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miércoles, 20 de enero de 2010

El Señor nos librará de las manos del filisteo

1Sam. 17, 32-33.40-51
Sal. 143
Mc. 3, 1-6


‘El Señor que me ha librado de las garras del león y de las garras del oso, me libará de las manos de ese filisteo’. Expresa así el joven David la confianza que tiene en el Señor para luchar contra el filisteo.
Está haciendo el texto referencia a la lucha contra el gigante Goliat que con los filisteos tantos problemas estaban causando al pueblo de Israel. El diálogo que sigue en el momento de entablar la batalla del joven con el gigante es bien hermosa y puede servirnos también para nosotros en nuestra lucha espiritual contra el maligno.
‘Tú vienes a mi armado de espada, lanza y jabalina; yo voy a ti en nombre del Señor de los Ejércitos, Dios de las huestes de Israel al que has desafiado. Hoy te entregará el Señor en mis manos…’ Habían intentado vestir con la armadura real al joven David, pero él lo rehusó. En el fondo su confianza la tenía en el Señor que estaba de parte de su pueblo y sabía él bien que no le iba a faltar esa fortaleza.
Como decía esto nos puede ayudar mucho a nosotros en nuestra lucha contra el pecado y el mal. Una lucha que bien sabemos que no hacemos por nosotros mismos ni sólo con nuestras fuerzas. Algunas veces parece que lo quisiéramos hacer solo desde nuestro voluntarismo como si sólo fuera necesario nuestra fuerza de voluntad. Es cierto que que tenemos que poner nuestro empeño y esfuerzo. Pondremos nuestros medios o resortes humanos, pero la verdadera fuerza nos viene del Señor.
Es en nombre del Señor desde donde emprendemos nuestra lucha. Es porque buscamos siempre la gloria de Dios con nuestra vida por lo que queremos ser santos y apartarnos del camino del mal y superar la tentación. Pero es la fuerza del Señor la que nos anima y fortalece.
Las palabras de David frente al enemigo nos recuerdan las palabras de Pedro que lanza la red al mar en el nombre del Señor. Es que camina el cristiano en el nombre del Señor. Cuando iniciamos nuestro día tenemos la costumbre de hacer la señal de la cruz, como cuando emprendemos el camino o comenzamos cualquier actividad. Hemos de hacerlo con sentido, sabiendo que si estamos haciendo la señal de la cruz es porque en el nombre del Señor, - ‘en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo’ decimos -, estamos queriendo emprender aquella tarea o aquella lucha contra el mal.
Es lo que repetimos en la oración del Padrenuestro cada vez que la rezamos. ‘Líbranos del mal… no nos dejes caer en la tentación…’ Queremos santificar el nombre del Señor y al mismo tiempo nosotros llenarnos de la santidad de Dios, y por eso pedimos la ayuda y la gracia del Señor. Queremos en todo momento hacer la voluntad del Señor y queremos vivir en su Reino, reconociendo que El es nuestro único Señor. Queremos hacer que toda nuestra vida, todo lo que hagamos sea siempre para la gloria del Señor, y todo eso no lo podremos realizar en plenitud si no es con la fuerza del Señor.
Cuando Jesús nos dice que tendremos que enfrentarnos a tribunales y a gobernadores que nos perseguirán, nos anuncia que el Espíritu estará de nuestra parte y que no nos preocupemos de preparar nuestra defensa. Esa fuerza del Espíritu Santo es la que estará siempre de nuestro lado en la lucha contra el mal y el pecado para vencer la tentación. Que no seamos nosotros los que, obcecados por el mal y la tentación, no sepamos contar con esa gracia.
El Señor nos librará de las manos del filisteo, de las garras del maligno y no nos dejará caer en la tentación.

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