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lunes, 13 de septiembre de 2010

Sin comunión no podemos celebrar la Cena del Señor

1Cor. 11, 17-26;
Sal. 39;
Lc. 7, 1-10

En la lectura de la Carta a los Corintios que hemos escuchado nos encontramos con el texto probablemente más antiguo del relato de la cena del Señor. Sin embargo, como nos dice el apóstol, es ‘una tradición, que procede del Señor y que a mi vez yo os he trasmitido’. El relato, el hecho podemos decir, que centraba las asambleas de los cristianos ya desde el principio, en el que cada encuentro significaba un celebrar el memorial del Señor, celebrando la Cena del Señor tal como el Señor les había prescrito: ‘Haced esto en memoria mía’.
Es precisamente lo que motiva que el apóstol se los recuerde a los cristianos de Corinto en esta carta, y que bien nos viene a nosotros recordar bien lo que significa celebrar el memorial del Señor, la Cena del Señor, celebrar la Eucaristía para que lo hagamos con hondo sentido y evitemos aquellas cosas que podrían desvirtuar la maravilla de la Eucaristía.
Eucaristía que es vivir y celebrar la presencia viva del Señor; que tiene que ser siempre punto de encuentro y nexo de unión de los que creemos en Jesús porque es entrar en comunión con Cristo, pero con el Cristo total; comunión con Cristo, con su Cuerpo y con su Sangre, con lo cual estamos haciendo presente en nosotros todo el misterio pascual – ‘cada vez que coméis de este pan y bebéis de este cáliz, proclamáis la muerte del Señor hasta que vuelva’ -, pero que tiene que ser necesariamente ese entrar en comunión con el hermano.
Allí donde no hay unidad y comunión no puede haber Eucaristía verdadera; perdería sentido para nosotros. Es lo que el apóstol quiere corregir en aquella comunidad, hasta llegar a decirles: ‘Así, cuando os reunís en comunidad, os resulta imposible comer la cena del Señor’. ¿Por qué les dice esto el apóstol? Habían surgido en el ceno de la comunidad divergencias, divisiones, distanciamiento entre los miembros de la comunidad.
Era normal que en los encuentros compartieran la comida, como un signo de unidad y de comunión entre ellos; y en medio de ese ambiente fraternal terminaban celebrando la cena del Señor. Pero ¿qué había sucedido? ‘En vuestra asamblea os dividís en bandos… cada uno se adelanta a comerse su propia cena, y mientras uno pasa hambre, el otro está borracho…’ Lo que está describiendo es que entre ellos no había la necesaria unidad y comunión, no había un verdadero compartir. Así no cabía, no tenía sentido celebrar la Cena del Señor.
Un mensaje para nosotros invitándonos a una verdadera unidad y comunión entre los que creemos en Jesús, entre los que estamos compartiendo la misma Eucaristía. No caben los individualismos, el que cada uno andemos por un lado mientras estamos celebrando juntos. Y eso en la actitudes y en la manera incluso de expresarnos y manifestarnos en la misma celebración. Pero eso también en las actitudes y en la comunión efectiva que tendría que haber entre todos nosotros en todo momento. Nos une Jesús; nos une la misma Eucaristía del Señor que celebramos juntos y compartimos.
Recogiendo la hermosa súplica que vemos en labios del centurión hoy en el evangelio, esa tiene que ser también nuestra oración. Ya ritualmente la liturgia nos la pone en nuestros labios momentos antes de comulgar: ‘Señor, no soy digno de que entres en mi casa…’ Pero que no sea solamente con nuestros labios, que surja desde lo más hondo del corazón.
No somos dignos, le decimos, porque no siempre tenemos la comunión total entre nosotros, pero que el Señor venga a nuestra vida, que su Palabra llegue hasta nosotros para que nos sane, nos sane de nuestros individualismos y de nuestra falta de comunión, nos sane de esas cosas que dejamos meter en nuestra vida y en nuestro corazón que muchas veces nos impiden de verdad estar cerca los unos de los otros, nos sane de esas actitudes negativas que nos aíslan, nos distancian porque son barreras que nos impiden una auténtica comunión. Que el Señor nos sane, nos ayude a vivir con todo sentido nuestra Eucaristía, que en verdad estemos proclamando la muerte del Señor y su resurrección, que en verdad nos llenemos de su vida y de su gracia.

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