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miércoles, 14 de julio de 2010

Te damos gracias, Padre, Señor de cielo y tierra

Is. 10, 5-7.13-16;
Sal. 93;
Mt. 11, 25-27

‘Te doy gracias, Padre, Señor de cielo y tierra…’ proclama Jesús en el Evangelio. Te damos gracias, Padre, Señor de cielo y tierra, queremos proclamar nosotros también. Estamos celebrando Eucaristía. Estamos celebrando acción de gracias. Ahora, en la celebración. Cada momento de nuestra vida tiene que ser acción de gracias, tiene que ser Eucaristía.
Es un acto de fe, una proclamación de nuestra fe. Reconocemos, es el Señor; el Señor de toda la creación, Señor de cielo y tierra; el Señor, único Señor de nuestra vida al que tenemos que amar con todo el corazón, con toda el alma, con todo el ser. Reconocemos su grandeza y reconocemos su amor, le llamamos Padre, como nos lo enseñó Jesús. Un acto de fe, pero una proclamación de amor y de acción de gracias. Es el Padre que nos creó y que nos ama.
Da gracias Jesús porque el Señor del cielo y de la tierra se nos manifiesta, se nos da a conocer. Es Jesús quien nos lo da a conocer; es el Verbo divino, es la Palabra del Padre, es la revelación de Dios. Todos podríamos conocerle porque a todos se nos quiere revelar – ‘nadie conoce al Hijo más que el Padre, y nadie conoce al Padre sino el Hijo, y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar’ -, sin embargo no todos tenemos siempre las verdaderas actitudes en nuestro corazón para poder conocerle. Sólo los humildes, los pequeños, los sencillos podrán conocer a Dios, porque Dios rechaza a los que son soberbios de corazón.
‘Has escondido estas cosas a los sabios y a los entendidos y se las has revelado a la gente sencilla. Sí, Padre, así te ha parecido mejor’, reconoce Jesús. ¿Quiénes son los que escuchan a Jesús? El se mezcla entre los hijos de los hombres, pero serán los pescadores, los hombres y mujeres sencillos del pueblo, los que labran la tierra y la trabajan con el sudor de su frente, los que son capaces de admirarse ante las maravillas de Dios porque aún tienen un corazón sencillo, son los que escuchan a Jesús y lo reconocerán como profeta porque nadie ha hablado como El, nadie ha hablado cosa igual.
Los que vengan con humildad y corazón abierto hasta Jesús podrán llegar a conocer los misterios de Dios sea cual sea su condición porque lo que importa es el corazón. Habrá entre los principales del pueblo quienes le rechacen y le lleven incluso a la muerte, pero otros, aunque sean principales como Nicodemo, maestro de la ley, o Jairo, el jefe de la sinagoga, o el centurión romano con todo su poder, por citar algunos que aparecen en el evangelio, porque vienen con fe y humildad hasta Jesús podrán conocer los misterios de Dios y alcanzar la gracia con la que el Señor quiere regalarles.
Vayamos nosotros hasta el Señor con ese mismo espíritu de fe, de humildad, de acción de gracias. Como decíamos estamos celebrando la Eucaristía y en ella decimos al comenzar con el prefacio la plegaria eucarística ‘en verdad es justo y necesario darte gracias siempre y en todo lugar… por Jesucristo, nuestro Señor’.
Por eso le damos gracias ‘porque nos haces dignos de servirte en tu presencia’, como decimos en otro momento en la plegaria eucarística. Y aún decimos más ‘pues, aunque no necesitas nuestras alabanzas ni nuestras bendiciones te enriquecen, tú inspiras y haces tuya nuestra acción de gracias para que nos sirva de salvación por Cristo, Señor nuestro’.
Que toda nuestra vida sea siempre Eucaristía, sea acción de gracias nos convirtamos nosotros también en ofrenda viva que en Cristo nos ofrezcamos con lo que somos y lo que vivimos al Señor.

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