1Cor. 15, 12-20;
Sal. 16;
Lc. 8, 1-3
‘Al despertar me saciaré de tu semblante’, hemos dicho en el salmo responsorial. Hermosa expresión de esperanza en la vida eterna y en la resurrección. Si la muerte es como un sueño, al despertar de ese sueño nos vamos a encontrar con la vida verdadera, nos vamos a encontrar con Dios, vamos a saciarnos de esa visión de Dios.
Como nos dice san Juan en sus cartas ‘ahora ya somos hijos de Dios pero no se manifestado lo que seremos. Sabemos que cuando se manifieste, seremos semejantes a El, porque le veremos tal cual es’. Es hermoso. Es reconfortante. Nos llena de esperanza. Vamos por esa vida luchando por superarnos y mantenernos fieles. Clamamos al Señor para sentir su ayuda y su fuerza. ‘Escucha mi apelación… presta oído a mi súplica… muestra las maravillas de tu misericordia…’ como hemos ido diciendo en el salmo. Pero todo eso lo vivimos en la esperanza de un día poder contemplar, saciarnos del semblante de Dios.
Todo nos habla de resurrección y de vida. Un aspecto importante en el camino de nuestra fe. Forma parte del centro, del meollo de nuestro ser cristiano, como el centro del evangelio es Jesús muerto y resucitado. Como escuchábamos ayer a san Pablo. ‘Este ha sido el evangelio que os trasmití…’ Como le hemos escuchado en otros momentos ‘éste ha sido mi Evangelio por el que sufro hasta llevar cadenas…’ Como nos decía ‘Cristo murió por nuestros pecados… fue sepultado y resucitó al tercer día, según las escrituras’.
Hoy nos viene a decir que ‘si Cristo no ha resucitado, nuestra predicación carece de sentido y lo mismo nuestra fe’. No era fácil esta afirmación de la resurrección en el mundo pagano donde Pablo anunciaba el evangelio. Todavía en el mundo judío que habían escuchado a los profetas Ezequiel, Daniel o el libro de los Macabeos era una afirmación aceptada, aunque bien sabemos que los saduceos negaban la resurrección. En el mundo pagano con sus filosofías era también difícil.
Recordamos el fracaso de Pablo cuando en Atenas, centro del mundo del saber antiguo, quiere anunciar la Resurrección de Jesús, y aquella gente le dice que de eso le escucharán otro día. Pablo se marchó de Atenas y se vino precisamente a Corinto, a quienes dirige ahora esta carta que estamos leyendo. Ahora Pablo quiere reafirmar su fe en la resurrección ‘porque si los muertos no resucitan, tampoco Cristo ha resucitado. Y si Cristo no ha resucitado, vuestra fe no tiene sentido, seguís en vuestros pecados…’ Por eso afirma categóricamente ‘Cristo resucitó de entre los muertos, el primero de todos’.
Cristo es el primogénito de entre los muertos y en Cristo todos resucitaremos. Todos estamos llamados a la vida. Por eso lo que afirmábamos en el salmo. ‘Al despertar me saciaré de tu semblante’. Una fe y una esperanza. Un sentido de nuestro vivir y una salvación que vivimos desde lo más hondo de nosotros mismos.
Es nuestra fe. Y cuidado con la confusión de términos, porque nosotros hablamos de resurrección, no de reencarnación como ahora escuchamos con demasiada frecuencia. La reencarnación no forma parte de nuestra fe cristiana y no hemos de dejar que nos confundan. Nuestra vida es única, y al final de nuestra vida terrena, tenemos la esperanza de la vida eterna y de la resurrección; una resurrección que nos lleva a la vida eterna en Dios y con Dios, contemplando el semblante, el rostro de Dios. Como recordábamos que nos decía Juan ‘entonces le veremos tal cual es’. Merece la pena las luchas y trabajos en nuestro camino de fidelidad por alcanzar esa felicidad de gozarnos del semblante de Dios, de gozar en Dios por siempre en el cielo.
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