Sal. 79;
Filp. 4, 6-9;
Mt. 21, 33-43
‘Dijo Jesús a los sumos sacerdotes y a los ancianos del pueblo: Escuchad otra parábola…’ Hemos de reconocer que esta parábola que hoy Jesús nos propone nos resulta dura en su contenido. Es, podríamos decir, un camino de infidelidad y de muerte. Tiene incluso una resonancia pascual en el hijo que empujaron fuera de la viña y mataron.
Pero aún así tiene el hermoso trasfondo del amor que aquel propietario tenía a su viña y por la que tanto había hecho. Por eso la liturgia de la Iglesia nos la propone al mismo tiempo que en la primera lectura nos ha ofrecido el canto de amor del amigo a su viña que bien entendemos que es el canto de amor que Dios hace por su pueblo, el canto de amor de Dios por el hombre su criatura preferida.
‘Voy a cantar en nombre de mi amigo un canto de amor a su viña. Mi amigo tenía una viña en fértil collado. La entrecavó, la descantó, y plantó buenas cepas; construyó en medio una atalaya y cavo un lagar… ¿qué más podría hacer por mi viña que yo no lo haya hecho?... la viña del Señor de los ejércitos es la casa de Israel; son los hombres de Judá, su plantel preferido…’
La viña del Señor de los ejércitos somos nosotros el pueblo del Señor… su plantel preferido, los que somos los elegidos y amados del Señor. Nos lo tenemos que repetir. No nos podemos cansar de meditarlo, de rumiarlo en nuestro corazón. Lo hemos hecho muchas veces, hemos reflexionado mucho sobre el amor que Dios nos tiene, pero no siempre es lo suficiente.
Decíamos antes que era dura la parábola y que es un camino de infidelidad y de muerte. Es el camino de nuestras infidelidades, el camino de nuestras respuestas negativas; el camino tantas veces recorrido de nuestro olvido de Dios; el camino que queremos recorrer a nuestra manera porque en nuestro orgullo o autosuficiente no soportamos que nos señalen lo que tenemos que hacer; el camino lleno de debilidades, de abandonos, de cansancios, de rutinas que tantas veces hacemos y vivimos.
Pero como tantas veces hemos contemplado también está la llamada incansable que Dios una y otra vez nos hace; está el amor paciente de Dios que siempre espera que cambiemos y demos una buena respuesta. Aquel propietario envió una y otra vez a sus servidores a percibir los frutos de aquella herencia que había confiado a aquellos labradores.
Cuando hacemos una lectura de la parábola viendo en ella reflejada toda la historia del pueblo de Israel recordamos a los profetas y a tantos hombres de Dios que el Señor fue suscitando en la historia de su pueblo que les recordaban la Alianza y les invitaban una y otra vez a renovarla en fidelidad en sus corazones. Profetas rechazados, profetas no escuchados, profetas los que hacían oídos sordos en su infidelidad y su pecado. Por eso esas palabras duras del final de la parábola ‘hará morir de mala muerte a esps malvados y arrendará la viña a otros labradores que le entreguen los frutos a sus tiempos’ tenían que resonar fuertes en aquellos a los que Jesús directamente estaba dirigiendo la parábola.
Allí estaba aquel hijo rechazado, maltratado, arrojado fuera de la viña y que al final mataron. Hay un anuncio pascual porque Jesús está haciendo un anuncio de lo que iba a ser su muerte. Rechazado por los principales del pueblo moriría fuera de la ciudad en el horrible tormento de la cruz. Era la piedra rechazada pero convertida en piedra angular.
Cita Jesús el texto de la Escritura: ‘No lo habéis leido en la Escritura? La piedra que desecharon los arquitectos es ahora la piedra angular. Es el Señor quien lo ha hecho, ha sido un milagro patente’. No quisieron contar con Jesús pero Jesús es la piedra angular de la historia y del hombre. Jesús se convierte desde lo alto de la cruz en su muerte redentora en el eje y el centro de toda la humanidad. Es la piedra angular, es el centro y el fundamento del hombre y de la historia; es el sentido último de nuestra vida y de toda nuestra existencia.
Por eso la lectura que nosotros tenemos que hacer de la parábola no es sólo fijándonos en lo que Jesús quería decirle a su pueblo, sino en lo que Jesús quiere decirnos a nosotros. Ya dijimos, somos esa viña del Señor, ese plantel preferido del Señor. Queremos dar frutos. Queremos responder a tanta llamada de amor, a pesar también de nuestras debilidades y flaquezas. Queremos que en verdad sea la piedra angular de nuestra vida porque El es nuestra Salvación y lo es todo para nosotros.
Pero sí esta parábola puede ser una llamada de atención, un despertarnos de las modorras en las que podemos caer a veces. Una invitación a reconocer cuanto ha hecho y sigue haciendo el Señor por nosotros. ‘¿Qué más podría hacer por mi viña que yo no lo haya hecho?’ nos pregunta también a nosotros y cada uno miremos nuestra historia personal así como la historia de nuestro pueblo, de nuestra Iglesia, de nuestra comunidad y lo que también nosotros podríamos y tendríamos que hacer.
Y aquí podemos pensar en que somos trabajadores de esa viña del pueblo de Dios que el Señor ha puesto en nuestras manos. En esa Iglesia a la que pertenecemos, en esa comunidad en la que vivimos y alimentamos nuestra vida cristiana, ahí donde hacemos nuestra vida y convivimos diariamente tenemos una tarea que realizar, un testimonio que dar, una manera distinta de hacer las cosas en nombre de nuestra fe y de nuestro amor cristiano. En nuestra diócesis se nos está llamando a ser verdaderos discípulos pero también misioneros de nuestra fe en medio de nuestros hermanos y no podemos cerrar los ojos ni los oídos para desentendernos de esa tarea.
No podemos cruzarnos de brazos cuando tanto hay que hacer en nuestro mundo. No podemos encerrar el tesoro de la fe sólo para nosotros cuando el mundo que nos rodea necesita tanto de esa luz de la fe. No podemos desentendernos de los problemas de los demás cuando tanto sufrimiento hay a nuestro alrededor y es necesaria tanta solidaridad para mejorar la situación de todos pero también para hacer un mundo más humano y más fraterno.
Por eso esas palabras finales también son un toque de atención para nuestra vida. ‘Os digo que se os quitará a vosotros el reino de los cielos y se dará a un pueblo que produzca sus frutos’. Esa viña del Señor que es nuestro mundo necesita de nuestro amor, de nuestra solidaridad, de la luz de nuestra fe para que todos puedan vislumbrar que son amados del Señor.
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