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miércoles, 3 de noviembre de 2010

Mucha gente acompañaba a Jesús

Filp. 2, 12-18;
Sal. 26;
Lc. 14, 25-33

‘Mucha gente acompañaba a Jesús’,
dice sencillamente el evangelista. Pero Jesús se vuelve hacia ellos para hacerles un planteamiento serio de lo que significaba ir con El.
¿Por qué seguían a Jesús? Muchos podían ser los motivos. ¿Eran sus discípulos, o lo seguían, por sus milagros y por eso se entusiasmaban? Ya nos habla de la admiración que producían sus milagros en la gente. Jesús después de la multiplicación de los panes, primero cuando quisieron hacerlo rey, él desapareció en la montaña; y a la mañana siguiente en Cafarnaún les dice que le buscan porque habían comido pan hasta saciarse allá en el desierto.
¿Le siguen porque se sienten cautivados por sus palabras y enseñanzas? Repetidas veces el evangelio habla de la admiración por la manera de enseñar que tiene Jesús con autoridad, y es cierto también que es admirable su enseñanza y su forma de trasmitirla con los ejemplos y parábolas para que todos entiendan. Pero, ¿se quedarían sólo en eso?
Otros quizá verían renacer sus esperanzas de una pronta liberación de Israel conforme al pensamiento que tenían entonces de lo que sería el Mesías prometido y esperado. Todavía los mismos apóstoles poco antes de la ascensión están preguntando si ya era la hora de la futura liberación de Israel.
Pero, bueno, y nosotros ¿por qué le seguimos y nos llamamos cristianos? ¿Simplemente porque todos en nuestro entorno dicen que lo son y no estaría bien visto no serlo? ¿Quizá porque estamos bautizados desde chicos? ¿O podría ser porque vemos ahí una forma de expresar nuestros más elementales sentimientos religiosos? ¿o como dicen algunos es que en algo hay que creer? Bueno, no lo veamos todo negativo y quizá tengamos razones más profundas para serlo.
Pero Jesús es tajante en sus planteamientos, como escuchamos hoy en el evangelio. No podemos tener un amor a nada ni a nadie que esté por encima del amor que le tengamos a El. Un amor primero y preferencial. ‘Si alguno se viene conmigo y no pospone a su padre o a su madre, y a su mujer y a sus hijos, y a sus hermanos y a sus hermanas, e incluso a sí mismo, no puede ser discípulo mío’. Y añadirá que es necesario tomar la cruz para ir detrás de El, porque de lo contrario ‘no puede ser discípulo mío’.
Es serio. Es tajante. Cristo tiene que ser el único centro de nuestra vida. Con El no caben las medias tintas ni los medios tonos. O somos cristianos, seguidores de Jesús o no lo somos. Y ser seguidor de Jesús entraña esa radicalidad. Todo tiene que ser mirado y vivido según la mirada y el sentido de Cristo. Cristo será el único sentido de nuestra vida, de lo que hacemos y de lo que decimos, de nuestro actuar y de nuestras actitudes profundas. Su evangelio tiene que estar plantado totalmente en nuestra vida y entonces nuestra vida y nuestro actuar será siempre conforme a lo que Jesús nos dice y enseña. Y eso ha de hacer que cada día me vaya purificando más de mi mismo también.
Nos propone dos parábolas: la del constructor que va a edificar una torre o la del rey que va a entablar batalla con su rival. Han de sentarse antes a ver si pueden hacerlo, si tienen lo necesario, si es capaz de con lo que tiene vencer a su enemigo. Tienen que pararse a hacer los cálculos, dice Jesús.
Nos sucede en nuestra vida cristiana, que quizá no siempre nos hemos parado lo suficiente para saber bien lo que significa seguir a Jesús, los planteamientos que nos hace el evangelio y simplemente nos contentamos con hacer lo que todo el mundo hacer sin ninguna planteamiento más profundo. Y saldrá entonces una vida cristiana floja y poco comprometida; surgirá una vida fría y rutinaria en que nos contentamos con decir esto es que siempre se ha hecho así, pero sin preguntarnos si es eso realmente lo que nos enseña el evangelio. Faltará profundidad a nuestra vida cristiana.
En la vida cristiana siempre podemos conocer más a Jesús, profundizar más en el evangelio, crecer en mi espiritualidad, darle hondura a mi vida. No todo lo tengo hecho siempre, sino que tiene que haber ese espíritu de superación y crecimiento. Ojalá tengamos verdadera hambre de conocer cada día más a Jesús. Que cada día profundicemos más en el evangelio para ser más auténticos cristianos. Yo siento que a mi me falta mucho en ese crecimiento y quisiera cada día conocer y amar más a Jesús.

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