Hebreos, 5, 1-10;
Sal. 109;
Mc. 2, 18-23
Cuando Jesús comenzó a anunciar la Buena Noticia del Reino de Dios invitaba a la gente a la conversión para creer en el Evangelio que proclamaba. Los signos acompañaban su predicación como un medio, podríamos decir, para acrecentar la fe en El y se fuera logrando esa transformación de los corazones.
Pero muchas veces tenemos como endurecido el corazón en las cosas que hacemos y nos cuesta aceptar lo nuevo que nos propone Jesús y aceptar que tenemos que cambiar nuestra mentalidad y nuestro corazón para llegar a comprender el sentido del Reino que Jesús nos anuncia.
Es lo que vemos que le va sucediendo a la gente cuando escucha a Jesús o cuando contemplar su nueva forma de actuar o la novedad del evangelio. La gente sencilla y humilde se entusiasma con Jesús y sus corazones se llenan de esperanza, pero hay gente, sin embargo, a los que les cuesta aceptar toda esa novedad del Evangelio de Jesús porque eso quizá les obligará a un cambio de actitudes y posturas, o a un cambio en la forma de vivir y de entender incluso la relación con Dios.
Por fijarnos en algunas de las cosas aparecidas en los textos del evangelio escuchados en los últimos días, primero fue el aceptar que Jesús tuviera poder para perdonar pecados y así mostrara su corazón misericordioso y compasivo para decirnos que así es el amor que Dios nos tiene.
Luego sería la llamada de Leví y el sentarse Jesús a la mesa con toda clase de gente, con publicanos y pecadores, porque como nos decía el médico es para los enfermos y no para los sanos y el ha venido no a llamar a los justos sino a los pecadores. Hoy es la cuestión del ayuno, que si los discipulos de Juan y de los fariseos ayunan y los discípulos de Jesús no lo hacen.
La respuesta de Jesús es contundente, porque si había dicho que El venía a buscar no a los justos sino a los pecadores, ahora les pone la imagen del novio y de la boda, que si los amigos están en el banquete de bodas no van a estar ayunando sino que estarán participando de la alegría del novio, de la alegría del banquete de bodas. La llegada del Reino de Dios, nos dirá en sus parábolas será como un banquete de bodas al que todos estamos invitados y en ese banquete tendrá que brillar la alegría, la comunión y la amistad y no tiene por qué estar cargada de tintes negros.
Pero Jesús nos dirá más. Habla del remiendo que no se puede poner con un paño nuevo en un paño viejo y ajado, ni de los odres viejos que no podrán contener la fuerza del vino nuevo. ¿Qué nos quiere decir Jesús? Recordemos lo que ya comentábamos de lo anunciado por Jesús. Para aceptar la buena nueva del Reino hay que convertirse de verdad, hay que darle la vuelta a la vida. No valen los apaños, los arreglitos, las componendas, sino que el corazón tenemos que hacerlo nuevo porque tenemos que ser hombres nuevos.
Y eso nos cuesta. Queremos nadar y guardar la ropa. Queremos nadar entre dos aguas. Y no quiero poner otras frases más fuertes. De ahí la tibieza con que andamos en la vida. ‘Porque no eres frío ni caliente, te vomitaré de mi boca’, escucharemos al ángel del Apocalipsis decir en nombre del Señor a una de las Iglesias de la antigüedad. Ya nos dirá Jesús que con Él o contra Él, porque ‘el que no recoge conmigo, desparrama’.
Eso nos va pidiendo más valentía y radicalidad a la hora del seguimiento de Jesús. Pero eso lo iremos logrando en la medida en que nos sintamos cogidos desde lo más hondo del corazón por el amor del Señor. Por eso es tan importante ese conocimiento que hemos de tener de Jesús cada vez más grande, ese crecimiento en el amor considerando en verdad cuánto es el amor que El nos tiene.
Pidámosle al Señor que nos conceda ese don de ser ese odre nuevo para ese vino nuevo que El nos ofrece en el Evangelio.
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