Is. 62, 1-5;
Sal. 95;
1Cor. 12, 4-11;
Jn. 2, 1-11
‘Había una boda en Caná de Galilea, y la madre de Jesús estaba allí. Jesús y sus discípulos estaban también invitados a la boda…’ Así ha comenzado el evangelio de hoy.
Hablar de un banquete de bodas es hablar de alegría y de fiesta, de encuentro y de convivencia armoniosa entre familiares y amigos, de sentimientos compartidos en la familiaridad y en la amistad y necesariamente, siendo una boda, de amor y de felicidad. Ese compartir y comer juntos alrededor de una mesa, esa comunicación espontánea e incluso efusiva entre todos los comensales que manifiestan una comunión hermosa entre todos.
En aquella boda de Caná faltó el vino aunque sólo unos ojos atentos y amorosos como los de María fueran capaces de darse cuenta de aquella fiesta se pusiera en peligro y no acabara bien. Pero allí está María y está también Jesús. Ya hemos escuchado el diálogo entre María y Jesús. ‘No les queda vino… Mujer, déjame, todavía no ha llegado mi hora… haced lo que El os diga…’ Está la súplica de la madre que es capaz de adelantar la hora de Jesús y el milagro se realiza de manera que la fiesta pueda llegar a una mayor plenitud en el vino nuevo que Jesús les está ofreciendo.
Es un milagro muy significativo y que nos dice muchas cosas. Un signo lo llama el evangelista Juan. Al final se nos dirá que ‘así en Caná de Galilea Jesús comenzó sus signos, manifestó su gloria y creció la fe de sus discípulos en El’. Ya sabemos que los milagros de Jesús son signos del Reino nuevo, del Reino de Dios que El anuncia y viene a instaurar. Con esa lectura hemos de contemplar y meditar este texto del Evangelio, esta Palabra de Dios que hoy nos ha sido proclamada.
En la fiesta de la vida, en la que todos compartimos un mismo mundo y construimos una misma sociedad, ¿nos podría faltar el vino? Ciertamente constatamos que la fiesta, el banquete de bodas de la vida, no es total ni todos participan de la misma manera de ella. Hay dolor y hay sufrimiento; no compartimos en unas mismas condiciones todos el mundo en que vivimos; desigualdades, pobreza y miseria para muchos, injusticia y falta de verdadera comunión entre todos, enfrentamientos y odios, insolidaridad… tantas catástrofes naturales que hacen sufrir a los hombres y mujeres de nuestro mundo, como el reciente terremoto de Haití… ¡cuántas cosas!
Hemos de reconocer que nos falta el vino. El vino que tendría que animar nuestra fiesta para que todos esos sufrimientos se aliviaran o desaparecieran, para que hubiera una auténtica y real comunión entre todos, para que nuestro mundo fuera más justo, para que todos pusiéramos más empeño en hacerlo mejor haciendo felices a los demás, empezando por los que están cada día a nuestro lado. El vino nuevo que no nos deje cruzarnos de brazos ante el sufrimiento de los demás, sean quienes sean.
‘Jesus y los discípulos estaban también invitados a la boda’, nos decía el evangelio. ¿No faltará ese vino necesario para que nuestro mundo sea mejor porque no dejamos que Jesús participe en esa fiesta de la vida de nuestro mundo y/o porque nosotros sus discípulos, los cristianos algunas veces nos desentendamos y no llevemos el vino nuevo de Jesús que le diera más plenitud y felicidad a nuestro mundo?
Falta vino nuevo que dé un mayor sentido y valor a nuestro mundo, porque falta fe y falta amor. Falta fe en una sociedad que quiere arrinconar a Dios, prescindir de Dios y de todo lo sagrado, que quiere desterrar de ella todo sentimiento religioso y también todo signo religioso que nos recuerde la trascendencia, que nos haga elevar nuestros ojos y nuestro espíritu a lo alto. Nos falta fe porque quizá también la hemos dejado enfriar y está en peligro casi de morirse esa planta hermosa de la fe en nuestro corazón, influenciados quizá por la indiferencia o la frialdad que nos rodea.
Y ya hay muchos interesados en que esa luz no brille y se trata de ocultar u obscurecer de la forma que sea, porque quizá pueda molestarles esa luz. A cuántos les interesa más hacer públicos los posibles fallos humanos de los miembros de la Iglesia pero no quieren que se conozca el compromiso serio y valiente de tantos cristianos y tantas obras de la Iglesia.
Un ejemplo que nos puede valer para darnos cuenta de esos turbios intereses. En estos días, a raíz de la terrible catástrofe que ha significado el terremoto de Haití, un medio de comunicación de gran trascendencia a nivel mundial hablaba de las ayudas que de todas partes se están ofreciendo y llevando para remediar tal desastre, y no se le ocurría otra cosa que poner una foto del Papa con el comentario de que algunos ofrecen sólo ayuda espiritual. Hay que tener los ojos cerrados para no ver o no querer dejar ver a los demás la labor de tantos cristianos y de tantas instituciones de la Iglesia, como Cáritas, que se han volcado para remediar tanto sufrimiento allí, como sucede en tantos sitios y en tantas situaciones dolorosas de los hombres y mujeres de nuestro mundo.
Ofrece sí ayuda espiritual – también es necesaria -, pero también es importante la ayuda material y la presencia de tantos cristianos comprometidos y de tantas obras de la Iglesia, como de tantos misioneros que permanecen en su sitio al lado de los que sufren cuando los demás abandonan y/o dan por terminado su trabajo. Eso a algunos no les interesa darlo a conocer.
Y no olvidemos que los discípulos de Jesús, o sea, nosotros los cristianos, los que creemos en Él, estamos invitados a ese banquete y no podemos dejar de asistir para hacer presente esa fe y ese amor con nuestra vida, con nuestro testimonio, con nuestra palabra, con nuestro compromiso por hacer que nuestro mundo sea mejor. Algunas veces los cristianos tenemos miedo y nos ocultamos, no hacemos presente de forma valiente que nosotros tenemos un vino nuevo que ofrecer. No podemos ocultarnos, tenemos que hacer resplandecer esa luz con la que nosotros podemos iluminar nuestro mundo que es Cristo.
Un detalle hermoso son los ojos atentos y observadores de María para darse cuenta de que no tenían vino. Pidamos al Señor, con la intercesión de María, la Madre siempre suplicante e intercesora, que tengamos unos ojos atentos y abiertos como los supo tener la Madre para darnos cuenta de esa falta de vino, pero también, como ella, ponernos en el empeño de que puedan tener ese vino nuevo que pueda dar esa plenitud y esa felicidad a nuestro mundo. María también nos dice a nosotros ‘no les queda vino… pero haced lo que El os diga…’
Mucho vino nuevo de fe y de amor tenemos que llevar a nuestro mundo. Ese mundo en el que tenemos que hacer presente el Reino de Dios, hacer presente a Dios. Sólo con el vino nuevo de Jesús lo podremos transformar. Que nos falte a nosotros la fe, sino que crezca de día en día y se manifieste en el compromiso del amor.
Hablar de un banquete de bodas es hablar de alegría y de fiesta, de encuentro y de convivencia armoniosa entre familiares y amigos, de sentimientos compartidos en la familiaridad y en la amistad y necesariamente, siendo una boda, de amor y de felicidad. Ese compartir y comer juntos alrededor de una mesa, esa comunicación espontánea e incluso efusiva entre todos los comensales que manifiestan una comunión hermosa entre todos.
En aquella boda de Caná faltó el vino aunque sólo unos ojos atentos y amorosos como los de María fueran capaces de darse cuenta de aquella fiesta se pusiera en peligro y no acabara bien. Pero allí está María y está también Jesús. Ya hemos escuchado el diálogo entre María y Jesús. ‘No les queda vino… Mujer, déjame, todavía no ha llegado mi hora… haced lo que El os diga…’ Está la súplica de la madre que es capaz de adelantar la hora de Jesús y el milagro se realiza de manera que la fiesta pueda llegar a una mayor plenitud en el vino nuevo que Jesús les está ofreciendo.
Es un milagro muy significativo y que nos dice muchas cosas. Un signo lo llama el evangelista Juan. Al final se nos dirá que ‘así en Caná de Galilea Jesús comenzó sus signos, manifestó su gloria y creció la fe de sus discípulos en El’. Ya sabemos que los milagros de Jesús son signos del Reino nuevo, del Reino de Dios que El anuncia y viene a instaurar. Con esa lectura hemos de contemplar y meditar este texto del Evangelio, esta Palabra de Dios que hoy nos ha sido proclamada.
En la fiesta de la vida, en la que todos compartimos un mismo mundo y construimos una misma sociedad, ¿nos podría faltar el vino? Ciertamente constatamos que la fiesta, el banquete de bodas de la vida, no es total ni todos participan de la misma manera de ella. Hay dolor y hay sufrimiento; no compartimos en unas mismas condiciones todos el mundo en que vivimos; desigualdades, pobreza y miseria para muchos, injusticia y falta de verdadera comunión entre todos, enfrentamientos y odios, insolidaridad… tantas catástrofes naturales que hacen sufrir a los hombres y mujeres de nuestro mundo, como el reciente terremoto de Haití… ¡cuántas cosas!
Hemos de reconocer que nos falta el vino. El vino que tendría que animar nuestra fiesta para que todos esos sufrimientos se aliviaran o desaparecieran, para que hubiera una auténtica y real comunión entre todos, para que nuestro mundo fuera más justo, para que todos pusiéramos más empeño en hacerlo mejor haciendo felices a los demás, empezando por los que están cada día a nuestro lado. El vino nuevo que no nos deje cruzarnos de brazos ante el sufrimiento de los demás, sean quienes sean.
‘Jesus y los discípulos estaban también invitados a la boda’, nos decía el evangelio. ¿No faltará ese vino necesario para que nuestro mundo sea mejor porque no dejamos que Jesús participe en esa fiesta de la vida de nuestro mundo y/o porque nosotros sus discípulos, los cristianos algunas veces nos desentendamos y no llevemos el vino nuevo de Jesús que le diera más plenitud y felicidad a nuestro mundo?
Falta vino nuevo que dé un mayor sentido y valor a nuestro mundo, porque falta fe y falta amor. Falta fe en una sociedad que quiere arrinconar a Dios, prescindir de Dios y de todo lo sagrado, que quiere desterrar de ella todo sentimiento religioso y también todo signo religioso que nos recuerde la trascendencia, que nos haga elevar nuestros ojos y nuestro espíritu a lo alto. Nos falta fe porque quizá también la hemos dejado enfriar y está en peligro casi de morirse esa planta hermosa de la fe en nuestro corazón, influenciados quizá por la indiferencia o la frialdad que nos rodea.
Y ya hay muchos interesados en que esa luz no brille y se trata de ocultar u obscurecer de la forma que sea, porque quizá pueda molestarles esa luz. A cuántos les interesa más hacer públicos los posibles fallos humanos de los miembros de la Iglesia pero no quieren que se conozca el compromiso serio y valiente de tantos cristianos y tantas obras de la Iglesia.
Un ejemplo que nos puede valer para darnos cuenta de esos turbios intereses. En estos días, a raíz de la terrible catástrofe que ha significado el terremoto de Haití, un medio de comunicación de gran trascendencia a nivel mundial hablaba de las ayudas que de todas partes se están ofreciendo y llevando para remediar tal desastre, y no se le ocurría otra cosa que poner una foto del Papa con el comentario de que algunos ofrecen sólo ayuda espiritual. Hay que tener los ojos cerrados para no ver o no querer dejar ver a los demás la labor de tantos cristianos y de tantas instituciones de la Iglesia, como Cáritas, que se han volcado para remediar tanto sufrimiento allí, como sucede en tantos sitios y en tantas situaciones dolorosas de los hombres y mujeres de nuestro mundo.
Ofrece sí ayuda espiritual – también es necesaria -, pero también es importante la ayuda material y la presencia de tantos cristianos comprometidos y de tantas obras de la Iglesia, como de tantos misioneros que permanecen en su sitio al lado de los que sufren cuando los demás abandonan y/o dan por terminado su trabajo. Eso a algunos no les interesa darlo a conocer.
Y no olvidemos que los discípulos de Jesús, o sea, nosotros los cristianos, los que creemos en Él, estamos invitados a ese banquete y no podemos dejar de asistir para hacer presente esa fe y ese amor con nuestra vida, con nuestro testimonio, con nuestra palabra, con nuestro compromiso por hacer que nuestro mundo sea mejor. Algunas veces los cristianos tenemos miedo y nos ocultamos, no hacemos presente de forma valiente que nosotros tenemos un vino nuevo que ofrecer. No podemos ocultarnos, tenemos que hacer resplandecer esa luz con la que nosotros podemos iluminar nuestro mundo que es Cristo.
Un detalle hermoso son los ojos atentos y observadores de María para darse cuenta de que no tenían vino. Pidamos al Señor, con la intercesión de María, la Madre siempre suplicante e intercesora, que tengamos unos ojos atentos y abiertos como los supo tener la Madre para darnos cuenta de esa falta de vino, pero también, como ella, ponernos en el empeño de que puedan tener ese vino nuevo que pueda dar esa plenitud y esa felicidad a nuestro mundo. María también nos dice a nosotros ‘no les queda vino… pero haced lo que El os diga…’
Mucho vino nuevo de fe y de amor tenemos que llevar a nuestro mundo. Ese mundo en el que tenemos que hacer presente el Reino de Dios, hacer presente a Dios. Sólo con el vino nuevo de Jesús lo podremos transformar. Que nos falte a nosotros la fe, sino que crezca de día en día y se manifieste en el compromiso del amor.
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