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lunes, 28 de septiembre de 2009

Habrá oscuridades y turbulencias pero no podemos perder la esperanza

Zac. 8, 18;
Sal. 101;
Lc. 9, 46.50


Hay momentos y situaciones donde nos parece difícil mantener la esperanza. Nos encontramos con tantas turbulencias en la vida que nos parece ir en un avión sacudido por una fuerte borrasca y que no encontramos salida.
¿Vivimos momentos así? Reconozcamos que nuestro mundo, nuestra sociedad está bien revuelta. En estos momentos creo que lo peor no está en esta crisis económica que nos afecta a todos y que es lo que a la mayoría le preocupa, sin dejar de decir que es importante y que realmente afecta a muchísimas personas en la que su subsistencia es bastante precaria; pienso en otras muchas turbulencias de nuestra sociedad.
Muchos valores que considerábamos muy importantes en la vida parece que han perdido su vigor y a muchos poco le interesan. Somos conscientes de un cambio de costumbres muy importante. Se van introduciendo normas de conducta, que algunas veces se quieren imponer como leyes en el ámbito social desde sectores bien interesados y que no nos satisfacen. Se va perdiendo un sentido de Dios y los valores y las virtudes cristianas no sólo son dejados de lado por muchos, sino que también se les pretende ocultar, hacer que nadie pueda hablar de ello.
Podemos sentir la tentación de una sensación de pesimismo tal que nos ahogue y, como decíamos al principio, pareciera que la esperanza se hace imposible.
¿Cuál tiene que ser la postura y la actitud del cristiano ante todo eso? San Pablo nos dice en sus cartas que nosotros no podemos sufrir como los hombres que no tienen esperanza. Nuestra fe en Jesús como nuestro Salvador nos hace creer en su Palabra y en el cumplimiento de sus promesas. El nos ha prometido un mundo nuevo, una tierra nueva y un cielo nuevo como dice el Apocalipsis, el Reino de Dios que llega como nos anuncia en el Evangelio.
Su Palabra es veraz. ‘Yo soy la verdad… para eso he venido al mundo para dar testimonio de la verdad’, nos dice Jesús en el Evangelio en el diálogo con Pilatos. Luego, a pesar de las sombras y de las turbulencias, su palabra se cumple. Eso tiene que ser nuestra fe y nuestra esperanza por encima de todo.
De eso nos habla también el profeta Zacarías hoy. ‘Volveré a Sión y habitaré en medio de Jerusalén’. Y nos habla de una nueva situación, de una nueva paz y armonía. ‘De nuevo se sentarán en las calles de Jerusalén ancianos y ancianas, hombres que, de viejos, se apoyan en bastones. Las calles de Jerusalén se llenarán de muchachos y muchachas que jugarán en la calle’.
Y cuando el profeta anuncia estos tiempo nuevos de armonía se pregunta: ‘Si el resto del pueblo encuentra esta imposible aquel día, ¿será también imposible a mis ojos?... Así dice el Señor de los Ejércitos: Yo libertaré a mi pueblo… y los traeré para que habiten en medio de Jerusalén. Ellos serán mi pueblo y yo seré su Dios con verdad y con justicia’. El pueblo incrédulo, por la situación difícil en la que viven, piensa que no será posible ese nuevo mundo; habían perdido la esperanza. Pero el Señor empeña su palabra y ‘ellos serán mi pueblo y yo seré su Dios con verdad y con justicia…’
Será posible ese pueblo nuevo. Seremos un resto, pero no importa. Dios quiere que seamos semilla, buena semilla en medio del mundo. Y no hemos de temer porque contamos con el Señor que es capaz de transformar los corazones. Y nosotros somos signos en medio de las gentes de ese mundo nuevo del Reino de Dios que es posible. Por eso hemos de ser valientes para dar nuestro testimonio sin perder la esperanza. La vida de los verdaderos creyentes, de los cristianos que viven con autenticidad su fe, su seguimiento de Jesús se convierte en llamada para los demás.
Me contaron no hace mucho del testimonio de un sacerdote que por diversas razones que no vienen al caso se encontró cerca de unas personas que ni estaban bautizadas ni tenían fe, ni por supuesto haberse preocupado de la fe de sus hijos. Por la cercanía de aquel sacerdote y su testimonio se abrieron a la fe, quisieron recibir el bautismo y los sacramentos, hicieron su catequesis catecumenal para prepararse debidamente, cambiaron totalmente su vida y se adhirieron a Jesús por el Bautismo toda la familia.
Un milagro, me decía la persona que me lo contaba admirándose de tal caso. Un milagro de la gracia, tenemos que decir, que mueve los corazones. Luego, no podemos perder la esperanza, porque siempre está brillando la luz del Señor. Habrá oscuridades y turbulencias en la vida, pero al final brillará la luz.

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