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miércoles, 29 de septiembre de 2010

Si me preguntas por lo que hace, te diré que es un ángel


Apoc. 12, 7-12;
Sal. 137;
Jn. 1, 47-51

‘Te doy gracias de todo corazón; delante de los ángeles tañeré para ti’, decimos en los salmos para alabar y bendecir al Señor. Queremos alabarle, bendecirle y darle gracias. Nos unimos a los coros de los ejércitos celestiales. Así lo expresamos en distintos momentos en la liturgia. Así queremos celebrarlo hoy en la fiesta de los tres santos Arcángeles, san Miguel, san Gabriel y san Rafael.
Pero podríamos comenzar preguntándonos qué son y quienes son los ángeles. San Agustín dice al respecto: ‘El nombre del ángel significa su oficio, no su naturaleza. Si preguntas por su naturaleza, te diré que es un espíritu; si me preguntas por lo que hace, te diré que es un ángel’.
Son espíritu, espíritus puros, que contemplan constantemente el rostro de Dios, como nos dice Jesús que ‘sus ángeles están contemplando constantemente el rostro de mi Padre que está en los cielos’. Y, como decimos en el prefacio, ‘el honor que les tributamos manifiestan tu gloria – la gloria del Señor – y la veneración que merecen es signo de tu inmensidad y excelencia sobre todas tus criaturas’. Cantan la gloria de Dios, pero nos manifiestan también la gloria de Dios.
Con todo su ser son servidores y mensajeros de Dios; ‘poderosos ejecutores de sus órdenes, prontos a la voz de su palabra’, que nos enseña también otro de los salmos. Es lo que nos expresaba san Agustín al hablarnos del oficio de los ángeles, de lo que hacen. Es lo que expresamos en los santos arcángeles que hoy celebramos.
Mensajeros de Dios, acompañantes en el camino de nuestra vida y fortaleza con la gracia del Señor en nuestra lucha contra el mal, contra el pecado. Gabriel, el ángel que vino de parte de Dios a anunciarle a María su divina maternidad, todo el misterio de Dios que en ella se encarnaba, toda la obra de la salvación y redención para nosotros que se realizaría en el Hijo de María que era al mismo tiempo el Hijo de Dios.
Rafael, acompañando al joven Tobías, inspirando todo lo bueno que había de realizar y siendo además como cauce y camino de la medicina que abriría los ojos al anciano Tobías; compañero de nuestro camino como ángel guardián que nos protege del mal y nos ayuda a encontrar la verdadera salud, la verdadera salvación.
Miguel, el ángel poderoso vencedor en la lucha contra el ángel que se convirtió en ángel infernal arrojándolo al abismo del infierno; ángel poderoso a nuestro lado que nos recuerda y nos trae la gracia y la fortaleza del Señor en nuestra lucha contra el pecado.
En la oración pedíamos ‘que nuestra vida esté siempre protegida en la tierra por aquellos que te asisten continuamente en el cielo’. Es el ángel del Señor el que toma de nuestras manos y de nuestro corazón nuestra ofrenda y nuestra oración para presentarla ante el Padre en el cielo. ‘Te pedimos humildemente, Dios todopoderoso, que esta ofrenda sea llevada a tu presencia, hasta el altar del cielo, por manos de tu ángel…’ que se dice en la primera plegaria eucarística, el canon romano. Ofrecemos, pues, el sacrificio de alabanza que pedimos al Señor que ‘lo reciba con la intercesión de los ángeles y nos sirva para nuestra salvación’.
Que así pues un día, habiendo sido conducidos y guiados en la tierra por la protección de los ángeles, podamos también ‘contemplar la luz del rostro de Dios… y merezcamos con María, la Virgen Madre de Dios, los apóstoles y cuantos vivieron en tu amistad a través de los tiempos, por tu Hijo Jesucristo, compartir la vida eterna y cantar tus alabanzas…’
Es lo que hoy queremos celebrar; es la bendición y alabanza que queremos cantar al Señor unidos a los ángeles y a los santos.

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