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jueves, 1 de abril de 2010

Un paso de amor de Jesús que nos enseña a amar con su amor


Ex. 12, 1-8.11-14;
Sal. 115;
1Cor. 11, 23-26;
Jn. 13, 1-15


‘Este día será para vosotros memorable, en él celebraréis la fiesta del Señor… porque es la Pascua, el paso del Señor…’ Así hemos escuchado a Moisés en el libro del Exodo en la primera lectura. Recordarán y celebrarán por todas las generaciones el paso del Señor que les liberó de Egipto.
Nosotros también celebramos el paso del Señor, no ya en la liberación de Egipto sino en Jesús que es nuestra salvación. También decimos es la Pascua, estamos comenzando a celebrar en esta tarde el Triduo Pascual, es el paso salvador del Señor. Y lo estamos celebrando en la entrega más grande, en la más grande manifestación de amor, que es la pasión, muerte y resurrección del Señor.
Hoy todo nos habla de amor; nos sentimos inundados de amor hasta rebosar en un amor infinito como es el del Señor; sentimos el perfume penetrante del amor que quiere empapar totalmente nuestra vida. Gestos, palabras, mandatos, señales claras y bien significativas de amor, presencia de amor que se va a hacer permanente por la voluntad del Señor.
‘Habiendo amado a los suyos los amó hasta el extremo’, nos dice el evangelista. Hasta el extremo, pero ese extremo no tiene limites porque no se puede poner límites al amor eterno e infinito de Dios. Y comienzan a sucederse los gestos y los signos. Gestos y signos que realizará Jesús mismo, el primero. El dueño de casa cuando llegaba un huésped ofrecía siempre agua a través de sus sirvientes o esclavos. Recordemos la queja de Jesús en casa de Simón, el fariseo, porque no le había ofrecido agua.
Ahora será Jesús mismo el que se pondrá a los pies de los discípulos no sólo ofreciendo agua sino lavándoselos El mismo. ¿Quizá habían tenido que ser ellos los que lavaran los pies a Jesús? ¿Haría falta una María Magdalena que lo hiciera al no hacerlo los discípulos? ¿Lo hubiéramos hecho nosotros si hubiésemos estado allí? Pero es Jesús el que se quita el manto, se ciñe la toalla, echa agua en la jofaina y se pone a lavar los pies de cada uno de los apóstoles. Ahora ellos se quedan quizá extrañados o alguno protestará para no dejarse lavar, como Pedro. ‘Si no te lavo no tendrás parte conmigo…’ le replica Jesús.
‘Me llamáis el Maestro y el Señor, y decís bien, porque lo soy. Pues si yo, el Maestro y el Señor, os he lavado los pies, también vosotros debéis lavaros los pies los unos a los otros…’ ¿No había dicho que el que quisiera ser primero y principal se hiciera el esclavo y el último de todos? Tantas veces que habían estado discutiendo de excelencias y preeminencias ahora tenían que haberse quedado callados seguramente al contemplar tales gestos en Jesús. Era una hermosa lección.
Gestos de amor de Jesús que tendríamos que decir que no vienen a ser una novedad en estos momentos, aunque ahora nos llamen la atención de manera especial, sino que son una consecuencia de su camino de amor y de entrega a través de toda su vida como palpamos bien en las páginas del evangelio. Son ahora una subida o escalada en ese camino de amor que ahora iba a llegar a su mayor altura, a su plenitud. Es lo que vamos a contemplar y celebrar en estos días.
‘Sed esclavos los unos de los otros por el amor’, nos explicará más tarde san Pablo en sus cartas. ‘A nadie le debáis nada más que amor…’ Será nuestro distintivo, su mandamiento, pero que en realidad es exigencia de respuesta a tanto amor cómo el Señor nos tiene. ‘Este es mi mandamiento que os améis los unos a los otros como yo os he amado’, nos dirá Jesús. Porque además no puede ser un amor con una medida cualquiera. El nos amó hasta el extremo, como hoy hemos escuchado, y esa tendrá que ser la medida de nuestro amor. Mucho tendríamos que hablar en este sentido.
Pero todo no termina ahí. No se agotan ni los gestos ni los signos de amor. Si un día nos había dicho que por el amor le íbamos a encontrar en los demás, porque todo lo que le hiciéramos a los otros a El se lo hacíamos, ahora en su amor y por amor nos va a dejar el gran signo de su presencia en el Sacramento de la Eucaristía que ahora va a instituir como memorial de su presencia, de su amor y de su entrega hasta la muerte por nosotros.
San Pablo nos ha recordado la tradición recibida del Señor, como El dice, que nos expresa lo que sucedió en aquella cena pascual y lo que ya desde el principio la comunidad hacia y ha seguido haciendo hasta la consumación de los tiempos. ‘El Señor Jesús en la noche en que iban a entregarlo, tomó pan y pronunciando la acción de gracias, lo partió y lo dio: Esto es mi Cuerpo que se entrega por vosotros… lo mismo hizo con el cáliz… este cáliz es la nueva alianza sellada con mi sangre. Haced esto en memoria mía…’ Y terminará diciéndonos el apóstol: ‘Por eso cada vez que coméis de este pan y bebéis del cáliz proclamáis la muerte del Señor, hasta que vuelva’.
Jesús que se rompe de amor por nosotros. De tal manera se rompe de amor por nosotros que se hace pan partido y repartido para que le comamos, para que le vivamos, para que le hagamos vida en nuestra vida igual que un alimento se asimila y se hace vida de nuestro organismo, para que comiéndole a El estemos comiendo su amor, estemos haciendo su amor vida de nuestra vida. Es la mejor manera de llenarnos, inundarnos de su amor para que lleguemos a vivir un amor semejante a su amor, como fue su mandato.
La Eucaristía será para nosotros fuente de amor pero también compromiso de amor. En la misma cena pascual en la que Jesús se dio por nosotros hasta hacerse pan y hacerse Eucaristía para que le comamos, se puso a lavar los pies a sus discípulos. Todo ha sido una cena donde ha brillado y resplandecido el amor. Que es lo que nosotros tenemos que hacer. No se entenderá ya en adelante un cristiano que comulgue a Cristo y no sea capaz también de comulgar al hermano..
Por eso nos ha dicho tras darnos a comer el pan de su Cuerpo entregado y beber del Cáliz de su Sangre derramada que eso mismo hiciéramos nosotros en adelante en memoria suya. ‘Haced esto en memoria mía…’ Así pues, ahí está como una primera consecuencia ese necesario amor que nosotros hemos de vivir a imitación de su entrega de manera que comeremos a Cristo y necesariamente tenemos que comenzar a la lavar los pies del hermano y no se entenderá entonces que quien coma del Pan de la Eucaristía no ame de corazón a su hermano.
Pero algo más nos quiere decir con estas palabras ‘haced esto en memoria mía’. Instituye el Sacerdocio de la Nueva Alianza que haga posible ese milagro de amor que es la Eucaristía. A los apóstoles estaba confiándoles el realizar ese signo por el cual el pan y el vino iban a ser verdaderamente su Cuerpo y su Sangre. ‘Al instituir el sacrificio de la eterna Alianza… nos mandó perpetuar esta ofrenda en conmemoración suya’, como decimos en el prefacio. Ellos habían de repetir los gestos y las palabras de Jesús para realizar ese sacramento y milagro de amor en el que haríamos presente el sacrificio de su entrega y de su amor, como luego a lo largo de los siglos ha seguido realizándose en el ministerio de la Iglesia y sus sacerdotes.
Otro gesto y locura de amor de Jesús que así quiere seguir haciéndose presente en medio nuestro en el ministerio de la Iglesia a través de sus ministros los sacerdotes. Harán presente a Cristo en la Eucaristía y en la gracia sacramental de cada uno de los sacramentos; hacen presente a Cristo en la Palabra de Dios proclamada y a través de todo el ministerio pastoral para ayudar al pueblo de Dios a vivir esa presencia y ese amor de Jesús.
No podemos extendernos excesivamente en estos momentos sobre el tema del sacerdocio de Cristo, pero sobre todo teniendo en cuenta el Año Sacerdotal que estamos viviendo os invito a que en esta hermosa celebración demos gracias a Dios por ese ministerio de amor en sus sacerdotes así como elevemos nuestra oración al Señor pidiendo por los sacerdotes que es una forma también de valorar este regalo de amor que significa el sacerdocio para la comunidad cristiana.
Día para nosotros memorable… fiesta del Señor… es la Pascua, el paso de Dios con todo su amor, lo que estamos viviendo hoy. El Sacerdote repetirá el gesto de Jesús de lavar los pies, expresión del servicio a la comunidad y del servicio de amor de la comunidad, pero repetirá luego también las palabras y los gestos de Jesús para que por la fuerza del Espíritu el pan y vino que presentamos sean el Cuerpo y la Sangre de Jesús. Cuando comamos de este pan de la Eucaristía no olvidemos que estamos anunciando y proclamando la muerte del Señor que de manera tan intensa en estos días estamos celebrando.

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