Is. 50, 4-9;
Sal. 68;
Mt. 26, 14-25
‘El Maestro dice: mi momento está cerca; deseo celebrar la Pascua en tu casa con mis discípulos’. Cuando se siente a la mesa para iniciar la comida pascual el evangelista Juan dirá ‘habiendo llegado la hora de pasar de este mundo al Padre…’ pero ahora Jesús sólo nos dirá que su momento está cerca, porque está buscando dónde celebrar la Pascua.
Jesús está en Jerusalén, lejos de Galilea donde podríamos decir que tenía la casa de Pedro porque ese lugar era como su centro de operaciones. En Jerusalén no tiene casa. En otra ocasión dirá que ‘el Hijo del Hombre no tiene donde reclinar su cabeza’, cuando alguno se ofrece a seguirle para que comprenda sus condiciones y su manera de ser y hacer. Jesús quiere necesitar de una casa para celebrar la Pascua.
Cuando el grupo de los discípulos le pregunta dónde quiere que le preparen la cena pascual, Jesús les dará los detalles concretos de ir a la ciudad y cómo encontrar la casa de su amigo. Y ése es el mensaje que envía. Jesús está buscando un Cenáculo. Aquella habitación del piso de arriba que iba a tener una repercusión que duraría por los siglos por lo allí acaecido y que generación tras generación todos recordarán.
Pero más que entrar ahora en esos detalles, cuando estamos ya en las vísperas del triduo pascual vamos a escuchar en nosotros y como hecha a nosotros esa petición. ‘Deseo celebrar la pascua en tu casa con mis discípulos’. Has escuchado bien, ‘en tu casa’, como yo he escuchado ‘en mi casa’. Quiere Jesús nuestra casa, nuestro corazón, nuestra vida para cenáculo, para celebrar la pascua, para comer el Cordero Pascual, para que sucedan en nosotros todos esos acontecimientos memorables que, como mañana veremos, allí sucederán.
Un día Jesús había dicho a Zaqueo que quiere hospedarse en su casa. Ya sabemos cómo Zaqueo lo recibió, lo preparó todo y lo que allí aconteció; cómo Jesús dirá que aquel día la salvación había llegado a aquella casa.
Así ahora. Vamos a ofrecerle nuestra casa para celebrar la Pascua. ¿Qué preparativos tendremos que hacer? En este caso no hemos de preocuparnos por la comida del banquete porque Cristo será el Cordero inmolado que se nos dará a sí mismo como comida. Si acaso, se me ocurre pensar que tendremos que preparar los hachones para las luces que iluminen la estancia, aunque luego nos daremos cuenta que Jesús es la luz del mundo.
Sin embargo dos hachones de luz se me ocurre que debemos preparar: el de la fe y el del amor. Son imprescindibles. Sin esas luces no veremos a Cristo. Es imprescindible la luz de la fe. Cuidemos que no nos falte el aceite que los alimente, no nos suceda como aquellas doncellas de la parábola que cuando llegó el esposo no tenían luz porque se había acabado el aceite.
Pero es imprescindible también el del amor. Sin amor no podremos celebrar la pascua. Por muchos motivos. Fijémonos que Jesús viene con sus discípulos a celebrar la pascua en nuestra casa. El amor será el que agrande nuestro corazón para que todos puedan caber. Si hacemos discriminaciones de unos sí y otros no, la pascua no se podría celebrar. Y además nunca podremos celebrar la pascua ni solos ni aislados de los demás. Por eso ha sido tan necesaria la reconciliación en estos días previos al triduo pascual.
Dispongámoslo todo para poder celebrar la Pascua. Mañana ya comenzaremos.
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