Hechos, 6, 1-7;
Sal. 32;
Jn. 6, 16-21
Qué sensación de sosiego y de paz sentimos cuando en medio de un peligro, de un momento difícil o de oscuridad sentimos la voz amiga que nos dice ‘soy yo’. Una mano amiga que aprieta nuestro hombro, que se tiende amistosa a la que podemos agarrarnos con seguridad nos hace sentirnos fuertes, con paz, con tranquilidad y desaparecen miedos y preocupaciones. Necesitamos esa voz o esa mano amiga muchas veces en la vida, y todos tenemos experiencias en ese sentido. Como el niño que se siente seguro cuando se coge de la mano de su padre.
Algo así pudieron sentir los discípulos en aquella noche oscura en que iban atravesando el lago, Jesús no estaba con ellos, y tenían sus dificultades para avanzar porque ‘soplaba un viento fuerte y el lago se iba encrespando’. En la tarde anterior habían sucedido cosas hermosas, pero Jesús les habían mandado embarcarse para dirigirse a Cafarnaún y habían partido porque ‘Jesús no los había alcanzado’. Dice el evangelista, y es bien significativo, que ‘era noche cerrada’.
Ahora habían visto venir algo o alguien que caminaba sobre el agua ‘y se asustaron’. Como comentan los otros evangelistas pensaban que era un fantasma. Pero allí estaba la voz de Jesús. ‘Soy yo, no temáis’. Se sentían seguros. Allí estaba Jesús. Juan es muy escueto en este relato. San Mateo y san Marcos entran en más detalles.
¿Sería o no sería Jesús? Pedro se atreve a pedir pruebas. Quiere ir también andando sobre el agua hasta Jesús. Nos sucede a veces a nosotros también. Escuchamos esa voz amiga, sentimos esa mano amistosa y aún dudamos si será cierto, si nos podemos sentir seguros.
Y no es sólo en lo material o humano de nuestras relaciones personales sino en otros aspectos más profundos de la vida en que aunque decimos que tenemos fe parece que nos entra la desconfianza. ¿Me ayudará o no me ayudará el Señor? Pedimos al Señor en nuestra necesidad o en nuestros problemas ¿El Señor me escuchará?, pensamos tantas veces y parece que la oración no está hecha con tanta confianza.
Tendríamos que quizá recordar lo que Jesús nos dice tantas veces en el evangelio de la confianza con que hemos de orar al Señor. ‘Si pedís algo en mi nombre se os concederá’, le hemos escuchado decir. Y en el nombre del Señor queremos hacer nuestra oración.
En ese mismo lago un día Jesús le había dicho a Pedro que echara las redes. Pedro en principio desconfiaba porque había estado toda la noche bregando y no había cogido nada. Pero se fió del Señor. ‘En tu nombre echaré las redes’, y la pesca había sido tan grande que se rompían las redes y hubo necesidad de llamar a los compañeros de la otra barca.
Sepamos escuchar la voz del Señor que nos dice ‘soy yo’, y tengamos confianza. Muchas negruras podemos tener en la vida con los problemas que tenemos, con nuestras limitaciones y dolores, con lo difícil que se nos hace a veces la convivencia con los demás, con los contratiempos que surjen, pero tengamos la confianza y la seguridad de que el Señor no nos deja solos. El está a nuestro lado, nos da la fuerza y la gracia que necesitamos. Abramos los ojos de la fe para verle, descubrirle, sentirle. Con todo su amor y ternura, con toda la fuerza de su gracia que nos hace sentirnos en sosiego y paz.
‘No temáis…’ Con el Señor no cabe el temor. Con El todo es seguridad y paz por borrascosos que sean los mares de la vida. Pero nos sucede muchas veces que nuestros ojos se nos nublan, los problemas o los sufrimientos nos envuelven y enredan de tal manera que ya no somos capaces de oír su voz. No perdamos nunca la paz que el Señor quiere poner en nuestro corazón y podemos escucharle, y verle, agarrarnos de su mano para seguir a su paso el camino que nos señala.
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