El sábado para el hombre no el hombre para el sábado
Hebreos, 6, 10-20; Sal. 110; Mc. 2, 23-28
‘Oye, ¿Por qué hacen – tus discípulos – en sábado lo que no está permitido?’ Ahora son los fariseos. Ya sabemos era el partido de los observantes y estrictos cumplidores de la ley.
Atravesaban un sembrado y eso que se hace casi inconscientemente los discípulos cogían espigas que estrujaban en sus manos para comer sus granos. Pero era sábado y lo que hacían podía considerarse un trabajo. Estaba estrictamente tasado y determinado lo que se podía hacer y lo que no se podía hacer el sábado. Era el día del Señor y en consecuencia del descanso. Pero los fariseos lo llevaban en todo su rigor hasta límites en cierto modo incomprensibles. Eran esclavos del cumplimiento de la ley. ¿Era eso lo que en verdad quería el Señor?
Les recuerda Jesús hechos que la misma Escritura narraba como el caso de David con sus seguidores que comió de los panes presentados en la casa del Señor de los que sólo podían comer los sacerdotes. Por eso Jesús termina sentenciando: ‘El sábado se hizo para el hombre y no el hombre para el sábado’. Será un tema, el del sábado, que volveremos a encontrar en otras ocasiones a lo largo del evangelio.
Es cierto que era el día del Señor – para nosotros los cristianos bien sabemos que es el domingo, porque en el primer día de la semana resucitó el Señor – y el día del Señor dedicado al descanso es sobre todo para que lo dediquemos al culto al Señor. Pero es también la búsqueda del bien del hombre, de la persona. También en la norma legal que nos recoge la ley mosaica ya podríamos ver esa preocupación por el hombre, por el respeto a la persona y a su dignidad, que conllevaría ese descanso en su trabajo no sólo como una recuperación de fuerzas, sino también como motivo y tiempo para el encuentro y la relación con la familia y con las demás personas. Es buena, pues, esa legislación en cuanto que también busca el bien de la persona como se recoge en las leyes de todos los pueblos.
Pero nuestra relación con el Señor no la podemos tener simplemente desde una postura legalista como nos refleja la actitud de los fariseos. Tendrá que ser en verdad una ofrenda de amor que le queramos hacer al Señor con toda nuestra vida. De lo contrario, quedándonos sólo en el mero cumplimiento, perdería todo su sentido y valor. Es lo que nos quiere enseñar Jesús. Porque no podemos ser esclavos nunca de la norma o de la regla que tengamos, sino que con ello lo que buscaremos será el bien de la persona y en este caso del culto al Señor del que estamos hablando el poder hacer esa mejor ofrenda de amor.
Todo esto nos podría llevar a hacernos otras reflexiones. Una primera reflexión es sobre esas interpretaciones tan rigoristas o literales que muchas veces se hacen de las palabras de la Biblia sin saberle encontrar su verdadero sentido. Muchos leen textos del Antiguo Testamento en un sentido literal en sus interpretaciones sin pasarlos por el tamiz del Evangelio, de Jesús, del Nuevo Testamento. Olvidamos que será Jesús el que va a darle plenitud a toda esa ley y desde Jesús y su evangelio hemos de saberle dar la interpretación más correcta. Y será la Iglesia, en su sabiduría y con la asistencia del Espíritu, quien en verdad nos pueda ayudar. ‘Quien a vosotros escucha, a mi me escucha’, dijo Jesús a sus apóstoles. Podría llevarnos esto a una más extensa reflexión.
Por otra parte, como decíamos, para nosotros el día del Señor es el domingo, porque nosotros tenemos como centro de nuestra fe y en consencuencia de nuestra vida cristiana, la resurrección del Señor. Fue el primer día de la semana – en la ordenación de la semana de los pueblos antiguos, y este caso de los judíos era el sábado el día septimo, luego el día siguiente que para nosotros es el domingo es el día primero – en el que resucitó el Señor. Recordemos lo que hemos oído tantas veces de cómo las mujeres al amanecer de aquel primer día fueron muy temprano al sepulcro a embalsamar el cuerpo del Señor, pero encontraron la tumba abierta y que el Señor había resucitado.
La reflexión tendríamos que hacerla preguntándonos cómo vivimos nosotros el día del Señor. Es el día en que de manera especial los cristianos nos reunimos para celebrar la Eucaristía, y es también un día de descanso. Un día para el culto al Señor, en el que nos alimentamos de su Palabra y de su Eucaristía, pero un día propicio para ese encuentro familiar y para ese encuentro con los demás. Un día que tendríamos que vivir con una alegría prounda desde esa fe y desde ese encuentro con el Señor. Un día santo porque también queramos dedicarlo a los demás, a las obras del amor y de la misericordia. ¿Será así cómo lo celebramos y lo vivimos? Muchas cosas quizá tendríamos que revisar.
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