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domingo, 8 de febrero de 2009

Vámonos a otra parte que allí también tengo que predicar....



Job, 7, 1-4.6-7;

Sal. 146;

1Cor. 9. 16-19.22-23;

Mc. 1, 29-39

En este texto del evangelio que nos narra casi el inicio de la vida pública de Jesús, podemos descubrir cuál era la misión de Jesús, que es contemplar también cuál es nuestra misión y cuál la misión de la Iglesia.

¿Qué es lo que vemos hacer a Jesús? Enseña en la sinagoga – fue lo que escuchamos el pasado domingo –, cura a los enfermos y endemoniados, acoge a todos y marcha por distintos lugares para anunciar la Buena Noticia. En medio de todo eso lo veremos irse al descampado a orar a solas.

Cuando venimos nosotros aquí cada domingo a la celebración de la Eucaristía venimos al encuentro de Jesús, como hacían aquellas gentes, hoy en el evangelio de Cafarnaún y en otros momentos de otros distintos lugares. Pero podemos decir que nos dejamos encontrar por El porque realmente Jesús es el que nos llama y es Jesús quien viene a nuestro encuentro.

¿Por qué acudían todas aquellas personas a ese encuentro con Jesús, escuchándole o trayéndole a los enfermos y a todo el que padeciera de cualquier mal? La presencia de Jesús, su Palabra iba despertando la esperanza en sus corazones, no ya sólo para que les curara de sus enfermedades y dolencias, sino porque en El descubrían una Buena Noticia de Salvación. Ese era el anuncio de Jesús. Y eso venía a colmar los deseos de sus corazones en búsqueda de algo nuevo.

En Jesús encontramos también nosotros esa salud y esa salvación que El nos ofrece. Curaba a los enfermos y expulsaba los demonios, nos dice el evangelista. ‘Le llevaron todos los enfermos y poseídos. La población entera se agolpaba a la puerta. Curó a muchos enfermos y expulsó muchos demonios…’ Jesús es nuestro Redentor y nuestro Salvador. Nos libera del mal, nos pone en camino de vida nueva, transforma nuestro corazón. La imagen de Jesús curando a los enfermos y expulsando a los demonios está diciéndonos todo lo que El quiere realizar en nosotros al darnos su salvación.

Pero sanados y salvador por Jesús tenemos que convertirnos nosotros igualmente en servidores y en misioneros de esa Buena Nueva de Jesús. Vemos, por ejemplo, hoy en el evangelio que una vez que la suegra de Pedro ha sido curada, se ha puesto a servirles. ‘Jesús la cogió de la mano y la levantó. A ella se le pasó la fiebre y se puso a servirles…’

Pero tendríamos que preguntarnos ¿cómo es que tan pronto al caer la tarde se agolpa tanta gente a la puerta de Jesús que como dirá en otro lugar no había sitio ni para entrar? Podíamos decir sencillamente, el boca a boca. Se corrió pronto la noticia de Jesús por todas partes y en la medida en que lo iban conociendo todos querían venir hasta Jesús para estar con El, escucharle y verse libre de sus males.

Finalmente veremos que cuando los discípulos le dicen ‘todo el mundo te busca’, Jesús dirá ‘vamonos a otras partes, a las aldeas cercanas, porque allí también tengo que predicar que para eso he venido’. Son muy significativos los dos detalles. El anuncio de la Buena Noticia tiene que llegar a todos; para todos es esa esperanza de Salvación que nos ofrece Jesús.

Y hay otro detalle en el que Jesús nos enseña algo importante. De El aprendemos dónde está la fuerza que necesitamos en el camino de nuestra vida y que solo podemos encontrar en Dios. ‘Se levantó de madrugada, se marchó al descampado y allí se puso a orar’. Qué importante que aprendamos eso de Jesús. Buscar a Dios en nuestra oración. Alejarnos también del barullo en que andamos metidos en la vida, para hacer ese silencio y esa soledad en nuestro corazón para encontrarnos con el Señor.

Pero a raíz de todo estoy que hemos venido reflexionando de la actividad de Jesús muchas otras reflexiones podemos hacernos en orden a la misión que nosotros también tenemos que realizar, la misión de la Iglesia.

¿Estará inquieto nuestro mundo y también deseará venir al encuentro con Jesús? ¿Inquietud, desorientación, falta de esperanza honda…? Pero ¿quién despertará esa esperanza? La pregunta sería si sabremos nosotros también traer a este mundo hasta Jesús. ¿No hará falta también que por un boca a boca o empleando los medios de los que hoy dispongamos se haga que esa Buena Noticia de Salvación llegue a ese mundo que nos rodea? Tenemos y tiene la Iglesia que saber encontrar los medios para hacer ese anuncio de salvación al mundo de hoy. ¿Sabremos en verdad despertar esa esperanza de salvación?

Claro que también tendríamos que preguntarnos si nosotros los cristianos tenemos esa inquietud de que todos encuentren esa salvación que nos ofrece Jesús. En la oración litúrgica de uno de estos días pasados pedíamos unirnos a Cristo para trabajar en la Iglesia por la salvación de todos los hombres. Pero sigo preguntándome si será esa la preocupación de todos los cristianos.

Nos hace falta una inquietud misionera. ‘¡Ay de mí si no evangelizara!’, decía hoy san Pablo en la carta a los Corintios. En este año paulino ese creo que tendría que ser uno de sus frutos. Que se despierte ese ardor misionero en la Iglesia, en todos los cristianos.


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