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viernes, 24 de junio de 2011

Juan Bautista, su nacimiento un testimonio de luz para el mundo


Is. 49, 1-6;

Sal. 138;

Hechos, 18, 22-26;

Lc. 1, 57-66.80

En diversas ocasiones a través del año la liturgia nos presenta la figura de Juan Bautista. De forma intensa en el Adviento por cuanto fue el que venía a preparar los caminos del Señor y con la voz de los profetas y la voz y figura del Bautista nos preparamos nosotros entonces a la celebración del nacimiento del Señor. Pero en el entorno de las mismas fiestas navideñas seguirá apareciendo en la celebración del Bautismo del Señor e incluso al principio del tiempo Ordinario porque nos señalará al Cordero de Dios que quita el pecado del mundo, sobre el que él vió bajar al Espíritu en forma de paloma, escuchando también la voz del Padre del cielo.

Pero la celebración de este día tiene un especial significado y es celebrada con muchas muestras de alegría en medio del pueblo cristiano. Seis meses antes de la Navidad del Señor celebramos esta navidad, natividad del Bautista, como nueve meses después de la Inmaculada Concepción de María celebraremos su Natividad, la Natividad de María el 8 de setiembre.

La liturgia mantiene en sus fechas los ritmos naturales del ser humano, aunque no signifique eso que las fechas escogidas en la tradición de la Iglesia quiera decirnos que fue en esta fecha concreta cuando sucedieron los acontecimientos. Fechas que se fueron señalando en la medida que el sentido cristiano de la vida iba impregnando también la sociedad y aquellas fiestas paganas eran sustituidas por los misterios cristianos.

Hoy querrían algunos en nuestra sociedad secularizada hacer un camino inverso como si se quisiera volver a un neopaganismo, pero que los cristianos tenemos que saber conservar el sentido cristiano de nuestras celebraciones que también han influido en el caminar de la historia. Hay muchas cosas que tenemos que cuidar en nuestra sociedad y los signos y las fechas religiosas y cristianas no podemos dejar que nos las pisen o quieran anularlas.

Pero centrémonos en la festividad del nacimiento de san Juan Bautista que hoy estamos celebrando. Decíamos que tiene un especial significado. Muchas obras maravillosas realizó el Señor en torno a su nacimiento para señalarnos la misión profética especial, como precursor del Mesías, que tenía el hijo de Zacarías e Isabel. Si el profeta Isaías había dicho ‘el Señor me llamó en las entrañas maternas y pronunció mi nombre… y el Señor que desde el vientre me formó siervo suyo para que le trajese a Jacob, para que le reuniese a Israel…’ en Juan mucho más podemos ver ese designio de Dios en la misión que le encomendaría.

El ángel del Señor le había anunciado a Zacarías allá en el templo a la hora de la presentación de la ofrenda del incienso que ‘su mujer Isabel le daría un hijo al que llamaría Juan… será grande a los ojos del Señor… se llenará de Espíritu santo ya en el vientre materno y convertirá a muchos israelitas al Señor, su Dios, porque irá delante del Señor con el espíritu y el poder de Elías… te llenarás de alegría y muchos se alegrarán en su nacimiento’. Parece que se repitieran las palabras del profeta cumpliéndose en el nacimiento de Juan, y que había sido santificado en el seno de su madre con la presencia de María en la visita a su prima Isabel donde se nos habla de cómo la criatura saltaba en el seno materno al oir las palabras de María y sentir aquella especial presencia de Dios que se encarnaba en el seno de la Virgen.

Así fue la alegría en la montaña y en su nacimiento ‘cuando se enteraron los vecinos y familiares felicitaban a Isabel de que el Señor le había hecho gran misericordia’. Alegría que se ha desbordado por los siglos en que el pueblo cristiano sigue celebrando con gran regocijo el nacimiento del Bautista.

Creo que cuando en esta fiesta nos estamos haciendo esta reflexión meditando todos aquellos acontecimientos que rodearon el nacimiento del Bautista hemos de saber descubrir también la Palabra que el Señor tiene para nosotros y que hemos de saber escuchar en nuestro corazón y plantar en nuestra vida. No nos podemos quedar en alegrías externas ni en costumbres ancestrales que repitamos en este día luminoso.

Y digo día luminoso no sólo en el sentido material de la luminmosidad propia de estas días que son los más largos del año con mayor horas de sol, sino por la luz que el nacimiento del Bautista tiene que proyectar sobre nuestra vida para que sigamos los caminos de la salvación y de la paz que el Señor nos ofrece.

El profeta lo había anunciado como ‘la luz de las naciones para que la salvación alcance hasta el confin de la tierra’. Y Jesús diría de él que ‘él era la lámpara que ardía y brillaba’, por lo que ya el principio del evangelio de Juan nos habla de él diciendo que venía a dar testimonio de la luz. ‘Venía como testigo para dar testimonio de la luz, para que todos creyeran por medio de él. No era él la luz, sino el que daba testimonio de la luz’.

Recojamos, pues, ese testimonio; miremos hacia donde nos señala Juan para que vayamos siempre tras Jesús como aquellos primeros discípulos. A Juan no le importaba menguar con tal que creciera Jesús. Por eso claramente nos lo señalará: ‘He ahí el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo… He contemplado al Espíritu que bajaba del cielo como una paloma y se posó sobre El. Yo no lo conocía, pero el que me envió a bautizar con agua me dijo: Aquel sobre quien veas bajar el Espíritu y posarse sobre El, ése es el que bautiza con Espíritu Santo. Y yo lo he visto y he dado testimonio de que éste es el Hijo de Dios’.

Es el fruto que hemos de dar nosotros en esta fiesta que hoy estamos celebrando. Que con el testimonio de Juan crezca nuestra fe en Jesús. Pero tendríamos que decir más. Nosotros estamos llamados también a dar testimonio. Que por nuestro testimonio, el que demos con nuestras palabras y demos con nuestra vida, otros muchos también puedan ir tras Jesús, comiencen a conocer a Jesús y a seguir a Jesús. Es testimonio de luz que nosotros hemos de dar. Es anuncio del evangelio el que nosotros hemos de hacer.

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