Ef. 6, 1-9
Sal.44, 144
Lc. 13, 22-30
Inquietud en el corazón. El encuentro con Jesús, con su vida, con su palabra despierta en nuestro corazón la inquietud. Al escucharle y ver la oferta de salvación que nos ofrece, sentimos en nuestro corazón el deseo de poder alcanzar y al mismo tiempo nos preguntamos si seremos capaces o dignos de poder recibirla; sentimos en nosotros deseo de cielo, deseos de vida eterna.
Es lo que contemplamos en el evangelio. ‘De camino a Jerusalén, Jesús recorría ciudades y aldeas enseñando. Uno le preguntó: Señor, ¿serán pocos los que se salven?’ Escuchaba sus enseñanzas, descubría el camino que Jesús está ofreciendo, sentía deseos también de salvación. Pero, ¿serían muchas las exigencias? ¿será posible alcanzar esa salvación que ofrece Jesús?
La respuesta de Jesús no es con rebajas. ‘Esforzaos en entrar por la puerta estrecha. Os digo que muchos intentarán entrar y no podrán’. Alcanzar la vida eterna tiene sus exigencias. No es vivir la vida simplemente dejándonos llevar. Exige un esfuerzo en nuestra respuesta porque algo nuevo tiene que producirse en nosotros, lo que nos llevará también a dejar cosas viejas. En el texto paralelo a éste del evangelio de san Mateo Jesús dirá: ‘Entrad por la puerta estrecha, porque es ancha y espacioso el camino que lleva a la perdición. En cambio es estrecha la puerta y angosto el camino que lleva a la pica y son pocos los que lo encuentran’.
¿Será que el Señor querrá ponernos dificultades para alcanzar la salvación? Todo lo contrario El ‘quiere que todos los hombres se salven y alcancen la vida eterna’. Pero la respuesta tiene sus exigencias, porque es toda la vida la que hay que implicar. No me vale decir es que yo soy cristiano de toda la vida, es que mi familia es muy bueno, soy de buena y cristiana familia, es que mi pueblo es un pueblo muy cristiano. No es tu familia, no es tu pueblo, eres tú el que tienes que dar la respuesta. ‘Hemos comido y bebido contigo y tu has enseñado en nuestras plazas... pero El os replicará: no os conozco, apartaos de mí malvados’.
‘Señor, ábrenos... no sé quienes sois...’ Es nuestra súplica y será su respuesta. Como a aquellas doncellas que llegaron tarde porque se les había acabado el aceite. ‘Os aseguro que no os conozco...’ Hay que estar vigilante y atentos. Es necesaria una apertura a la palabra de Dios para plantarla en nuestro corazón, para llevarla a nuestra vida. ‘Cuando el amo de casa se levante y cierre la puerta, os quedaréis fuera’. Andamos tantas veces despistados, entretenidos en tantas cosas, que no somos conscientes de la gracia que llega a nosotros. No vale decir ‘Señor, Señor’, sino que es necesario escuchar la Palabra de Dios y ponerla por obra. No nos vale decir que nosotros rezamos mucho o llevamos flores a la Virgen o cumplimos con nuestras promesas, si luego nuestra vida va por otros derroteros distintos a los del amor, si somos injustos en el trato con los demás, o realmente no hemos puesto el evangelio de Jesús en el centro de nuestra vida.
‘Entonces será el llanto y el rechinar de dientes, cuando veáis a Abrahán, Isaac y Jacob y a todos los profetas del Reino y vosotros os veáis echados fuera. Y vendrán de Oriente y Occidente, del Norte y del Sur y se sentarán en la mesa en el Reino de Dios’. Todos están llamados a esa salvación, a sentarse en la mesa del Reino de Dios. Pero hemos de dar la respuesta de nuestra fe, vestirnos el vestido de fiesta - y ya hemos hablado de lo que significa vestirse el vestido de fiesta - para entrar en su Reino.
Recordamos otra ocasión en que Jesús pronuncia estas mismas palabras. Cuando aquel centurión romano, un pagano, que tiene un criado enfermo ruega a Jesús que lo cure, y al querer Jesús ir a su casa, él se siente indigno de que Jesús entre en su casa y cree que con solo su palabra podrá salvarlo. ‘Os aseguro, replicó Jesús, que en ninguno en Israel he encontrado tanta fe. Por eso os digo que vendrán muchos de oriente y occidente y se sentarán con Abrahán, Isaac y Jacob en el banquete del reino de los cielos, mientras los hijos del reino serán echados fuera a las tinieblas...’
‘Señor, ábrenos...’ le pedimos a Jesús, pero queremos poner toda nuestra fe; queremos abrir de verdad nuestro corazón a la Palabra de Dios para plantarla en nuestra vida y que dé fruto; queremos en verdad vestirnos con el vestido del amor y de la misericordia para que el Señor nos reconozca, a pesar de nuestras debilidades, flaquezas y despistes. El Señor es misericordioso y seguro que nos abrirá la puerta. Esforcémonos a entrar por la puerta estrecha de nuestra entrega, de nuestro amor, de nuestra fe.
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