todo aquello que acontecía en torno a ella, porque todo era para ella una manifestación y una prueba del amor de Dios que en ella se derramaba. ‘Guardaba todo en su corazón’, que dice el evangelio.

A María tenemos que pedirle que nos alcance la gracia del Señor para vivir esa total purificación de nuestro corazón para que nunca el pecado lo mancille, nunca por el pecado nos apartemos de Dios. Que mane a través de ella, como decia la litrugia bizantina, todo el amor y la gracia de Dios sobre nosotros. Que nos alcance la gracia del cielo para ser ese templo santo de Dios, que para eso hemos sido consagrados nosotros desde el Bautismo. Que vivamos con gozo profundo esa presencia maravillosa de Dios en nosotros.

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