Jer. 1,1.4-10;
Sal. 70;
Mt. 13, 1-9
‘Recibí esta palabra del Señor’, lo vamos a oír repetir muchas veces, casi como estribillo, en toda la profecía de Jeremías. Nos quiere decir algo importante. El profeta no lo es por sí mismo, sino que se siente arrebatado por la Palabra del Señor, palabra que no puede callar que tendrá que proclamar en todo momento.
El profeta incluso se resiste porque se siente débil, como un niño indefenso que no sabe hablar. Pero ha recibido esa palabra del Señor y no puede callarla. La tarea no es fácil, incluso lo llamarán en algún momento profeta de calamidades y desgracias, pero el profeta tiene que mirar con la visión de Dios y desde ahí hacer una lectura de la historia, de los acontecimientos, de lo que está sucediendo en medio del pueblo. Aunque no guste a los que le escuchan pronunciará esa palabra, aunque lo persigan y lo lleven hasta la muerte tendrá que anunciar esa palabra recibida.
Para eso lo llamó el Señor, para eso lo escogió incluso desde el seno de su madre. Lo vemos en la vocación de todos los profetas y lo vemos hoy claramente en la vocación de Jeremías. ‘Antes de formarte en el vientre te escogí, antes de que salieras del seno de tu madre, te consagré, te nombre profeta…’ Y aunque se sienta débil y no sepa hablar tendrá que pronunciar esa palabra del Señor que ha recibido. Pero no estará sólo. ‘No digas soy un muchacho, que adonde yo te envíe allí irás, y lo que yo te mande, lo dirás; no tengas miedo, que yo estoy contigo para librarte…’ Como diríamos en el salmo ‘en el vientre materno ya me apoyaba en ti, en el seno, tú me sostenías; mi boca contará tu auxilio y todo el día tu salvación’.
Es la misión del predicador de todo tiempo; es la misión del que tiene que anunciar hoy la Palabra de Dios. Y no es tarea fácil. Pero así tenemos que sentirnos cogidos por el Señor, por esa Palabra de Dios que nosotros los primeros tenemos que recibir para poder luego trasmitir.
Hacen falta profetas hoy. Profetas que sepamos leer también la historia con esos ojos de Dios para poder trasmitir con ardor y valentía esa Palabra que recibimos de Dios. Repito, no es tarea fácil y no siempre sabemos hacerlo; quizá porque no nos dejamos arrebatar lo suficiente por esa Palabra de Dios que tiene que ardernos en el corazón, quemarnos en nuestras entrañas como lo sentían los profetas. No es tarea fácil porque tampoco encontramos un mundo que quiera acoger esa Palabra, más bien, nos encontraremos oposición, como siempre la encontraron los profetas.
Por eso, aunque mi misión ahora es trasmitiros esa Palabra del Señor, sin embargo me atrevo a pediros vuestra oración, la oración del pueblo cristiano, del pueblo creyente para que así podamos sentir nosotros en nuestra vida esa fuerza del Espíritu del Señor y nos dejemos guiar por El para anunciaros la auténtica Palabra de la verdad, la auténtica Palabra de Dios. La necesitamos porque necesitamos la fortaleza del Señor.
Decíamos antes que se necesitan profetas hoy en medio de nuestro mundo, en nuestra Iglesia. Pues pedidlo al Señor en vuestra oración. Que quienes tenemos la misión del anuncio de la Palabra de Dios, de sembrar esa semilla en el nombre de Jesús, como nos dice hoy el evangelio con la parábola del sembrador, seamos lo suficientemente santos para que podamos hacerlo y hacerlo con el fruto que quiere el Señor. Que tengamos esa valentía y ese coraje de los profetas porque así nos sintamos cogidos por la Palabra y llenos del Espíritu. Rezad al Señor por nosotros, por la Iglesia, para que la Iglesia sea esa Iglesia profética en medio del mundo.
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