Miqueas, 7, 14-15.18-20;
Sal. 84;
Mt. 12, 38-42
‘Pueblo mío, ¿qué te hice? ¿en qué te molesté?’ Un texto que nos recuerda los improperios del viernes santo y que viene a ser cómo un diálogo que se establece entre Dios y su pueblo a través del profeta. Estamos escuchando al profeta Miqueas en la primera lectura en este sistema de lecturas continuadas y escogidas que nos ofrece la liturgia a través de los diferentes ciclos para tener un conocimiento más completo del conjunto de la Biblia; aún mañana volveremos a escuchar al profeta Miqueas.
Un improperio, una pregunta de parte de Dios que le recuerda al pueblo cómo el Señor lo liberó y lo sacó de Egipto enviándoles a Moisés, a Aarón y a Miriam, la hermana de Moisés. Una lista grande de cosas tendría que recordar el pueblo de Dios de ese actuar del Señor con él. Es toda la historia de la salvación vivida en su propia historia. Una pregunta que le hace al pueblo recordar cómo no han respondido con fidelidad a la fidelidad de Dios y sintiéndose pecador ahora no sabe qué puede ofrecer a Dios al acercarse a la purificación.
¿Holocaustos? ¿sacrificios de animales? ¿Qué pueden ofrecer a Dios para agradarle? Aparece en las preguntas hasta la posibilidad de los sacrificios humanos como era normal en aquellos pueblos primitivos que rodeaban a Israel. Pero no es eso lo que agrada al Señor, lo que pide el Señor.
‘Te he explicado, hombre, el bien, lo que Dios desea de ti; simplemente que respetes el derecho, que ames la misericordia y que andes humilde con tu Dios’. Como se nos diría en el salmo ‘tus sacrificios y holocaustos están siempre ante mí’; pero no será eso lo que sea acepto al Señor. ‘El que me ofrece acción de gracias, ése me honra; al que sigue buen camino le haré ver la salvación de Dios’.
Nos pide el Señor justicia, santidad en nuestra vida, rectitud en nuestro obrar. ¿Quién puede hospedarse en la tienda del Señor?, nos preguntábamos con el salmo recitado el domingo. ‘El que procede honradamente y practica la justicia, el que tiene intenciones leales’ y obra en todo momento el bien alejando la maldad de su corazón. Caminar por el camino de la justicia, seguir la senda recta que nos conduce hasta Dios, es caminar por caminos de santidad.
Pero nos dice más el profeta Miqueas, ‘que ames la misericordia y andes humilde ante Dios’. Amar la misericordia que es reconocer humilde y gozosamente la misericordia que el Señor nos tiene. Cuánto tenemos que reconocer del amor de Dios en nuestra vida. Pero amar la misericordia es vivir en misericordia, llenar nuestro corazón de misericordia, actuar con misericordia para con los demás.
Algunas veces parece que nos cuesta actuar así porque parecemos mas justicieros que misericordiosos. ‘Los que son misericordiosos alcanzarán misericordia’, nos dice la bienaventuranza. Pero es que quien ha experimentado la misericordia y el amor de Dios en su vida ¿no tendrá que actuar y vivir siempre con misericordia para con los demás? ¡Cuánto tendríamos que recordar también nosotros en nuestra propia historia personal! Por eso le hemos pedido al Señor con el salmo. ‘Muéstranos, Señor, su misericordia’.
Es la gran señal que nos da Jesús. Los letrados y fariseos le piden señales cuando tantos milagros habían contemplado. Pero la señal que les da Jesús será su propia muerte y resurrección. ‘No se les dará más signo que el del profeta Jonás…’ en referencia a su propia muerte y resurrección.
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