Filp. 4, 10-19;
Sal. 111;
Lc. 16, 9-15
Algunas veces nos encontramos con frases lapidarias que en pocas palabras nos dejan un gran mensaje y que no se deberían olvidar nunca. Por eso mismo las llamamos lapidarias, grabadas en lápidas, en piedras a base de cincel y martillo para que nada las pueda borrar. Hoy hacemos carteles en papel o tela u otros materiales semejantes, pero la frase lapidaria merece un material más permanente como permanente tiene que ser su mensaje.
La palabra proclamada hoy nos ofrece varias de esas frases para no olvidar y que merecerían más amplio comentario que el que en este corto espacio podamos ofrecer. Comienzo por una que nos ofrece san Pablo. ‘Todo lo puedo en aquel que me conforta’ nos dice el apóstol. Seguridad y fortaleza en el Señor. Por nosotros quisiéramos hacer mucho, pero nos sentimos muchas veces débiles, imposibilitados o no somos siempre capaces. Pero el Señor es nuestra fortaleza. Pensemos en nuestro camino de superación. Pensemos en cómo hemos de vencer la tentación. O pensemos en algo grande que deberíamos emprender.
Pero quiero recoger otra frase de este mismo texto de la carta a los Tesalonicenses. Pablo está agradecido a la comunidad por tanta ayuda que ha recibido de ellos, incluso subsidios que en ocasiones le enviaron cuando estaba en otras comunidades. Su agradecimiento se hace bendición del Señor. Pero que nos enseña también cómo hemos de actuar generosamente que el Señor nos bendecirá que siempre nos ganará en generosidad. ‘En pago, les dice, mi Dios proveerá a todas vuestras necesidades con magnificencia, conforme a su riqueza en Cristo Jesús’. Grande es el premio que del Señor recibimos por lo bueno que hagamos, porque su recompensa será siempre eterna.
Del evangelio escuchado podríamos resaltar muchas. Destaquemos algunas. ‘El que es de fiar en lo menudo, también en lo importante es de fiar…’ La fidelidad en las cosas pequeñas. Quizá nos sintamos capacitados para hacer cosas grandes y en nuestra autosuficiencia y orgullo le damos menos importancia a las cosas pequeñas. Pues nos dice el Señor, y la experiencia nos lo confirma, que si no somos de fiar, si no somos honrados en las cosas que nos puedan parecer pequeñas e insignificantes, tampoco seremos capaces de hacer cosas grandes.
Nos dice también que ‘ningun siervo puede servir a dos amos… no podéis servir a Dios y al dinero’. Mal amo de nuestra vida es el dinero y la riqueza, porque en lugar de darnos libertad lo que hace es esclavizarnos. Cómo se nos apega el corazón, cómo creemos que el dinero o las riquezas son la solución de todos los problemas. Sirvamos a Dios que es el que da verdadera libertad a nuestro corazón. Sirvamos a Dios que es el que nos da la más profunda grandeza y la mayor felicidad.
Podríamos destacar más. Sólo fijarnos en la última con la que termina este texto que nos ofrece hoy la liturgia. ‘La arrogancia con los hombres, Dios la detesta’. La da ocasión a pronunciar esta sentencia la actitud en cierto modo burlona de los fariseos hacia Jesús por lo que había dicho anteriormente. ‘Dios os conoce por dentro’, les dice. Un corazón arrogante no lo quiere el Señor. Dios se complace en los humildes y sencillos. Alejemos de nuestro corazón todo orgullo y toda soberbia. Aprendamos a caminar por caminos de humildad, porque el Señor ama a los pequeños y se revela a los humildes y sencillos de corazón. Ya hemos escuchado a Jesús en este sentido en otros lugares del evangelio.
Grabemos a cincel en nuestro corazón estas sentencias, que nos ayuden a buscar sinceramente al Señor y a poner toda nuestra confianza solamente en El. Seamos siempre generosos de corazón.
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