Ex. 23, 20-23;
Sal. 90; Mt.
18, 1-5.10
‘Voy a enviarte un ángel por delante para que te cuide en el camino y te lleve al lugar que he preparado. Respétalo y obedécelo…’ Así le decía el Señor al pueblo de Israel en el comienzo de su camino por el desierto rumbo a la tierra prometida.
La liturgia nos ofrece este texto de la Escritura en esta fiesta de los Santos Ángeles Custodios que hoy estamos celebrando. Hermoso y significativo texto que nos ayuda a comprender ese misterio de los ángeles de Dios que están junto a nosotros, porque así lo ha querido Dios, y nos protegen y nos ayudan, nos guardan en nuestros caminos como el ángel del Señor que cuidaba de su pueblo a través del desierto, y nos ayudan a sentir la presencia del Señor y de su gracia en medio de los avatares de la vida.
‘Vernos siempre defendidos por su protección y gozar eternamente de su compañía’, pedíamos en la oración de esta fiesta. Pero aún más diremos en las otras oraciones de la misa del día porque pedimos que ‘nos conceda que su continua protección nos libre de los peligros presentes y nos lleve a la vida eterna’. No es sólo ahora mientras caminamos los caminos de esta vida, sino que nuestra meta está en la vida eterna que queremos alcanzar con la protección de los santos ángeles. Por eso, quienes hemos sido alimentados con los sacramentos de la gracia, pedimos ser dirigidos ‘bajo la tutela de los ángeles por los caminos de la salvación y de la paz’.
La liturgia nos ayuda a comprender este misterio de gracia. La liturgia expresa y celebra la fe que tenemos, por eso nos sirve de gran ayuda para penetrar profundamente en ese misterio de gracia. Esto es realmente este misterio de fe que son los ángeles. Vivimos tan embrutecidos algunas veces absorbidos por las realidades temporales y materiales que nos cuesta entender todo lo espiritual. Queremos darnos explicaciones y hasta queremos desprendernos de todo ese halo en cierto modo misterioso por su grandeza que tienen las cosas de Dios. Pero las cosas de Dios no son a nuestra manera sino según el querer de Dios. Y esa es una realidad, misteriosa y espiritual, pero ahí está expresando toda la gloria de Dios al tiempo que nos ayuda a que nosotros también cantemos la gloria del Señor.
Sí, nosotros hemos de cantar la gloria del Señor. Y eso es un misterio grande e inmenso que algunas veces no sabemos cómo expresar. Unámonos a los ángeles que están para siempre ante el Señor, en su presencia y contemplando su rostro, ese rostro misterioso de Dios que a nosotros nos cuesta ver y comprender y que en el fondo tanto deseamos. Que en los ángeles veamos nosotros esta gloria de Dios, esa inmensidad de Dios, ese misterio de Dios. En la Biblia, en el Antiguo Testamento, encontramos muchas veces que para hablarnos de la presencia de Dios junto a los hombres, junto a Abrahán, junto a Moisés, el texto sagrado nos habla del ángel del Señor.
‘Ángeles del Señor, bendecid al Señor’ nos repite la Biblia en muchas ocasiones y nos lo repite la liturgia. Con los ángeles y con los coros celestiales queremos nosotros bendecir también al Señor, cantar la gloria del Señor tres veces santo. Que los santos ángeles nos ayuden y nos protejan, es la misión de los ángeles custodios como hoy los llamamos y los celebramos, para que nos veamos libres de todo peligro, para que nunca perdamos la gracia del Señor; y si de ellos decimos que son santos porque están llenos de la santidad de Dios, ellos todos puros y limpios de pecado, nos ayuden a nosotros a que alcancemos también esa santidad.
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