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viernes, 16 de julio de 2010

Nos vestimos de María, Virgen del Carmen


Zac. 2, 14-17;
Sal.: Lc. 1, 46ss;
Mt. 12, 46, 50

Hoy celebramos una fiesta de la Virgen que suscita mucha devoción y entusiasmo en medio del pueblo cristiano. Nos es fácil encontrar en cualquier rincón ya sea junto al mar, o en medio de nuestros valles o montañas una ermita o una iglesia dedicada a la Virgen del Carmen. Las gentes del mar la invocan como su Stella Maris, su Estrella del Mar que les conduzca a puerto seguro tras sus travesías y sus trabajos de pesca, pero también en nuestros campos, en nuestros pueblos la gente tiene una especial devoción a la Virgen del Carmen, siendo muchos los que visten su hábito o llevan colgado al cuello su escapulario.
Nuestra Señor del Carmen, la Virgen del Monte Carmelo, que lleva su nombre precisamente de ese monte del Carmelo que tanto significado tuvo en la Biblia y en la historia de Israel. Todos conocemos cómo allí, entre otros hechos del Antiguo Testamento, fue el lugar de refugio del profeta Elías y signo de su celo por el único Dios de Israel frente a los baales y sus profetas que surgían entonces en medio del pueblo. En la liturgia últimamente hemos escuchado en la Palabra de Dios esos relatos del libro de los Reyes en relación con estos acontecimientos del profeta Elías.
Con ese telón de fondo, podríamos decir, en la época de las Cruzadas por liberar la tierra santa del poder del musulmán, fueron muchos los que una vez que llegaron a la tierra que habitó el Señor para liberarla, se quedaron luego en una vida ascética de oración y penitencia escogiendo este lugar de tantos recuerdos del profeta Elías para allí establecerse primero como ermitaños para posteriormente formar los grupos iniciales de lo que sería la Orden del Carmelo, tomando su nombre precisamente del lugar. Pero no podía faltar la devoción a la Virgen, a la Virgen cuya imagen entronizaron en ese lugar, a la Virgen que entonces sería llamada del Monte Carmelo.
Se extenderían luego por Europa, pasando muchas dificultades hasta el punto de estar en peligro de verse extinguidos y no reconocidos por la Iglesia. Es cuando el superior general de entonces, Simón Stock, el 16 de julio de 1251, ante la oración que con tanta insistencia hacía a la Virgen para que le diera una señal de su protección, recibe la visita de la Virgen que le entrega el hábito, el escapulario, como señal de esa especial protección de María. ‘Recibe el hábito de tu orden y privilegio para ti y para todos los carmelitas; el que muera con él no padecerá el fuego eterno, es señal de salud y salvación en los peligros, alianza de paz y de pacto sempiterno’.
La Orden de los Carmelitas se seguiría extendiendo en sus ramos masculinas y femeninas, recordemos nuestros san Juan de la Cruz y Santa Teresa de Jesús – aunque no vamos ahora a extendernos en comentar mucho sobre la Orden de los Carmelitas – y pronto no sólo los que pertenecían a dichas Ordenes sino muchos cristianos viviendo en medio de sus familias y en el mundo querían llevar ese hábito o escapulario de la Virgen. En breves palabras es el origen del escapulario de la Virgen que llevamos como signo de su protección maternal, de su presencia junto a nuestras vida y nuestras luchar para darnos fuerza, y desde nuestra devoción a la Virgen nuestro deseo y compromiso por querer vivir nuestro seguimiento de Jesús en una vida cristiana ejemplar.
Pues eso es lo que la Virgen del Carmen nos está pidiendo y en lo que una verdadera devoción a María tendríamos que centrarnos. María siempre nos llevará a Cristo. María siempre nos está diciendo, como en la bodas de Caná a los sirvientes, que hagamos lo que El nos diga. Y cuando decimos que tenemos devoción y amor a la Virgen no puede ser de otra manera que copiando en nosotros sus virtudes y su santidad. Hoy Jesús nos ha dicho en el evangelio que si cumplimos la voluntad del Padre del cielo seremos su madre, sus hermanos, su familia. Queremos parecernos a María, la Madre del Señor que tan bien plantó en su corazón la palabra del Señor y le hizo dar frutos de santidad.
La imagen del escapulario es bien significativa. No es sólo un trozo de tela que ponemos sobres nuestros hombres. Es algo más hondo lo que tiene que significar. Cuando aquellos cristianos quisieron llevar el escapulario de la Virgen a la manera de aquellos religiosos y religiosas de la Orden del Carmelo, era porque veían en ellos unas personas que por su amor a María vivían una vida distinta, sentían una especial protección de la Virgen y en cierto modo ellos querían imitarlos.
Llevar, pues, el escapulario de la Virgen, una medalla o cualquier otro signo religioso con nosotros no lo hacemos como un talismán que nos libere de males, sino como una señal de que nosotros queremos vestirnos de María, porque a ella queremos parecernos, de ella queremos copiar sus virtudes, como ella queremos también resplandecer de santidad. ¿Qué otro mejor vestido podemos llevar en nuestra vida que el de María, que es su amor y su santidad?
Por eso el primer efecto, junto con esa protección que tenemos asegurada de María, es ese deseo de querer ser cada día más santos, superarnos en nuestras deficiencias y debilidades, querer vivir alejados del pecado, y con la gracia que María nos alcanza del Señor, caminar por caminos de mayor santidad cada día. Mal podemos compaginar el llevar una medalla o un escapulario de la Virgen con una vida de pecado.
Y sentimos la protección de María, la ayuda maternal que nos consigue la gracia del Señor; y María nos lleva de la mano, podíamos decir, para que nos sintamos fuertes en nuestras luchas por ser mejores. Y si queremos caminar así al paso de María, vestidos de Maria, claro que ella nos librará con la gracia divina de vernos condenados al fuego eterno, más aún nos ayudará salir pronto de la purificación del purgatorio para que podamos gozar de la dicha del cielo. Es el cuadro de ánimas que contemplamos en muchas de nuestras Iglesias y que muchas veces está acompañado por la imagen bendita de la Virgen del Carmen.
Que ella sea en verdad la Stella Maris, la Estrella que nos conduzca por los mares embravecidos de esta vida hasta el puerto seguro de la salvación.

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