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jueves, 30 de septiembre de 2010

Yo sé que el Señor vive

Job, 19, 21-27;
Sal. 26;
Lc. 10, 1-12

‘Yo sé que está vivo mi Salvador y que al final se alzará sobre el polvo…’ Aquí expresa Job toda su fe y confianza en el Señor. Tan cierto está que quiere que ‘se escribieran sus palabras, ojalá se grabaran en cobre; con cincel de hierro y en plomo se escribieran para siempre en la roca’.
La experiencia del dolor y del sufrimiento ha sido dura para Job. Tanto ha sido su sufrimiento que deseó no haber nacido, como hemos escuchado en días pasados. ‘¿Por qué al salir del vientre no morí, o perecí al salir de las entrañas?’
Sus amigos han venido a consolarlo; unas veces en silencio – siete días estuvieron en silencio sin pronunciar palabra -, otras veces al compartir su dolor ofreciéndole el consuelo de sus palabras con sus propios razonamientos para darle ánimos, que se convertían en palabras bonitas o vacías que a él de nada le sirvieron.
Pero su fe y su esperanza en el Señor es firme, aunque le cueste comprender. Muchas veces sentirá el peso de su dolor como un castigo – ‘sé muy bien que es así, dice, que el hombre no es justo ante Dios’ – y se siente pequeño ante la inmensidad de Dios al recordar todas las maravillas de la creación. Se fía, sin embargo, de Dios, en quien pone toda su esperanza, en el Dios que espera ver un día cara a cara. ‘Ya sin carne veré a Dios; yo mismo lo veré y no otro, mis propios ojos lo verán. ¡Desfallezco de ansias en mi pecho!’
Por eso podíamos repetir nosotros en el salmo, como una respuesta hecha oración a la Palabra que vamos escuchando: ‘Espero gozar de la dicha del Señor en el país de la vida’, porque en verdad buscamos siempre el rostro del Señor y con humildad a El nos acercamos y en El ponemos toda nuestra confianza.
Se nos cuestiona por un lado toda nuestra fe al vernos sumergidos en el dolor. Buscamos respuestas, buscamos fuerza, nos sentimos débiles, acudimos al Señor y al final nuestra fe tiene que salir más fortalecida.
Pero se nos cuestiona también la forma en que vamos a los demás para acompañarles en su dolor o sufrimiento. No siempre encontramos la forma más acertada. Muchas veces tenemos el peligro de abundarnos en palabras y consuelos, que no llegan profundamente a la persona. Tendríamos muchas veces que aprender a acompañar en silencio, estando al lado del que sufre y haciendo nuestro su dolor.
No nos valen recetas aprendidas de memoria, sino que lo que nos vale es el amor. No podemos añadir más sombras con nuestros razonamientos o nuestras limitadas experiencias sino que tenemos que procurar despertar la luz de la esperanza. Hacer silencio de mis pensamientos o ideas preconcebidas para poder escuchar en lo hondo de nosotros mismos lo que el Señor quiere manifestarnos quizá a través del dolor de esos que sufren a nuestro lado.
Hoy en el evangelio hemos escuchado el envío de Jesús a los setenta y dos discípulos a anunciar el Reino de Dios. Escuchemos las recomendaciones de Jesús y lo que Jesús les enseña a decir y a hacer.
‘Cuando entréis en una casa, decid primero: Paz a esta casa…’ El primer anuncio la paz de Dios. Luego sigue diciéndonos Jesús: ‘Si entráis en un pueblo y os reciben bien, comed lo que os pongan, curad a los enfermos que haya y decid: está cerca de vosotros el Reino de Dios’. Compartir haciéndonos uno con aquellos a los que vamos a ver o a anunciar el Evangelio; dar las señales del amor con la compasión y la misericordia; entonces en verdad hacemos presente el Reino de Dios. cuántas lecciones y consecuencias podemos sacar de todo esto para nuestro actuar.

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