Neh. 2, 1-8
Sal. 136
Lc. 9, 57-62
Sal. 136
Lc. 9, 57-62
El Evangelio nos dice que ‘mientras iban de camino Jesús y sus discípulos’ algunos se acercan a Jesús porque quieren ir con él o a otros será Jesús mismo el que los invite a seguirle. Seguir a Jesús. Ir de camino. No es algo estático sino que implica ponerse a caminar, ¿hacia dónde?
En versículos anteriores el evangelista ha hecho un comentario muy importante. ‘Cuando se iba cumpliendo el tiempo de ser llevado al cielo, Jesús tomó la decisión de ir a Jerusalén’. Subir a Jerusalén significaba algo. El lo había anunciado. Su subida a Jerusalén implicaba que allí iba a morir, porque ‘el Hijo del Hombre iba a ser entregado en manos de los gentiles…’ Significaba muerte porque era su entrega. Conscientemente ahora decide subir a Jerusalén. Es que lo impulsa el amor.
Claro, entonces, seguir a Jesús, ponerse a caminar con El, era implicarse en su mismo destino. Ya en otra ocasión nos había dicho que el que quiera seguir ha de tomar su cruz de cada día. Ahora nos plantea sus exigencias, su radicalidad. Exigencias que pasan por una disponibilidad total, generosidad de corazón libre de todo tipo de ataduras, siempre con deseos de caminar hacia delante.
‘Te seguiré a donde vayas’, le dice uno. Pero le recuerda la austeridad de su vida porque nada le puede atar. ‘Las zorras tienen madrigueras y los pájaros, nido, pero el Hijo del Hombre no tiene donde reclinar su cabeza’. El caminante no tiene sitio fijo donde aposentarse. ‘Quedáos en la casa donde entréis’, les dice a los discípulos cuando los envía a anunciar el Reino. Allí donde los reciban tendrán donde reclinar la cabeza y si no los reciben, a otro sitio. ‘No tiene donde reclinar la cabeza’. Vacíos de todo y disponibles para todo.
A otro lo invitará Jesús ‘sígueme’, pero quiere ir a enterrar a su padre. ‘Deja que los muertos entierren a los muertos, tú vete a anunciar el Reino de Dios’. Su camino no es de muerte sino de vida. Llenos de vida tenemos que ir siempre a anunciar la vida, el Reino de Dios. más que enterrar muertos, lo que tendrá que hacer el discípulo es resucitar muertos, sanar, llevar a la vida.
‘Te seguiré, Señor, pero déjame despedirme de mi familia’. Miradas atrás y ataduras. No pueden quedar apegos en el corazón. Liberados de todo lo que nos pueda atar no podemos volver la vista atrás añorando quizá otros tiempos, otras situaciones. ‘El que echa mano al arado y sigue mirando atrás, no vale para el reino de Dios’. El agricultor que mientras tiene la mano en el arado mira hacia atrás sus surcos no pueden salir rectos. Mirada hacia delante. Liberados de todo, que para eso Cristo nos ha liberado.
Que el Señor nos conceda esa generosidad de corazón, la fuerza del Espíritu para seguirle sin poner condiciones y nos haga valientes para arrancarnos de lo que sea muerte. Cristo lo es todo para mí y cuando me decido a seguirle tengo que hacerlo con toda mi vida. No valen las medias tintas. No vale el ahora sí, y luego ya veremos. No vale quedarnos a medias y poniendo condiciones. El Evangelio nos exige radicalidad en el seguimiento de Jesús. Vayamos de camino con Jesús. Sigamos sus pasos aunque tengamos que subir a Jerusalén. En el seguimiento de Jesús también tiene que impulsarnos el amor.
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