Buscamos a Jesús nazareno para llevar flores a su cruz
Hay momentos en la vida en que uno se queda sin palabras. Algo impresionante que sucede ante nosotros, que nos deja casi sin respiración; acercarnos a una persona atenazada fuertemente por el dolor y el sufrimiento, ante el cual nada podemos hacer; contemplar a un moribundo que exhala su último aliento, o contemplar la muerte injusta de un inocente, son cosas que nos dejan sin palabras.
Algo así nos sucede en esta tarde del viernes santo a los pies de la cruz de Jesús. Un silencio lo envuelve todo y nos inunda por dentro. Fuerte e inaudita ha sido la descripción que nos hacía el profeta del siervo doliente de Yahvé, y ante lo que no podemos hacer otra cosa que repetir como un eco las palabras de Jesús mientras el salmista nos completaba la descripción. Pero con un silencio hondo el alma escuchamos luego el relato de la pasión y muerte de Jesús según san Juan.
Casi no tendríamos que turbar ese silencio con nuestras palabras para que no se rompa el ritmo de la contemplación. Por eso la liturgia en este día de Viernes Santo es bien austera: contemplación, oración, adoración y comunión.
Quizá en el silencio de nuestra contemplación siga resonando la pregunta de Jesús en Getsemaní a los que iban a prenderle. ‘¿A quién buscáis?’ ¿A quién buscamos? ¿A quien vamos a encontrar? ¿Qué es lo que podemos descubrir? Como aquel que se ha quedado mudo ante el dolor y el sufrimiento y se pregunta ¿por qué, Señor, por qué? O quizá algunos nos puedan preguntar, tú ¿qué haces aquí? ¿eres también de sus discípulos?
Buscamos a ‘Jesús Nazareno’, pero no buscamos solamente a un hombre que pueda ser profeta o que pueda ser rey de Israel; buscamos, sí, a ‘Jesús Nazareno’, que no sólo es nuestro Maestro sino también nuestro Dios y Salvador; buscamos, sí, a ‘Jesús Nazareno’, y en El encontraremos el amor, la paz, la vida y la salvación; buscamos, sí, a ‘Jesús Nazareno’, y queremos seguirle y ser sus discípulos, y con El no tememos también cargar con la cruz, con El hemos aprendido a negarnos a nosotros mismos para seguirle, en El y en su amor, el amor que se ha manifestado en la cruz, encontramos todo el sentido y el valor de nuestra vida, aunque nos parezca que poca cosa somos, aunque nos pudiera parecer nuestra vida inútil porque con nuestras limitaciones sintamos que poco valemos.
Y es que nuestro dolor, nuestros sufrimientos, nuestras discapacidades, nuestra aparente inutilidad tiene un sentido y un valor grande, el sentido y el valor que le da el amor. Es el sentido de la cruz. Es el sentido que descubrimos en las pasión y la muerte de Jesús. Por eso tenemos la esperanza de la vida plena, la esperanza de la resurrección. Damos un paso más allá para no quedarnos en la negrura de la muerte, sino llenarnos de la luz de la vida.
De ahí surgirá nuestra oración confiada y llena de esperanza. Una oración que hoy la Iglesia, al pie de la cruz de Jesús, hace universal para pedir por todos los hombres, por toda la humanidad; para que un día todos nos encontremos con nuestro Creador y nuestro Salvador. Oración en la que queremos poner la ofrenda de nuestra vida, nuestras lágrimas y nuestro dolor, nuestras esperanzas y también nuestras alegrías, en una palabra, todo lo que somos.
Otro momento en nuestra celebración de hoy es la Adoración, la veneración de la Cruz de Cristo. ‘Mirad el árbol de la cruz, donde estuvo clavada la salvación del mundo’. Fue levantado en alto para que todos creamos en El, para que todos nos sintamos atraídos hacia El. Por eso su cruz adoramos, su cruz veneramos porque de ahí de lo alto de la cruz fluye para nosotros la gracia salvadora. Esa cruz que nos redime, pero que es imagen también de nuestras cruces, esa cruz que nosotros hemos de tomar para seguirle, pero esa cruz que vemos también una humanidad doliente a nuestro alrededor, y donde hemos de ser cirineos que ayudemos a llevar esa cruz. Con nuestra adoración y veneración nosotros vamos hoy a cubrir de flores la cruz. Me explico.
Os trascribo un hermoso testimonio que me encontré. ‘Decía una joven, que de manera inesperada cargó con la cruz del cáncer, que no se hablase tanto de cruz; que esa cruz no le pesaba, porque estaba cubierta de flores. Y explicaba: cada palabra amistosa que me dicen, cada beso que recibo, cada oración que me ofrecen, cada prueba de cercanía e interés, es una flor que yo coloco en mi cruz. ¡Y son tantas!’
Vamos, pues, a colocar flores junto a la cruz de Cristo. Vamos a ir luego todos acercándonos a venerar la cruz con un beso y vamos a llevar una flor. Pero, ¿dónde están esas flores que no vemos preparadas?, me vais a decir. Alguien que tenía que hacerlo se olvidó de prepararlas. ¿Habrá que ir corriendo a comprarlas? No, esa flor la tienes tú, está en tu mano llevarla.
Cuando vayas a besar la cruz, en ese momento hermoso y emocionante de adorar y venerar la cruz de Jesús, piensa de una forma concreta en una persona a la que hoy de manera especial te vas a acercar. Ya sea para tener un gesto de amistad o una palabra de cercanía, un consuelo en su sufrimiento o una lágrima que enjugar; una ayuda que esa persona pueda necesitar; un gesto de paz y reconciliación con alguien con quizá haya algo pendiente de arreglar y sin resolver; una sonrisa que despierte una ilusión o un gesto de cariño a quien se pueda sentir solo; una llamada a esa persona con la que hace tiempo que no hablas; un gesto de comprensión ante una situación concreta y que pueda ser difícil…
Cada uno piense en una cosa concreta y en una persona concreta. No es quedarnos en generalidades de decir que voy a ser más amable con los demás. Hagamos el esfuerzo de lo concreto. Al besar la cruz ese beso sea el compromiso de realizarlo a lo largo del día. Y si alguien se acerca a ti, no lo rechaces, que eso es también una flor. Sí, esas son las flores con que vamos a cubrir la Cruz de Jesús. Y esas flores sí que está en nuestras manos tenerlas y ponerlas. Seguro que si así lo hacemos las cruces de muchas personas van a estar adornadas de flores y en nuestro ambiente va a comenzar a oler el florecer de la primavera que brillará con un nuevo resplandor el domingo cuando celebremos la resurrección del Señor.
Estaremos así comulgando a Cristo, inundándonos de su sangre redentora y empapándonos de su gracia. Es el momento con el que concluimos hoy nuestra celebración. Comulgamos el Cuerpo de Cristo, ese cuerpo entregado e inmolado pero que se nos da como alimento para que tengamos vida y vida en abundancia.
No hay comentarios:
Publicar un comentario