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domingo, 31 de octubre de 2010

Zaqueo, un hombre que se dejó posesionar por Cristo


Sab. 11, 22-12,2;
Sal. 144;
2Ts. 1, 11-2,2;
Lc. 19, 1-10


¿Podremos decir al final de la celebración también ‘hoy ha llegado la salvación a esta casa, a nosotros’? Es que una primera cosa que hemos de tener en cuenta es que no somos meros espectadores de la Palabra que se nos proclama en la celebración. Es una Palabra que se mete en nosotros para hacernos actores de ese camino de salvación recibiendo y haciendo que actúe en nosotros esa gracia de Dios que nos transforma desde lo más hondo.
‘Entró Jesús en Jericó y atravesaba la ciudad. Un hombre llamado Zaqueo… trataba de distinguir quién era Jesús…’ Quería conocer a Jesús. Entre el alboroto de la gente, de los que salían al encuentro a la llegada de Jesús y de los que lo acompañaban no había manera de distinguir a Jesús. Eran muchas las cosas que concurrían. Estaba también su condición. ‘Era jefe de publicanos y rico’, por una parte que ya lo condicionaba en la consideración de sus vecinos. Y ‘era bajo de estatura’, por otro lado y seguro que con el desprecio de sus conciudadanos nadie le haría un hueco para que pudiera ver a Jesús. A los pequeños los suelen dejar poner delante, pero su pequeñez de estatura era otra.
Vayámonos poniendo nosotros en su situación. El tenía varias cosas en contra a pesar de sus deseos y de su curiosidad por ver y conocer a Jesús, aunque sólo fuera de lejos. ¿Eran sólo condicionamientos externos de las apreturas de la gente o de su baja estatura? Podemos pensar que era algo más. ‘Era jefe de publicanos y rico’, ya hemos dicho; su profesión de recaudador de impuestos no sólo le hacía despreciable ante de los judíos por su actitud de un colaboracionista sino porque eso además le daba ocasión para hacer sus manejos y enriquecerse a costa de los demás. Su baja estatura no era sólo lo físico sino la bajeza en que había vivido su vida. Luego lo reconocería.
Aunque quería conocer a Jesús pero seguía habiendo apegos en su corazón, actitudes negativas que eran impedimentos importantes, barreras que se interponían. ¿No nos pasará a nosotros de alguna manera de forma semejante? Decimos que somos creyentes y cristianos y que queremos también conocer a Jesús, pero cuántas barreras hay en nuestra vida. Porque también nos cuesta arrancarnos de muchos apegos del corazón.
Sin embargo Zaqueo dio un paso importante. Ahora sí. Sin importarle respetos humanos se fue más adelante en el camino ‘y se subió a una higuera para verlo, porque Jesús tenía que pasar por allí’. ¿Qué seremos capaces nosotros de hacer con toda sinceridad para conocer a Jesús? ¿Nos podrán quizá los respetos humanos para decir que creemos en El y somos cristianos? Como se dice ahora ¿manifestarnos por Jesús será algo políticamente incorrecto? Así andamos hoy en la sociedad en la que vivimos. ¿Agradará o no agradará a los que nos rodean lo que nosotros hagamos manifestándonos como creyentes y, por ejemplo, defensores de la vida?
Lo que no esperaba Zaqueo era que Jesús se iba a detener justo frente a la higuera en la que estaba subido, y le iba a mirar, y le iba a hablar, y se iba a auto-invitar a su casa. ‘Zaqueo, baja enseguida, porque hoy tengo que hospedarme en tu casa’. No salía de su asombro. Allí estaba Jesús a quien El quería conocer, pero Jesús quería ir a alojarse a su casa, la casa de un pecador.
Pero Jesús es el pastor que busca la oveja perdida, o es el rostro de ese Padre misericordioso que corre al encuentro de hijo que vuelve después de haberse marchado de casa. Jesús es el que se goza con los humildes porque para ellos es la salvación. Es el que ‘se compadece de todos y cierra los ojos a los pecados de los hombre para que se arrepientan’, como había anunciado el libro de la Sabiduría. ‘A todos perdonas, Señor, amigo de la vida’.
Zaqueo había ya dado un paso de humildad en su deseo de conocer a Jesús, y fue ese paso el que le abrió las puertas a ese camino de conversión y salvación. Se había subido a la higuera en su deseo de conocer a Jesús. ¿Qué pasos estaríamos nosotros dispuestos a dar? Recorramos caminos de humildad y de reconocimiento de nuestra pequeñez, de nuestra pobreza a pesar de que nos creamos ricos en otras cosas para ir hacia Jesús, que, estemos seguros, El nos saldrá al encuentro y querrá también venir a hospedarse en nuestra casa, en nuestro corazón y nuestra vida.
‘Zaqueo bajó enseguida y lo recibió muy contento en su casa’. No esperó para después cuando pasara aquel barullo. No importaba que los demás murmuran porque Jesús había ido a su casa. El estaba lleno de alegría. Algo nuevo podía suceder. Aquella mirada de Jesús, aquel detenerse para llamarlo por su nombre fue algo que le llegó muy dentro. La gracia del Señor cuando nos abrimos a ella nos llega también muy dentro. Zaqueo cambió totalmente. ‘La mitad de mis bienes, Señor, se la doy a los pobres; y si de alguno me he aprovechado, le restituiré cuatro veces más’.
Ya Zaqueo comenzaba a ver la vida con otra mirada. La mirada de Jesús había transformado su mirada, sus actitudes, todo lo que hacía, todo lo que era su vida. Si antes sólo había pensado en sí mismo, en sus ganancias y en sus riquezas fuera como fuera la manera de adquirirlas, ahora ya todo sería distinto. Comenzaba a mirar todo de otro manera y comenzaba a compartir. ‘La mitad de mis bienes’ para los pobres. Pero era también un actuar en justicia, pero una justicia llena también de generosidad y desprendimiento. ‘Le restituiré,,,’ No era sólo devolver en justicia de lo que se había apoderado, sino ‘cuatro veces más’. Zaqueo se dejó posesionar por el Señor.
‘Hoy ha llegado la salvación a esta casa, porque también éste es hijo de Abrahán’. Con Jesús llegó la vida y la salvación. ‘El Hijo del Hombre ha venido a buscar y a salvar lo que estaba perdido’. El pastor que busca la oveja perdida, la mujer que barre la casa para encontrar la moneda preciosa que se había extraviado, el padre que corre al encuentro del hijo perdido que vuelve y para el que celebra una fiesta y un banquete. Ya lo había ido enseñando Jesús en el evangelio.
Pero sigamos nosotros estando en ese lugar. También a nosotros Jesús nos ha dirigido su mirada, nos llama por nuestro nombre y se invita a venir a nuestra casa y a nuestra vida. Aquí ahora, en presencia del Señor, que es lo que nosotros vamos a decir, que es lo que vamos a hacer con nuestra vida. Eso ya no depende de lo que yo te diga o te haga reflexionar, sino de lo que tú sientas en tu interior dejando que llegue a lo más hondo de ti esa mirada de Jesús.
Que tu mirada sobre tu vida, sobre la vida, sobre las cosas, sobre tus comportamientos y tu trato y relación con los demás, sobre todo lo que es tu realidad y lo que te rodea, sea ya una mirada distinta; unas actitudes nuevas tienen que brotar; unos compromisos serios y generosos tienen que surgir dentro de nosotros; unas decisiones importantes tenemos que tomar en la presencia del Señor.
Que podamos decir también al final: hoy ha llegado la salvación a mi vida porque como Zaqueo me he encontrado frente a frente con el Señor y El ha tomado posesión de mi vida.

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