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jueves, 4 de noviembre de 2010

El orgullo de la fe y la alegría del perdón


Filp. 3, 3-8;
Sal. 104;
Lc. 15, 1-10


En dos pensamientos quiero resumir lo que nos ofrece la Palabra de Dios hoy: nuestra riqueza y nuestra gloria está en el Señor, y la alegría de la fe y de sentirnos amados por Dios.
Quiero subrayar por una parte el hermoso mensaje que nos ofrece Pablo en el texto hoy proclamado de la carta a los Filipenses. ‘Todo lo estimo pérdida, comparado con la excelencia del conocimiento de Cristo Jesús, mi Señor. Por El lo perdí todo, y todo lo estimo basura con tal de ganar a Cristo’.
Recuerda Pablo su condición de judío fiel y cumplidor en la ley del Señor, tal como era su vida antes de conocer a Cristo. Hace como una ficha de lo que era su vida y hasta de lo bien considerado que estaba como fariseo observante de la ley, irreprochable en su conducta, y hasta en cierto modo intransigente en su fe de manera que se había convertido en un perseguidor de la Iglesia de Cristo Jesús. Pero el Señor le había salido al paso y lo que hasta entonces era para él su gloria y su orgullo ahora lo considera como basura. Lo más importante que le ha sucedido en su vida fue conocer a Cristo, encontrarse con Cristo y esa es su gloria ahora considerando pérdida y basura todo lo otro.
El orgullo de la fe, y digo orgullo en un buen sentido. El gozo de creer y conocer a Cristo. El gozo y la gloria de ser cristiano por lo que tendríamos que ser capaces de darlo todo. Qué hermoso el testimonio de los mártires a través de todos los tiempos, pero que es el testimonio también de tantos y tantos cristianos que viven a tope su fe, su entrega, su amor y siguen hoy dando testimonio valiente de Jesús. Celebrábamos hace unos días la fiesta de Todos los Santos, pensando sí en los que en el cielo están cantando la gloria del Señor, pero pensando también en los que a nuestro lado viven santamente su fe, su vida, dando valiente testimonio de su condición de cristianos. Que sintamos en nuestro corazón también esas ansias.
Pero dijimos en principio también la alegría de la fe y de sentirnos amados del Señor. Y lo hago en referencia a lo escuchado en el evangelio.
Nos propone Lucas en este capítulo las parábolas de la misericordia. Hoy hemos escuchado la del buen pastor que busca a la oveja perdida, y la de la mujer que revuelve y rebusca por toda la casa hasta encontrar la moneda extraviada. Nos habla Jesús de esa búsqueda, y nos está hablando cómo Dios nos busca y nos llama cuando perdidos por nuestro pecado nos hemos alejado de El, pero nos habla también de la alegría por la oveja encontrada y la moneda hallada.
Nos dice Jesús: ‘Os digo que así habrá más alegría en el cielo por un solo pecador que se convierta que por noventa y nueve justos que no necesitan convertirse… os digo que la misma alegría habrá entre los ángeles de Dios por un solo pecador que se convierta’.
Nos habla de la alegría de Dios, de la alegría del cielo. Pero quiero pensar yo en nuestra alegría cuando hemos vuelto de nuevo al encuentro del Señor tras el arrepentimiento y el perdón.
Habría que destacarlo también. Habría que subrayarlo. Es la alegría que tenemos que sentir en nuestro corazón cuando nos acercamos arrepentidos al sacramento de la penitencia para pedir perdón por nuestros pecados y recibimos el perdón de Dios. No podemos salir del sacramento de cualquier manera. No sé si algunas veces nos parecemos a aquellos leprosos que Jesús curó en el camino, entre los que uno solo volvió dando saltos de alegría para dar gracias y alabar a Dios porque había sido curado.
Que sintamos y manifestemos esa alegría del perdón. Hacemos muchas veces demasiado individualista la recepción del sacramento de la Penitencia, como si fuera solo una cosa entre Dios y yo, y no llegamos a manifestar esa alegría por el amor y el perdón recibido, que también a gritos tendríamos que compartir con los demás hermanos. Estoy contento, estamos contentos porque el Señor me ha perdonado, tendríamos que decir, tendríamos que gritar a los demás para así con todos dar gracias al Señor.

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