Gén. 18, 1-10;
Sal. 14;
Col. 1, 24-28;
Lc. 10, 38-42
‘Abrahán, al verlos, corrió a su encuentro desde la puerta de la tienda… si he alcanzado tu favor, no pases de largo junto a tu siervo’. Así escuchábamos el relato del Génesis. ‘Jesús mientras iba de camino entro en una aldea y una mujer llamada Marta lo recibió en su casa’, nos dice el Evangelio. Y allí, Marta y María, cada una a su manera acogen y reciben a Jesús en su casa.
Al escuchar estos dos textos se nos está sugiriendo la hermosa virtud de la acogida y de la hospitalidad. Sin hacernos demasiadas consideraciones pensamos lo hermoso que es la hospitalidad con la que podemos y tendríamos que sabernos acoger los unos a los otros y decimos que queremos ser hospitalarios y acogedores con los demás. Nos parece lo más correcto en una buena educación y lo más humano en una relación mutua entre unos y otros.
Pero si os digo a continuación que añoro aquellos tiempos en que nuestras casas estaban siempre abiertas, las puertas no se cerraban nunca, los vecinos entrábamos con toda confianza y libertad en las casas de los unos y de los otros, e igual recibíamos a cualquiera que pasara por nuestra puerta, seguro que enseguida decimos, es que eso era en otros tiempos, con los tiempos que corren ya no podemos actuar así ni tener abiertas las puertas de nuestras casas de la misma manera, ahora no sabemos de quién nos podemos fiar.
Pero, ¿queremos ser acogedores y hospitalarios sí o no? ¿Es cuestión de corrección, de educación, de humanidad o tiene que ser algo más?¿Cómo vamos a entender esa hospitalidad? No me atrevo a decir si es cuestión o no de abrir o cerrar puertas, pero creo que sí podemos constatar que hoy andamos en la vida muy llenos de desconfianzas. Serán o no serán las puertas de nuestras casas las que permanecen abiertas o cerradas, pero creo que lo que verdad tiene que interrogarnos es si es nuestro corazón el que está de alguna manera cerrado por esa desconfianza.
Sí, desconfianzas… aparecen muchas en la vida: al que no conocemos, al que nos parece forastero, al que no es de los nuestros, al que tiene la piel de otro color, al que es un inmigrante y no sabemos ni de donde viene, al que nos parece sospechoso por su aspecto, al que es de tal o cual condición… no vamos a seguir pero son tantos los ‘peros’ que vamos poniendo como murallas entre unos y otros que nos impiden o distancian nuestra relación mutua. Pienso que es bueno que nos hagamos esta reflexión a la luz de lo que la Palabra de Dios hoy nos sugiere. Pero una reflexión que tenemos que hacernos con los pies bien sobre la tierra pero con los oídos del corazón bien abiertos a lo que el Señor quiera decirnos o pedirnos.
Nos podíamos quedar en nuestra reflexión en pensar en esa acogida como una relación con Dios; Dios que viene a nosotros y al que tenemos que saber escuchar y acoger en nuestra vida. El texto del Evangelio contemplando a María a los pies de Jesús escuchándole nos puede hacer pensar en esa escucha que tenemos que saber hacer de Dios en nuestro corazón. Y muchas veces hemos querido hacer demasiadas distinciones y diferencias entre la manera de acoger Marta a Jesús en su casa y la manera de hacerlo María. No tendríamos, por supuesto, que enfrentar posturas, sino más bien conjuntar.
Por otra parte sabemos que el encuentro que Abrahán tiene con aquellos tres caminantes es un encuentro con Dios que se le manifiesta. Además de entrada el texto ha dicho ‘El Señor se apareció a Abrahán junto a la encina de Mambré’. Mucho podríamos reflexionar por ese camino.
Pero tenemos que reconocer y descubrir cómo Dios sigue viniendo al encuentro del hombre hoy, y cómo nosotros hemos de saber acogerle. Es cierto que son los Sacramentos, que será su Palabra proclamada y contenida en la Biblia; pero no olvidemos cómo Jesús nos enseña cómo también tenemos que saber descubrirle a El en los demás, porque ‘todo lo que hicisteis a uno de estos mis humildes hermanos a mi me lo hicisteis… tuve hambre… tuve sed… era forastero… estuve desnudo… enfermo y en la cárcel…’ que nos dice Jesús.
Creo que entonces sí podremos reconocer que lo que hablábamos al principio de la hospitalidad y la acogida no está tan lejos del espíritu del Evangelio. Y esa acogida y hospitalidad tiene que traducirse en muchos gestos, en muchas posturas, en muchas actitudes de las que tenemos que llenar nuestro corazón
¿Qué podemos ofrecer al que llega a las puertas de nuestra vida? Algunas veces nos puede parecer más fácil el dar cosas, aunque nos duela en ocasiones rascar nuestros bolsillos para dar de lo nuestro, sin embargo podemos preferirlo por más cómodo o menos comprometido. Nos tenemos que dar cuenta que quien llega a nosotros es una persona, quizá, es cierto, con unas necesidades materiales que podremos o no resolvérselas; pero esa persona con su vida es algo más que unas necesidades materiales.
Abrahán ofreció sombra junto al árbol de Mambré, agua y una hogaza de pan para descansar y recuperar fuerzas; Marta y María la acogida de su casa, los preparativos necesarios de una mesa servida con amor, el silencio de una escucha para que Jesús se sintiera a gusto en aquel hogar. Bien significativo todo eso para nosotros.
Por eso una verdadera acogida, un verdadero espíritu de hospitalidad tiene que pasar por la acogida a la persona, por el respeto que le manifestemos, por el tiempo que sepamos dedicarle para escucharle sin dar por sentado que ya nos sabemos sus problemas o necesidades, por ese silencio que sepamos hacer en nosotros o en nuestros pequeños problemas para atender atentamente a quien llega a nosotros, por el afecto que seamos capaces de tener en nuestro corazón y mostrarlo con nuestros gestos, con nuestra sencillez, con nuestra cercanía, por esa apertura de nuestro espíritu sea quien sea aquel con quien nos encontremos para no hacer diferencias ni distinciones a las que tan acostumbrados estamos. Es una forma de abrir las puertas de nuestra vida, de nuestro corazón para dejar que el otro llegue a nuestro lado y se pueda sentir a gusto con nosotros.
Todo eso, que podemos decir, está en un plano humano, sin embargo para nosotros desde nuestra fe se trasciende, se eleva a otros niveles y categorías. Porque en nuestra fe sabemos quien es en verdad el que llega a nosotros y al que tenemos que acoger. Es lo que antes recordábamos de lo que nos dice Jesús que todo lo que le hagamos al otro a El se lo hacemos, que toda esa acogida que estamos haciendo al hombre, es acogida que estamos haciendo a Dios que llega a nuestra vida.
‘Si he alcanzado tu favor, no pases de largo junto a tu siervo’, le pedía Abrahán a Dios que llegaba a él en el símbolo de aquellos tres personajes. Pero tendríamos que decirnos que no pasemos nosotros de largo nunca junto a ese hermano con el que nos vamos tropezando en los caminos de nuestra vida o que llega a tocar a las puertas de nuestro corazón. Que sepamos ofrecerle esa jarra de agua o ese pedazo de pan de nuestra amistad, nuestro cariño, nuestra acogida, nuestra ayuda, nuestra escucha, en una palabra, nuestro amor.
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