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lunes, 27 de octubre de 2008

Sed imitadores de Dios como hijos queridos

Ef. 4, 32 – 5, 1-8
Sal. 1
Lc. 13, 10-17
‘Antes sí erais tinieblas, pero ahora, como cristianos, sois luz. Vivid como hijos de la luz’. Cuando estamos lejos de Cristo, estamos en las tinieblas. Cristo es nuestra luz. Y como hijos de la luz tenemos que caminar, tenemos que vivir, nos dice el apóstol. Lejos entonces de nosotros todo lo que sean las obras de las tinieblas. Podemos apreciar cómo Pablo pone toda la ternura de su corazón cuando les habla a los efesios. Como un padre bueno que aconseja a sus hijos a caminar por los caminos del bien, sus palabras parecen salidas del corazón.
Estas palabras las decía Pablo a aquella comunidad de Éfeso. Una comunidad formada por cristianos ahora, pero provenían del paganismo y también del mundo judío. No habían conocido a Cristo, luego no habían conocido la luz, estaban en las tinieblas. A ellos había llegado la Buena Noticia, el Evangelio de Jesús y había creído. Ahora eran hijos de la luz.
Pero podríamos pensar, bueno, Pablo escribió esto para aquellos cristianos que tenían esa situación concreta y especial, pero nosotros somos cristianos de toda la vida. A nosotros no nos valen esas palabras, porque no provenimos de las tinieblas. Fuimos bautizados de pequeños, hemos sido cristianos siempre... Vano error. Aunque nuestra situación es distinta a la de los efesios, ¿acaso podemos decir que siempre hemos estado en la luz de Cristo?
Sí, tenemos que preguntárnoslo y razonar. ¿Es que acaso nunca nos hemos alejado de Cristo por el pecado? Entonces cada vez que caímos en el pecado, volvimos a las tinieblas. Pero aún más, ¿no nos habrá podido suceder que a lo largo de nuestra vida hayamos vivido lejos de la religión y de la vida cristiana, contentándonos con cumplimientos o sólo nos acercábamos a la Iglesia en contadas ocasiones?
Hemos de reconocer que a muchos ha podido suceder así. Y en un momento determinado ha habido una llamada especial del Señor, hemos sentido que Dios nos tocaba el corazón en algunas determinadas circunstancias, o por el camino que haya sido ahora nos ha llevado a estar más cerca de la Iglesia, de Cristo, de la vida sacramental. Hemos de reconocer, pues, que ha habido momentos en nuestra vida que hemos estado lejos de la luz, metidos en las tinieblas, y ahora hemos vuelto a un encuentro con Cristo que nos ha llenado de luz. Cada uno tenemos nuestra historia personal de salvación.
Por eso cuando escuchamos la Palabra hemos de sentir que es una Palabra que el Señor nos dirige a nosotros, en nuestra vida concreta. Y hoy nos está pidiendo que vivamos en verdad como hijos de la luz. ‘Sed imitadores de Dios, como hijos queridos, y vivir en el amor como Cristo os amó y se entregó por nosotros como oblación y víctima de suave olor’.
Y nos pide con esa ternura, con un amor especial. ‘Sed buenos, comprensivos, perdonándoos unos a otros como Dios os perdonó en Cristo’. Por eso nos pide que nos alejemos de todo aquello que es indigno de nuestra condición de cristianos, de un pueblo de santos. ‘La inmoralidad, indecencia, afán de dinero – que es una idolatría -... las chabacanerías, estupideces o frases de doble sentido... todo esto está fuera de sitio’.
E insiste: ‘Meteos esto en la cabeza... lo vuestro es alabar a Dios’. Nos llama un pueblo santo. Así comienza muchas veces sus cartas dirigiéndose a los santos de la Iglesia de... Santos porque hemos sido elegidos, convocados y llamados a la santidad. Santos porque hemos sido ya consagrados en el bautismo. Es nuestra condición y lo que tenemos que ser.
Que vivamos, pues, como hijos de la luz, como pueblo santo, alejando de nosotros todo lo que es indigno de nuestro nombre y condición de cristianos. Que en todo siempre sepamos alabar al Señor, bendecir su nombre, hacer todo siempre para su gloria.

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