1Sam. 18, 8-9; 19, 1-7
Sal. 55
Mc. 3, 7-12
Sal. 55
Mc. 3, 7-12
La Palabra de Dios que cada día vamos escuchando y meditando con sinceridad de corazón nos tiene que ayudar en nuestro crecimiento personal tanto a nivel humano con en valores espirituales y cristianos. Cierto que lo verdaderamente humano es al mismo tiempo espiritual y nos ayuda en la expresión y la maduración de nuestra fe.
Los relatos que se nos ofrecen en el texto sagrado pueden ser para nosotros una referencia y nos ofrecen modelos en esos valores que nosotros hemos de aprender a reflejar en nuestra vida. Tanto si nos ofrecen aspectos negativos reflejados en los personajes que aparecen en dichos relatos como en los aspectos positivos que podemos encontrar.
Es lo que nos ofrece el texto del libro de Samuel hoy. Cuatro palabras nos pueden servir de pauta y en cierto modo están como contrapuestas: envidias y celos, amistad y lealtad.
Qué mezquina se nos vuelve la vida cuando nos dejamos arrastrar por los celos y las envidias. Aunque todo eso al final se puede corregir y enmendar. Son las actitudes del rey Saúl contra el joven David que comienza a destacar. Como es aclamado por la gente por su valentía y sus victorias en las batallas, ‘a Saúl le sentó mal aquella copla que cantaba el pueblo y comenta enfurecido: Diez mil a David, y a mi mil. ¡Ya sólo le falta ser rey! Y a partir de aquel día Saúl le tomó ojeriza a David…’ Quería incluso atentar contra su vida.
El orgullo del corazón nacido de celos y envidias lleva al hombre por el mal camino y todo se puede convertir en una pendiente peligrosa y resbaladiza que cada día nos puede hundir más en el mal. ‘Delante de su hijo Jonatán y de sus ministros, Saúl habló de matar a David’.
Enfrente está la amistad y la lealtad. El hijo del Saúl, Jonatán, y David son grandes amigos que se tienen mucho aprecio. En nombre de esa amistad previene al amigo de lo que le puede suceder y hará todo lo posible ante su padre para salvar la vida de David, hasta que consigue la promesa del rey. ‘Saúl hizo caso a Jonatán y juró: ‘¡Vive Dios, no morirá!’
A pesar del conflicto que podía haber en su corazón porque era su padre el que quería mal a David, prevalece la lealtad de una amistad sincera y pura. No puede permitir que le pase algo malo a su amigo y lo que hará será convencer a su padre para que desista del mal. Todo al final se puede corregir y enmendar, habíamos dicho más arriba.
Cosas negativas que no podemos permitir que se nos metan en el corazón; la envidia, los celos, el orgullo. Una necesaria vigilancia en nuestra vida, como hemos dicho tantas veces, porque ahí está presente siempre la tentación y la inclinación al mal. Que como hemos reflexionado recientemente, nos ha de precaver y enseñar a valorar siempre lo bueno de los demás aunque aparentemente podamos quedar nosotros en un segundo plano o lugar. Lo importante es valorar siempre lo bueno del otro sea quien sea y venga de donde venga.
Por otra parte tantas cosas hermosas de las que hemos de llenar nuestro corazón como puedan ser los hermosos valores de la amistad y la lealtad, a imagen de lo que hemos contemplado hoy en aquellos jóvenes. Tener un amigo es tener un tesoro, solemos decir. Pero amigos no sólo por lo que yo humanamente me pueda enriquecer recibiendo lo que me pueda ofrecer la amistad del otro – y no hablamos de riquezas materiales -, sino también, y esto es importante, lo que yo pueda ofrecer, compartir, dar al amigo de mi mismo y de mis valores. Es una riqueza mutua. No olvidemos que amistad viene de amor y amor es darse y gastarse por el otro. Es lo que tengo que ofrecer en nombre de la amistad.
Hermoso lo que nos ofrece como enriquecimiento para nuestra vida la Palabra de Dios que estamos reflexionando.
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