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lunes, 18 de enero de 2010

Caminos nuevos para una vida nueva en obediencia al Señor

1Sam. 15, 16-23
Sal. 49
Mc. 2, 18-22


‘Al que sigue buen camino le haré ver la salvación de Dios’, hemos repetido en el salmo. No son los sacrificios ni los holocaustos lo que el Señor nos pide.
Qué fáciles somos para ofrecer cosas, como si el Señor nos estuviera pidiendo 'regalitos'. Hasta incluso somos capaces de sacrificarnos, de renunciar a cosas materiales. Pero ¿qué es lo que el Señor nos pide? Algo quizá más sencillo, aunque sabemos que nos cuesta más. La obediencia de nuestro corazón. ‘No te reprocho tus sacrificios, pues siempre están tus holocaustos junto a mí. Pero no aceptaré un becerro de tu casa ni un cabrito de tus rebaños…’
Hasta quizá estamos repitiendo de memoria una y otra vez los mandamientos y hasta hacemos galas de que somos las personas más religiosas del mundo. ¿Por qué haces eso, ‘tú que detestas mi enseñanza y te echas a la espalda mis mandatos?’ Y nos responde el Señor en el mismo salmo con lo que hemos repetido una y otra vez. ‘El que me ofrece acción de gracias, ése me honra; al que sigue buen camino le haré ver la salvación de Dios’.
Es lo que hemos ido meditando en el salmo responsorial. Como su nombre, indica, responsorio, porque es como la cantinela que se repite, pero que es también la respuesta que con la misma palabra de Dios en los Salmos vamos dando a lo que el Señor nos dice o nos revela.
Ese ha sido el mensaje central del texto del libro de Samuel que hemos escuchado en la primera lectura. Es la respuesta que le da Samuel a las actitudes y a los acciones que ha ido realizando el rey Saúl no siempre agradables al Señor. No vamos a hacer un comentario demasiado exhaustivo, pero sí queremos hacer referencia, aunque fuera brevemente, a lo relatado en la lectura de Samuel.
Nos pueden parecer costumbres bárbaras y hasta preguntarnos cómo el Señor pudiera pedir o permitir tales cosas como entregar al exterminio total a aquellos pueblos contra los que luchaba Israel. Por una parte son costumbres propias de una época muy antigua que hoy no entenderíamos pero que formaba parte de la cultura y costumbres de entonces. No habían llegado ni a niveles de civilización que se pudieran acercar o parecer a los nuestros ni tampoco el concepto de un Dios justo y misericordioso había alcanzado la suficiente revelación. Por eso más que juzgar es aceptar las cosas en su propia época.
Según tales costumbres el rey no había hecho lo que tenía que hacer sino que incluso en buena voluntad quería agradar a Dios ofreciéndole en holocausto lo mejor de aquellas cosas que se le arrebataban al enemigo. Pero no es lo que le agrada al Señor. Por eso Samuel le dice en nombre del Señor.
‘¿Quiere el Señor sacrificios y holocaustos o quiere que obedezcan al Señor? Obedecer vale más que un sacrificio; ser dócil, más que grasa de carneros…’ Obedecer al Señor, cumplir sus mandamientos, descubrir en todo lo que es su voluntad, es lo que tenemos que hacer. Hemos de ir más allá de la literalidad de los sacrificios y exterminios de una época, para descubrir lo que en todo tiempo es agradable al Señor: la obediencia al Señor. La búsqueda de su voluntar para realizarlo en nuestra vida.
Obedecer a Dios, haciendo una referencia breve a lo que hoy nos ha dicho el evangelio, que significa saber descubrir en todo momento lo que es la novedad del Evangelio de Jesús. No nos podemos quedar anclados en lo antiguo sino descubrir y llevar a la práctica de la vida lo que es la novedad del Evangelio. Lo que nos exige también unas actitudes nuevas y un nuevo sentido y estilo para nuestra vida. Un sentido y un estilo que se desprende del evangelio de Jesús. Por eso nos está hablando de odres nuevos, de vestidura nueva, no de remiendos ni componendas. Lo que significa también vivir la alegría de la fe; alegría porque sabemos como Cristo está siempre con nosotros. ¿Podemos vestirnos trajes de luto y tristeza cuando tenemos la certeza de que Cristo está con nosotros?

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