Is. 26, 7-9.12.16-19;
Sal. 101;
Mt. 11, 28-30
Mientras en el profeta Isaías se nos manifiestan unas ansias y deseos de Dios porque queremos buscar y seguir su senda, vivir en su paz, en el evangelio Jesús nos invita a ir hasta El porque en El vamos a encontrar esa paz y ese descanso.
‘En la senda de tus juicios, Señor, te esperamos, ansiando tu nombre y tu recuerdo. Mi alma te ansía de noche, mi espíritu en mi interior madruga por ti, porque tus juicios son luz de la tierra y aprenden justicia los habitantes del orbe’. ¡Qué hermosos deseos! ¡Qué esperanza y que confianza puesta en el Señor! Lo deseamos, lo buscamos, queremos encontrar esa luz, queremos aprender de su justicia y santidad.
No siempre es fácil porque nos distraen tantas cosas, nos sentimos atraídos por otras, y muchas nos llevan a caminar caminos que no son de justicia y verdad, o cuando queremos caminar nuestros caminos sólo a nuestro saber o por nosotros mismos. Podemos caer en el vacío, en la nada, en la muerte si abandonamos los caminos del Señor o perdemos esa inquietud espiritual en nuestro interior. No podemos perder de vista cuál es la meta de nuestro caminar cristiano.
Jesús nos invita a ir hasta El. Nos encuentra quizá desorientados o perdidos en nuestro camino y el va siempre delante de nosotros señalándonos la senda. Nos agobiamos y cansamos muchas veces porque la lucha por superarnos nos puede parecer fuerte y costosa, pero sabemos que no la hacemos por nosotros mismos sino en El, con El, sintiéndole a El en nuestro caminar.
‘Venid a mí todos los que estáis cansado y agobiados y yo os aliviaré’. Es nuestra senda, nuestra fuerza, nuestro descanso, nuestra paz. De El tenemos que aprender. ‘Cargad con mi yugo y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón y encontraréis vuestro descanso’. Mansedumbre, humildad, paz y serenidad de espíritu, amor. Son los caminos del Señor. Es la vida del Señor. Es lo que contemplamos en El y de El tenemos que aprender.
Algunas veces la palabra ‘yugo’ nos puede resultar fuerte o dura a nuestros oídos, aunque Jesús nos diga que ‘su yugo es llevadero’. Pero al pensar en el yugo pensamos en ese aparato por llamarlo de alguna manera con que se enyugan los animales, sobre todo lo bueyes o caballerías, para realizar los duros trabajos del campo, las aradas o la conducción de los productos del campo. Nos puede parecer algo duro e incómodo. Pero el yugo les sirve a los animales para facilitarles el trabajo o para mejor conducirlos por los caminos.
Cuando en la literatura judía se está hablando de yugo se está haciendo referencia a la obediencia de la ley del Señor en todo momento. Podría parecer dura esa obediencia a la ley del Señor como si fuera una pesada carga que se nos impone, pero me gustaría recordar ahora lo escuchado en el libro del Deuteronomio el pasado domingo y así pudiéramos entender mejor lo que Jesús quiere hoy expresarnos.
‘Escucha la voz del Señor tu Dios, guardando sus preceptos y mandatos… porque el precepto que yo te mando hoy no es cosa que te exceda o inalcanzable… el mandamiento está muy cerca de ti: en tu corazón y en tu boca…’ No es algo inalcanzable, lo tienes inscrito en tu corazón, es el cauce, el camino seguro por donde ha de caminar tu vida para que la vivas en felicidad. Los mandamientos con como esos raíles del camino para que lo siguas y no te salgas de ellos; si caminas por ellos caminarás seguro, sin peligro, con la seguridad de alcanzar la meta.
No nos pide el Señor cosas imposibles, sino aquello que nos va a lograr la más hermosa y plena felicidad. ‘Mi yugo es llevadero y mi carga ligera’, nos dice el Señor. Porque además El está con nosotros, haciendo nuestro propio camino, siendo nuestra fuerza y nuestro viático, nuestro descanso y nuestra paz verdadera. Aprendamos de Jesús. ‘Así aprenden justicia los habitantes del orbe’, que decía el profeta.
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