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sábado, 22 de enero de 2011

Necesitamos voces proféticas que nos despierten para vivir el Reino de Dios hoy


Hebreos, 9, 2-3.11-14;

Sal. 46;

Mc. 3, 20-21

‘Vinieron a llevárselo,, porque decían que no estaba en sus cabales’. Mientras la gente se agolpa a la puerta de la casa de Jesús ‘que no los dejaban ni comer’, sus familiares quieren llevárselo, porque no terminan de entender lo que Jesús está haciendo.

‘Los fariseos se habían puesto a planear con los herodianos la forma de acabar con Jesús’ porque no entendían la manera de actuar de Jesús, que como decían ellos no respetaba el sábado. Antes los escribas dirán que es un blasfemo porque se atribuía el poder de Dios de perdonar pecados. Ahora será la familia también la que no entiende y quieren llevárselo a casa.

Algo nuevo estaba sucediendo con el anuncio del Reino de Dios que Jesús hacía y con su forma de actuar. Había pedido conversión, cambio del corazón para aceptar la Buena Noticia que anunciaba, pero a muchos les podía parecer que eran muchos los cambios. Sin embargo la gente sencilla descubre esas maravillas que Jesús hace y como decían en ocasiones ‘un gran profeta ha aparecido entre nosotros’. Pero eso sucede siempre que se plantean cosas nuevas. ‘Tú estás loco, no sabes lo que haces…’ frases así escuchamos muchas veces en gentes que quieren afirmarse en su inmovilismo frente a alquien que plantea cosas nuevas.

Y los profetas siempre encontraron oposición a sus mensajes denunciadores de una vida no concorde con lo que era la voluntad del Señor. Los santos que arriesgan todo por una radicalidad de vida conforme al Evangelio y según lo que sienten en su interior que les pide el Espíritu del Señor también han encontrado reacciones de ese tipo. Visionarios, radicales, ilusos son las cosas más suaves que escuchan cuando plantean la radicalidad del seguirmiento de Jesús.

Necesitamos profetas y santos en nuestro mundo de hoy que nos despierten porque algunas veces parece que andamos adormilados y tenemos el peligro de caer en una rutina que nos lleva a una tibieza de vida y que nos puede hacer caer en una muerte espiritual. Por otra parte tenemos el peligro de dejarnos envolver por esos contravalores que nos ofrece el mundo y como vemos que todos lo hacen así y pueden parecernos tan felices nosotros podemos caer también en esas redes.

Pero el Señor siempre nos ha enviado esos profetas de Dios en todos los tiempos para ayudarnos a despetar. En todos los momentos de la historia y cuando parecía que las cosas podían ser más difíciles para la iglesia o para el cristianismo siempre han surgido esos santos que como profetas nos han hecho mirar de frente al evangelio para que en verdad nos convirtamos a él.

Podríamos repasar la historia, aunque no es éste el momento más apropiado, pero recordamos a santos y santas como Teresa de Jesús, Juan de Dios, Ignacio de Loyola que en tiempos que no eran fáciles para la humanidad surgieron en la Iglesia. O pensemos en el siglo XIX que no fue un siglo fácil cuantos santos y cuantas congregaciones religiosas surgieron en la Iglesia para mantener esa voz profética que la iluminara con la luz de Dios. En nuestra cercanía tenemos a Santa Teresa Jornet con su congregación de las Hermanitas de los ancianos desamparados, por ejemplo. En nuestro tiempo también el Señor ha ido haciendo surgir esos santos con voz profética, pienso en Teresa de Calcuta, en Juan XXIII o en Juan Pablo II, a quien pronto veremos beatificado, que han ayudado a ese despertar de la Iglesia. Asi podríamos nombrar muchos más.

Que el Señor nos haga descubrir esos profetas de nuestro tiempo y escuchar su voz, aunque para algunos pueda parecer estentórea, que nos ayuden a mirar más de frente al evangelio y a meterlo en el corazón para hacer ese seguimiento vivo de Jesús. Y es que el mundo nos necesita a nosotros también para que con nuestra vida humilde y sencilla, pero iluminada por la luz de Jesús, llevemos también esa luz de Cristo que disipe tantas tinieblas.

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