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lunes, 3 de octubre de 2011

Anda y haz tú lo mismo


Jonás, 1, 1-2, 1.11;

Sal.: Jon. 2;

Lc. 10, 25-37

Bien sabía aquel letrado lo que había que hacer. Era un letrado, un maestro de la ley cuya misión era precisamente enseñar. Sin embargo viene con preguntas elementales a Jesús. ‘¿Qué tengo que hacer para heredar la vida eterna?’ Y es que cuando no queremos comprometernos o nos quedamos en teorías las preguntas fluyen una tras otra, pero como queriendo rehuir el problema. Primero será lo que tiene que hacer para heredar la vida eterna, luego será quién es mi prójimo. Pero al final se vera comprometido seriamente con lo que le dice Jesús.

Primero porque Jesús le hace recordar simple y llanamente lo que está escrito en la ley. Y el letrado lo recitará al pie de la letra porque es algo que todo buen judío sabía bien de memoria. ‘Amarás al Señor con todo tu corazón y con toda tu alma y con todas tus fuerzas y con todo tu ser. Y al prójimo como a ti mismo’. Pero aún surgirá la pregunta ‘¿quién es mi prójimo?’

La parábola que nos propone Jesús, que todos bien conocemos, nos señalará de forma muy concreta quién es nuestro prójimo, dónde está nuestro prójimo. La cabeza se nos llena de teorías, de ideas, de cosas que hay que hacer, porque el mundo anda muy mal, porque aquí o allá hay hambre o hay guerras, porque la crisis no nos deja salir adelante, porque quienes tienen que resolver los problemas – siempre pensamos que es otro el que tiene que resolver el problema – no hacen nada.

Es cierto que hay problemas muy grandes que afectan a la humanidad y podemos hacer un listado grande de esas cosas terribles por las que están pasando tantos, pero pudiera ser que o gastemos todas nuestras energías en lamentarnos o hacer esos listados de problemas, o las veamos como cosas lejanas a nosotros, o nos superan por su inmensidad, o nos quedamos en verlas desde la distancia, porque pensamos que a nosotros no nos toca resolver esos problemas, que ya nosotros tenemos los nuestros.

Pero Jesús nos dice que prójimo es ese que está ahí cercano a nosotros, con el que nos tropezamos cada día, y al que algunas veces ni le ponemos rostro ni sabemos su nombre; o quizá pensamos que nosotros estamos para otras cosas mayores o de más importancia que detenernos a la vera del camino para ver a ese que está a nuestro lado y en el que quizá ni nos fijamos porque es tan poquita cosa.

Cuántas veces discriminamos y hacemos distinciones. Porque él está así porque quiere, porque si fuera otra persona ya sabría buscarle una solución a los problemas de su vida, porque… y buscamos tantas disculpas para aceptar a ese hermano en su realidad, en su pobreza concreta. No somos capaces de ver el dolor que pueda haber en el corazón de ese hermano a causa de la situación por la que está pasando.

El Sacerdote y el levita de la parábola pasaron de largo porque pensaban quizá que ellos no se podían detener allí junto a aquel pobre caido junto al camino porque ellos tenían otras cosas más importantes que hacer. ‘Al verlo, dio un rodeo y pasó de largo’. Mejor no complicarse ahora. Además, ¿quién podría ser aquel desconocido? Mejor quizá tomar otro camino para no verlo, para no enterarnos, para no tener que detenernos.

‘Pero un samaritano que iba de viaje, llegó donde estaba él y, al verlo, le dio lástima, se le acercó, le vendó las heridas… y lo llevó a la posada y lo cuidó…’ Iba de viaje, a sus negocios o sus ocupaciones. No era judío y por tanto el caído no era una persona conocida para él. Pero se le acercó, le vendó las heridas, lo cuidó en todo lo que hiciera falta.

Era su prójimo el que estaba allí caído. No pensó que otros podían ayudarle mejor y quizá podrían tener más obligación, sino que se detuvo y se le acercó. Cuánto necesitamos acercarnos, no dar rodeos, no quedarnos en la lejanía, palpar directamente no sólo con nuestras manos sino con nuestro corazón el dolor o la necesidad del hermano. No son teorías o palabras bonitas de lo que tenemos que hacer, sino que es la práctica concreta del bien que tenemos que hacer. Lo montó en su propia cabalgadura, o sea que lo metió en su casa, en su vida, en su corazón.

Cuánto tenemos que aprender. Escuchemos sencillamente la recomendación de Jesús a aquel letrado: ‘Vete y haz tú lo mismo’.

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