Núm. 21, 4-9;
Sal. 77;
Jn. 3, 13-17
‘Nosotros hemos de gloriarnos en la Cruz de nuestro Señor Jesucristo: en El está nuestra salvación, vida y resurrección; El nos ha salvado y liberado’. Así ha comenzado la liturgia de este día de la Exaltación de la Santa Cruz que celebramos en este día.
A algunos les puede parecer incomprensible que la cruz sea una gloria y en ella podamos gozarnos y hacer celebración. ¿Cómo nos acercamos a la Cruz? Muchos lo hacen con temor; a nadie le gusta el dolor y el sufrimiento, nadie quiere la muerte, nadie quiere la humillación de una condena, de un suplicio, ni ser despreciado o tenido por un malhechor. Pudiera ser la primera imagen que aparece ante nuestros ojos y nuestra mente cuando contemplamos una cruz. La cruz se rehuye, del dolor y el sufrimiento no se quiere ni hablar, hay cosas que nos parece que pudieran hacernos daño por dentro.
Pero ¿es así cómo nosotros miramos la Cruz? Cuando nosotros miramos la Cruz estamos viendo a Jesús crucificado en ella. Para nosotros puede ser entonces una hermosa lección. Mirando a Cristo clavado en la cruz no vemos una derrota sino una victoria; no vemos amargura sino consuelo, paz, amor y alegría; no es desesperación sino esperanza; no es signo de muerte sino señal y germen de vida.
Vamos a intentar aprender la lección de la cruz. Vamos a intentar quedarnos a su sombra beneficiosa y meditar la gran lección que Jesús nos ofrece desde esa cátedra de la cruz. Aprendemos la lección del amor y de la solidaridad.
Comenzaremos cayendo en la cuenta que es la prueba del amor más grande, la seguridad y la certeza del amor que Dios nos tiene. Lo hemos recordado tantas veces: ‘tanto amó Dios al mundo que nos envió a su hijo’, nos entregó a su Hijo como la prueba suprema de ese amor. Porque ‘no hay amor más grande que el de quien da la vida por el amado’. Y es lo que hizo Jesús. Es lo que contemplamos en la cruz.
Allí fue levantado en la alto, como un día Moisés levantara la serpiente en el desierto, pero Cristo levantado en lo alto se convierte en nuestro rescate, en nuestro redentor. Cristo levantado en la alto de la cruz es el precio de nuestra liberación. Allí derramó su sangre, allí dio su vida, porque nos amaba, porque así no manifestaba el amor del Padre. Allí recibimos su perdón.
Aprendemos lo que es el gozo del amor más entregado; aprendemos a amar con un amor que no tiene medida sino que se da y se desgasta totalmente, se consume, por el ser amado. Aprenden los esposos lo que es un amor verdadero más allá de la pasión; aprenden los amigos lo que en verdad vale la amistad sincera y pura; aprendemos todos lo que es sentirnos queridos y por eso ofrecemos a todos un amor como el de Jesús para que todos igualmente se sientan amados.
Aprendemos lo que es la solidaridad verdadera cuando le vemos a El haciéndose solidario con nosotros, porque se hace semejante a nosotros, haciéndose como uno de nosotros, cargando también con todas nuestras debilidades y miserias, cargando también con nuestros pecados quien no tenía pecado. En la cruz toma nuestro dolor, nuestro sufrimiento, nuestros problemas, todo lo que es nuestra vida, cargando también con la fealdad de nuestro pecado para liberarnos y hacernos nuevos.
Aprenderemos entonces nosotros a hacernos solidarios con los demás, con los dolores y sufrimientos, con las preocupaciones y la vida de los que están a nuestro lado, sintiéndolas también como nuestras; aprenderemos a pensar menos en mis cosas y más en las cosas de los demás; aprenderemos, entonces, a ser más cercanos y más comprensivos más humanos y más hermanos. Porque hemos sido nosotros comprendidos y perdonados, también nosotros aprenderemos a comprender al hermano y a perdonar.
Seguimos aprendiendo cosas al pie de la cruz. La lección es inacabable como inacabable es su amor. Por eso aprenderemos a poner esperanza en nuestra vida, pero también a trasmitir a los demás esa esperanza de que es posible un mundo nuevo y mejor, de que no todo es negrura y oscuridad, sino que siempre podemos encontrar rayos de luz que iluminen nuestra vida por mucha negatividad que podamos ver alrededor. Siempre hay rayos de luz, porque siempre podemos vislumbrar destellos de amor y de muchas cosas buenas en las personas. Y aprenderemos a creer en las personas, a confiar y a esperar siempre algo bueno.
Estaremos aprendiendo que el Reino de Dios es posible, que el Reino de Dios ya está en medio de nosotros, que con ese Reino de Dios tenemos que sentirnos seriamente comprometidos. Y llenaremos nuestra vida de nuevas actitudes y con nuevos valores le vamos dando sentido a nuestra vida; y con gestos sencillos y humildes iremos poniendo cada día un poquito de amor con el que dulcifiquemos nuestras relaciones y la vida de los demás.
Claro que sí, ‘nos gloriamos’, nos gozamos, hacemos fiesta y celebramos ‘la Cruz de nuestro Señor Jesucristo; en El está nuestra salvación, vida y resurrección; El nos ha salvado y redimido’.
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