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jueves, 24 de noviembre de 2011

No nos quedamos sin aliento porque tenemos una esperanza


Daniel, 6, 11-27;

Sal.Dn. 3, 68-74;

Lc. 21, 20-28

San Pablo les habla a los cristianos de Tesalónica en referencia al hecho de la muerte que los hombres no pueden sufrir ante ella como los que no tienen esperanza. Nos dice que nosotros somos personas creyentes y en consecuencia llenos de esperanza, porque creemos en Jesús, muerto y resucitado, que es nuestra salvación.

Ya sea la muerte, o sean los problemas o los sufrimientos a los que tengamos que enfrentarnos, o ya sea también ante los acontecimientos que nos puedan suceder y que nos puedan hacer sufrir, nosotros los que que creemos en Jesús hemos de tener una forma distinta de enfrentarnos o vivir dichos acontecimientos.

Quien no ha iluminado su vida desde la fe y la esperanza cristiana ante tales hechos puede desesperarse, llenarse de miedo o de ansiedad o quizá sufrir de una manera estoica como si simplemente de un destino fatal e irremediable se tratara. La persona creyente no se sabe sola porque se apoya en el Señor desde su fe, y nosotros como cristianos dirigimos nuestra mirada a Cristo que es nuestra luz y nuestra salvación. Y contemplando a Cristo encontramos un sentido y un valor para cuanto nos sucede, lo podemos ver como una llamada del Señor o una venida del Señor a nuestra vida, y en El encontramos fuerza también para vivir esa situación; con Cristo a nuestro lado nunca perderemos la paz.

Creo que el evangelio que hoy nos propone la liturgia nos ayuda en estas reflexiones. Es Palabra del Señor para nosotros en quien siempre vamos a encontrar esa luz y esa paz que necesitamos. Como ya hemos dicho en estos días un poco se entremezclan diversas cosas, porque nos habla por una parte de la destrucción de la ciudad de Jerusalén, pero nos habla también de los últimos tiempos.

Momentos difíciles unos y otros, de incertidumbres y de miedos. ‘Los hombres quedarán sin aliento por el miedo y la ansiedad ante lo que se le viene encima al mundo’, dice Jesús. Una referencia a esos momentos de guerras o de catástrofes, como puede ser también una referencia a esas situaciones difíciles ante los problemas, ante una enfermedad o ante la propia muerte, ya sea nuestra muerte o la muerte de las personas cercanas a nosotros.

En una o en otra situación las palabras de Jesús nos están invitando a que vivamos con serenidad cualquier mala situación por la que hemos de pasar. Una invitación también a descu brir cómo el Señor llega a nosotros en esos momentos, y la presencia del Señor siempre es una presencia de gracia y una presencia que tiene que llenarnos de paz y vivirla con serenidad. Como nos dice Jesús ‘entonces verán al Hijo del Hombre venir en una nube con gran poder y gloria. Cuando empiece a suceder esto, levantaos, alzad la cabeza, se acerca vuestra liberación’.

Un lenguaje quizá muy apocalíptico pero en el que tenemos que descubrir esa presencia del Señor que llega a nosotros. Llega el Señor con gracia, con su salvación. Llega el Señor y siempre será una manifestación de amor. Por eso con confianza esperamos esa venida del Señor; con confianza pedimos nos conceda su paz, nos libre del mal, al traernos su salvación; con esperanza llena de gozo deseamos ese encuentro con el Señor porque es para dicha, para felicidad, para plenitud.

¿No es eso lo que pedimos en la oración de la liturgia de la Eucaristía? Recordemos esa oración como un embolismo al Padrenuestro donde manifestamos esa esperanza, ‘mientras esperamos la gloriosa venida de nuestro Salvador Jesucristo’. Que eso que expresamos en nuestra oración sea lo que en verdad vivamos en nuestra vida de cada día.

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