Ex. 22, 20-26; Sal. 17; 1Tes. 1, 5-10; Mt. 22, 34-40
A primera vista parece fácil y cosa aprendida de memoria el mensaje que nos proclama la Palabra de Dios hoy; cosa que todos nos sabemos, pero ya sabemos que no es suficiente con saberlo. Pienso que aunque lo sepamos muy bien, bueno es que nos detengamos a reflexionar una y otra vez en la Palabra que Dios nos dice en este domingo.
‘Los fariseos, al oír que Jesús había hecho callar a los saduceos, formaron un grupo, y uno de ellos, que era experto en la Ley, le preguntó para ponerlo a prueba: Maestro, ¿cuál es el mandamiento principal de la ley?’ Lo que responde Jesús era cosa que todo judío sabía, y más si quien lo preguntaba era un experto en la ley, pues habían de repetirlo hasta tres veces al día. Sin embargo habían llenado su vida de tantos preceptos – el pueblo judío tenía un total de 613 preceptos, 248 positivos y 365 negativos – que ahora vienen a preguntar qué es lo principal. Por eso decía no es cuestión sólo de saberlo.
Nos sucede a nosotros también. A cualquiera que se le pregunte te dirá que lo importante, la verdadera religión es amar, y amar a los demás. Como suele decir la gente, pórtate bien con los demás y eso es lo importante. Lo sabemos, pero bien que nos cuesta. La palabra amar o amor es la más repetida. La decimos y la cantamos, la repetimos y la escribimos de mil maneras, los poetas escriben cosas bellas del amor, pero sin embargo todos sentimos que es algo que nos falta, algo que sigue faltando en nuestra humanidad tan deshumanizada muchas veces. No puede ser una palabra dicha que se lleva el viento, ni una palabra repetida y dicha sin hondo sentido. Como nos dice san Pablo en la carta a los Corintios, ‘si no tengo amor, soy como campana que suena o címbalo que retiñe; si no tengo amor, haga lo que haga de nada me sirve’.
Jesús nos está enseñando que para decirlo con sentido tenemos que mirar hacia arriba y mirar hacia el frente. ¿Qué quiero decir? Mirar hacia arriba, porque primero que nada tenemos que mirar hacia Dios. Es lo más hondo que tenemos que sentir: ese amor a Dios ‘con todo tu corazón, con toda tu alma, con todo tu ser’. No puede ser un amor cualquiera, un amor con medidas limitadas, un amor raquítico y mezquino, sino que tiene que ser un amor total.
Un amor que se hace escucha de la Palabra que Dios nos dice; un amor que tiene que hacer relación íntima y profunda con Dios en la oración; un amor que es apertura para hacer en todo su voluntad; un amor que hace poner a Dios en el centro de nuestra vida, como única razón y sentido de todo mi vivir y de todo mi amor.
Pero decíamos que también hemos de mirar hacia el frente. Es mirar al prójimo que es mi hermano. Por eso digo mirar de frente, porque no es mirar hacia abajo; porque si para mirar al otro tenemos que mirar hacia abajo es que nosotros nos hemos puesto por arriba, nos habremos puesto en un pedestal y eso no es amor; miro de frente porque miro al hermano que es igual y está a mi misma altura, caminando a mi lado. Los paternalismos y las compasiones sentimentales no son la mejor expresión del amor.
Y es que no es posible amar a Dios si no amamos al hermano. Por eso Jesús nos dice hoy que ‘el segundo es semejante’. No puede haber el uno sin el otro. Y la medida primera que Jesús nos propone para ese amor es el amor a uno mismo. ‘Amarás a tu prójimo como a ti mismo’, nos dice Jesús. Tratar a los demás como quisiéramos que nos trataran. No hacer a los demás lo que no nos gustaría que nos hicieran a nosotros.
Pero pienso una cosa. Cuando amamos tenemos que poner rostros concretos a quienes amamos. Amamos a Dios y vemos su rostro manifestado en Cristo Jesús, porque quien ve a Jesús, ve al Padre, ve a Dios. No podemos decir simplemente que amamos a todos. Se quedaría como muy en el aire. Tenemos que amar a cada uno de forma concreta, con rostros concretos.
Por eso digo, poner rostros a ese amor. Y es el rostro de ese hermano que está a mi lado, sea quien sea, me caiga bien o me caiga mal; y es el rostro de ese enfermo, de ese anciano, de ese discapacitado que no se puede valer en muchas cosas y a quien tengo que tender una mano, de ese pobre con el que me cruzo por la calle, o es el rostro de ese emigrante que llega las puertas de nuestra tierra; y así tenemos que seguir poniendo rostros concretos para nuestro amor (no hace falta que yo ponga más ejemplos concretos porque todos sabemos a lo que nos referimos), para que así nuestro amor sea también concreto. A cada uno de los que tenemos que amar tenemos que ponerle un rostro concreto para que sea más auténtico y verdadero nuestro amor.
En la primera lectura del libro del Éxodo, y fijaos que es un texto del Antiguo Testamento, se nos ponen rostros concretos en las viudas y los huérfanos, en el forastero, o en el pobre que nada tiene. Serás hospitalario, no te aprovecharás de los débiles, no oprimirás a nadie, no te beneficiarás a costa de los pobres, no te apropiarás de lo ajeno, viene a decirnos el texto sagrado. ‘Si grita a mí, yo lo escucharé, porque yo soy compasivo’, nos dice el Señor, para movernos a que nosotros seamos también compasivos y tengamos un corazón lleno de amor para los demás.
Es nuestro distintivo. Es el mandamiento que Jesús nos ha dejado. Es la forma mejor que tenemos de manifestar nuestra fe. Es la forma de gritar ante el mundo nuestra fe en Jesús resucitado. Es la expresión más excelsa del Reino nuevo de Dios que Jesús ha instaurado y en el que nosotros queremos vivir. Es lo que ahora estamos celebrando en esta Eucaristía, que es un compromiso de amor y que es también la ofrenda de amor que nosotros queremos presentar al Señor. Es para lo que nosotros venimos aquí a la Eucaristía para alimentarnos de Jesús para que podamos amar con un amor como el suyo.Cuando estaba preparando esta reflexión me encontré que un amigo había puesto casi como lema en su msn de internet, ‘cada vez que gastas tu vida por amor, Cristo está resucitando en ti’. Que así sea en el día a día de nuestra vida.
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