Miqueas, 7, 14-15.18-20;
Sal. 84;
Mt. 12, 46-50
‘¿Quién es mi madre y quiénes son mis hermanos?’, se pregunta Jesús. En pocas palabras podemos resumir el mensaje del evangelio diciendo que Jesús viene a mostrarnos quienes y cómo formamos su nueva familia. La ocasión viene motivada porque mientras está hablando a la gente vienen a decirle que su madre y sus hermanos están fuera esperándole.
Aclarar lo que creo que entendemos todos y es que cuando en el lenguaje bíblico se está hablando de hermanos como en este caso lo que se está haciendo es una referencia a los familiares, no sólo a los hijos del mismo padre y madre. También nosotros empleamos ese sentido cuando nos referimos a un pariente muy querido del que decimos que es como un hermano para nosotros. Es un texto que muchas veces se ha utilizado para originar controversias y debates sobre si Jesús tuvo más hermanos, María tuvo otros hijos sin ser Jesús, pero no vamos a entrar ahora en ese aspecto. Valga lo comentado.
‘¿Quién es mi madre y quiénes son mis hermanos? Y señalando con la manos a los discípulos, dijo: Estos son mi madre y mis hermanos. El que cumple la voluntad de mi Padre que está en el cielo, ése es mi hermano y mi hermana y mi madre’. Está, sí, la familia a la que nos unen los lazos de la sangre. Pero con Jesús nace una nueva familia, la familia de quienes formamos el Reino de Dios; la familia de los que en verdad reconocen a Dios como Padre y como único Señor de su vida; la familia de los hijos de Dios; la familia de los que creyendo en Jesús vivimos en un nuevo sentido de amor y de fraternidad que nos une con los lazos más profundos; la familia de los que nos hemos dejado inundar por el Espíritu de Jesús para llenarnos de su nueva vida, esa vida que nos hace hijos de Dios; la familia, entonces, de los que queremos plantar en nuestro corazón y nuestra vida la palabra de Dios para cumplirla, para vivirla, para hacerla el único sentido y valor de nuestra existencia.
Por una parte podemos recordar otro texto del evangelio en cierto modo semejante. Una mujer anónima de entre el pueblo bendice y alaba a la madre que dio tal hijo ‘bendito el vientre que te llevó y los pechos que te alimentaron’, pero Jesús exclamará ‘dichosos, más bien, los que escuchan la palabra de Dios y la cumplen’. Los que escuchan la Palabra de Dios y la cumplen, plantándola en su vida, se parecen, se asemejan a María; hoy nos dice los que escuchan la Palabra y la cumplen, son como María, son su madre y su hermano y su madre.
Nosotros, los que creemos en Jesús, aquellos de los que dice el evangelio de Juan ‘a cuantos le recibieron, a todos aquellos que creen en su nombre, les dio poder para ser hijos de Dios. Estos son los que no nacen por vía de generación humana, ni porque el hombre lo desee, sino que nacen de Dios’ somos esa nueva familia de Jesús desde que nacimos para El por el agua y el Espíritu en el Bautismo.
Pero que no lo seamos solamente porque se haya realizado un rito en nosotros, sino porque en verdad nosotros le hayamos dado ese Sí total de toda nuestra vida a la Palabra de Dios, porque la escuchemos y la plantemos en nuestro corazón. Que entonces por la fuerza del Espíritu nos sintamos transformados, nos sintamos hijos, nos sintamos miembros del Reino de Dios, familia de Jesús.
Escucha, pues, con atención la Palabra de Dios que llega a tu vida, plántala en tu corazón, conviértela en la única razón de tu existir.
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