(Jornada Mundial del Enfermo)
Hoy día once de febrero en que hacemos la memoria litúrgica de la Virgen de Lourdes desde hace 17 años el Papa instituyó la Jornada Mundial del Enfermo. Con este motivo el Papa Benedicto XVI dirigió un mensaje del que en esta reflexión quiero entresacar algunos párrafos.
Una jornada propicia ‘para reflexionar y decidir iniciativas de sensibilización sobre la realidad del sufrimiento’. Y recordando que nos encontramos en el año Paulino nos recuerda que nos ‘ofrece la ocasión propicia para detenernos a meditar con el apóstol Pablo sobre el hecho de que, “así como abundan en nosotros los sufrimientos de Cristo, igualmente abunda también por Cristo nuestra consolación” (2 Cor 1,5)’. Y nos da también la motivación de que se celebre en esta fiesta de la Virgen: ‘La unión espiritual con Lourdes nos trae además a la mente la maternal solicitud de la Madre de Jesús por los hermanos de su Hijo “aún peregrinos y puestos en medio de peligros y afanes, hasta que no seamos conducidos a la patria bendita” (Lumen gentium, 62)’.
Este año dedica el centro de su mensaje a los niños enfermos en las diversas situaciones de sufrimiento por el que pueden atravesar, haciéndonos una detallada descripción. Y a este respecto nos dice: ‘La comunidad cristiana, que no puede permanecer indiferente ante tan dramáticas situaciones, advierte el imperioso deber de intervenir. La Iglesia, de hecho, como he escrito en la encíclica Deus caritas est, “es la familia de Dios en el mundo. En esta familia no debe haber nadie que sufra por falta de lo necesario” (25, b). Auguro por tanto, que también la Jornada Mundial del Enfermo ofrezca la oportunidad a las comunidades parroquiales y diocesanas de tomar cada vez más conciencia de ser “familia de Dios”, y las anime a hacer perceptible en los pueblos, en los barrios y en las ciudades el amor del Señor, que pide “que en la misma Iglesia, en cuanto familia, ningún miembro sufra porque pasa necesidad” (ibid.). El testimonio de la caridad formar parte de la vida misma de cada comunidad cristiana. Y desde el principio la Iglesia ha traducido en gestos concretos los principios evangélicos, como leemos en los Hechos de los Apóstoles’.
Por eso nos recuerda cuál es la tarea de la Iglesia. ‘A ejemplo del “Buen Samaritano” es necesario que se incline hacia las personas tan duramente probadas y les ofrezca el apoyo de una solidaridad concreta… La compasión de Jesús por el llanto de la viuda de Naím (cfr Lc 7,12-17) y por la implorante súplica de Jairo (cfr Lc 8,41-56) constituyen, entre otros, algunos puntos de referencia para aprender a compartir los momentos de pena física y moral de tantas familias probadas’. Unas actitudes que tienen que verse reflejadas en la vida de los cristianos y que tanta seguridad y confianza nos dan cuando sentimos todo lo que es el amor infinito del Señor que está a nuestro lado. ‘Todo esto presupone un amor desinteresado y generoso, reflejo y signo del amor misericordioso de Dios, que nunca abandona a sus hijos en la prueba, sino que siempre les proporciona admirables recursos de corazón y de inteligencia para ser capaces de afrontar adecuadamente las dificultades de la vida’.
A continuación nos recuerda algo que es importante para nosotros y que tenemos que proclamar y defender en todo momento: ‘Es necesario afirmar con vigor la absoluta y suprema dignidad de toda vida humana. No cambia, con el transcurso del tiempo, la enseñanza que la Iglesia proclama incesantemente: la vida humana es bella y debe vivirse en plenitud también cuando es débil y está envuelta en el misterio del sufrimiento’.
Nos invita entonces a mirar a Cristo y a Cristo en la Cruz. ‘Es a Jesús crucificado a quien debemos dirigir nuestra mirada: muriendo en la cruz Él ha querido compartir el dolor de toda la humanidad’. Ahí vamos a encontrar, en el amor, todo el sentido del sufrimiento de Cristo en la Cruz y en consecuencia todo el valor de nuestro propio sufrimiento.
Nos recuerda a continuación las palabras y el ejemplo viviente que fue Juan Pablo II en su enfermedad. ‘Mi venerado Predecesor Juan Pablo II, que desde la aceptación paciente del sufrimiento ha ofrecido un ejemplo luminoso especialmente en el ocaso de su vida, escribió: “Sobre la cruz está el 'Redentor del hombre', el Varón de dolores, que ha asumido en sí mismo los sufrimientos físicos y morales de los hombres de todos los tiempos, para que en el amor podamos encontrar el sentido salvífico de su dolor y respuestas válidas a todos sus interrogantes” (Salvifici doloris, 31)’.
Expresa su aprecio a cuantos trabajan en este campo y una vez más ofrece la aportación de la Iglesia siempre ‘dispuesta a ofrecer su cordial colaboración en el intento de transformar toda la civilización humana en “civilización del amor” (cfr Salvifici doloris, 30)’. Termina el mensaje ‘invitándonos a confiar en la ayuda maternal de la Inmaculada Virgen María, que en la pasada Navidad hemos contemplado una vez más mientras abraza con alegría entre los brazos al Hijo de Dios hecho niño’.
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