Hebreos 10, 32-36;
Sal. 1;
Mt. 10, 17-22
La celebración de los mártires siempre es un motivo de alegría y de aliento en nuestra esperanza para nuestro camino de fe, para el camino de la vida cristiana, que muchas veces no se nos hace fácil. El testimonio de su fortaleza, de su entrega, de su fe, de su amor hasta el final nos ayuda a nosotros a luchar también para mantenernos firmes en esa fe, fortalecidos en esa lucha de amor, alentados en esa superación que cada día queremos realizar en nuestra entrega y en nuestra vida cristiana.
Celebramos hoy a san Sebastián, un santo de gran devoción en el pueblo cristiana y al que tantas veces se le ha invocado como abogado celestial en momentos difíciles de epidemias y de pestes a través de la historia. Su imagen, con el cuerpo asaeteado por las flechas nos habla de su sufrimiento y enteresa en el martirio. Nacido en Milán había entrado al servicio del emperador en sus ejércitos quizá con el deseo de poder ayudar a los cristianos en las persecusiones que sufrían desde su posición privilegiada en los ejercitos. Pero prefirió, podíamos decir, la carrera del ejército celestial antes que el servicio ciego a los hombres que pudieran apartarle de su camino de rectitud y de fe. Así se enfrentó a todos prefiriendo la muerte antes que desertar del ejército de Jesús.
La Palabra del Señor escuchada en nuestra celebración nos ayuda a comprender el testimonio valiente hasta el martirio de su vida y nos ayuda en nuestras propias luchas de fidelidad y amor como cristianos. En el evangelio escuchamos el anuncio de Jesús. ‘Os entregarán a los tribunales… os harán comparecer ante gobernadores y reyes por mi causa; así daréis testimonio ante ellos y los gentiles…’
Ante ese anuncio de Jesús por una parte tenemos la promesa de la asistencia del Espíritu Santo que nos dará la fuerza necesaria. ‘No os preocupéis de lo que váis a decir o de cómo lo diréis… no seréis vosotros los que habléis, el Espíritu de vuestro Padre hablará por vosotros…’
Cuando leemos las actas de los mártires que nos narran su martirio uno se admira del valor con que actuaban, de las palabras valientes que pronunciaban, de la entereza con que reaccionaban ante los tormentos que sufrían. Así ha sucedido en los mártires de todos los tiempos. Tenemos que pensar en la fortaleza de la fe, en la fuerza del Espíritu del Señor, que Jesús nos prometió que no nos faltaría en esos momentos difíciles. Si con fe miramos nuestra propia vida quizá también nos podamos sentir admirados por reacciones valientes que hemos podido tener nosotros también en momentos difíciles. Con mirada de fe veamos esa asistencia del Espíritu del Señor.
Por otra parte nos alienta también lo que Jesús nos dice en las Bienaventuranzas cuando nos habla de que seremos felices y dichosos cuando seamos perseguidos, calumniados, o vejados por el nombre de Jesús. Y nos dice que nuestra recompensa será eterna, nuestra recompensa es el Reino de los cielos. ¿No merece, pues, con tal recompensa esa fortaleza con que hemos de manifestarnos en momentos así?
En la carta a los Hebreos que estos días hemos venido escuchando y hoy tambien de manera especial se nos ha proclamado se hace ya referencia a esos sufrimientos que están sufriendo los cristianos de aquellas primeras comunidades. Como nos dice hoy ‘pues compartísteis el sufrimiento de los encarcelados, aceptasteis con alegría que os confiscaran los bienes sabiendo que teníais bienes mejores y permanentes. No renunciéis, pues, a vuestra valentía que tendrá una gran recompensa…’
Es el aliento, como decíamos al principio, que recibimos del testimonio de los mártires. Que ellos intercedan por nosotros ante el Señor, que san Sebastián a quien hoy celebramos e invocamos, interceda por nosotros para que tengamos también esa valentía de la fe y también demos ese testimonio cristiano en medio de nuestro mundo. Nos costará, pero la recompensa que esperamos del Señor es grande, porque nos hará partícipes para siempre del Reino de los cielos.
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