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sábado, 17 de julio de 2010

En su nombre esperarán las naciones

Miqueas, 2, 1-5;
Sal. 10;
Mt. 12, 14-21

Podíamos decir que se dibuja en el horizonte la pasión de Jesús con la oposición que los fariseos comienzan a manifestar contra Jesús. Han comenzado las disputas con Jesús y en todo lo que Jesús hace o en la manera de actuar de los discípulos de Jesús los fariseos siempre tienen que buscar un lado oscuro. Le acusan incluso de que Jesús viola el sábado, algo que era muy sagrado para todo judío pero que los fariseos llevan al extremo. Miden hasta los pasos que se pueden dar el sábado para que su caminar incluso no sea considerado un trabajo que no se puede realizar el sábado. Pero Jesús les desenmascara haciéndoles comprender que El está por encima del sábado. Era el texto que hubiéramos escuchado ayer.
Por eso, como dice el evangelio hoy, ‘al salir, planean el modo de acabar con Jesús’. Pero la luz no ser puede apagar, la salvación tiene que seguir llegando a todos. Y aunque Jesús al enterarse se marchó de allí para no poder en peligro innecesariamente su vida – no había llegado su hora, como diría en otras ocasiones – sin embargo sigue curando a cuantos se acercan a El con cualquier dolencia. ‘Muchos le siguieron y El curó a todos, mandándoles que no lo descubrieran’, continúa diciendo el evangelista.
Pero esto les recuerda lo anunciado por los profetas: ‘Mirad a mi siervo, mi elegido, mi amado, mi predilecto. Sobre El he puesto mi espíritu para que anuncie el derecho a las naciones. No porfiará, no gritará por las calles. La caña cascada no la quebrará, el pábilo vacilante no lo apagará, hasta implantar el derecho; en su nombre esperarán las naciones’.
Nos recuerda el texto que Lucas pone en labios de Jesús en la lectura del sábado en la sinagoga de Nazaret. Allí había comentado entonces Jesús: ‘Hoy se cumple esta Escritura que acabáis de oír’. Nos recordará también la voz venida desde el cielo, la voz del Padre en las teofanías del Jordán, cuando el Bautismo de Jesús, y en el Tabor cuando la transfiguración. ‘Es mi Hijo, mi Hijo amado, escogido, predilecto...’ al que tenemos que escuchar y seguir para alcanzar la salvación.
Pero es la luz que no se puede apagar, aunque esa una mecha humeante e insignificante. Podremos parecer inútiles e inservibles porque estamos machacados por nuestros pecados, pero Cristo viene a restaurar nuestras vidas, a rescatarnos y a darnos nueva vida. Jesús sigue curando, salvando, haciéndonos llegar su salvación; una salvación que ahora puede parecer oculta pero que un día resplandecerá.
Jesús es nuestra esperanza, la esperanza de todos los pueblos y naciones. ‘En su nombre esperarán las naciones’, nos dice el profeta en el texto citado. Todos los hombres, aunque algunas veces estemos cegados por nuestra maldad y nuestro pecado, en el fondo deseamos y esperamos una salvación. Y esa salvación no nos viene por nadie más sino por Jesús. Ningún otro nombre puede salvarnos.
Por eso a Jesús seguimos acudiendo; de El seguimos esperando la salvación. Y en su nombre querremos hacer todo lo bueno que tenemos que realizar en la vida. Como Pedro, ‘en tu nombre echaré las redes’, porque sólo así sabemos que tendrá fruto nuestra vida. Cristo Jesús es el que nos da fuerza y sentido a todo nuestro quehacer.

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