Flp. 1, 1-11
Sal. 110
Lc. 14, 1-6
‘Grandes son las obras del Señor’. Así hemos reconocido y rezado en el salmo. Así podemos decir que también san Pablo lo está reconociendo en este principio de la carta a los Filipenses, cuya lectura hoy comenzamos.
Pablo visitó Filipos por primera vez en su segundo viaje apostólico. Era una ciudad importante de Macedonia, cuyos ciudadanos tenían derecho a la ciudadanía romana. Estando en Troas Pablo había escuchado la voz del Señor que le impulsaba a saltar a Europa, en Macedonia para allí hacer también el anuncio de la Buena Noticia. Así llega a Filipos. Recordamos cómo allí se encontró con Lidia a la orilla del río donde se reunían a rezar, que lo invitó a su casa. Posteriormente a causa de una adivina que lo seguía diciendo a todos quién era Pablo, es encarcelado. Y recordamos lo acaecido allí; las puertas de la cárcel se abren, el carcelero que piensa que los presos han huido y quiere suicidarse, Pablo que lo detiene, le anuncia la Buena Nueva de Jesús, y cree él y toda su familia. En otra ocasión probablemente Pablo volvería por Filipos.
Pablo tiene un buen recuerdo de aquella comunidad, que incluso en momentos difíciles para él estando en la cárcel saben estar a su lado. Lo manifiesta en este principio de la carta. ‘Doy gracias a Dios... rezo por vosotros... os llevo dentro... testigo me es Dios de lo entrañablemente que os quiero...’
Pablo tiene esperanzas en aquella comunidad. Confía en que la semilla plantada en ellos dará fruto. ‘Esta es mi confianza: que el que ha inaugurado en vosotros una empresa buena, la llevará adelante hasta el día de Cristo Jesús’. Es la confianza en la gracia del Señor que riega nuestros esfuerzos y trabajos. Pero aquella comunidad va dando respuesta. ‘Habéis sido colaboradores míos desde el primer día hasta hoy... esto que siento por vosotros está plenamente justificado: os llevo dentro tanto en la prisión como en mi defensa y prueba del Evangelio, todos compartís el privilegio que me ha tocado’.
Por eso Pablo ora con gratitud por ellos. ‘Esta es mi oración: que vuestra comunidad de amor siga creciendo más y más en penetración y en sensibilidad para apreciar los valores. Así llegaréis límpidos e irreprochables, cargados de frutos de justicia...’
Es la oración del Apóstol y es la oración de todo pastor por su comunidad, aquella que le ha sido confiada en el nombre del Señor. Los pastores queremos llevaros también muy dentro de nuestro corazón y nuestra oración siempre es por nuestras comunidades, para así sigan creciendo en la fe y en el amor.
Pero creo que también tiene que ser la oración de la comunidad, por sus pastores y por la comunidad misma. Para se siga proclamando el anuncio de la Buena Noticia; para que la comunidad vaya creciendo más y más siendo y formando verdadera comunidad entre sus miembros.
Pero quería decir algo más. Sí tenemos que rezar por esa comunidad a la que pertenecemos, sea una parroquia o sea ese pequeño grupo en el que vives y convives y en el que compartes tu vida y tu fe. Pero nuestra oración no se puede quedar encerrada en unos límites o en unas fronteras. Tenemos que ampliar nuestro círculo. Sentirnos miembros de una comunidad grande que es la Iglesia, y pensamos en nuestra Iglesia local o diocesana, o pensamos en la Iglesia de nuestro país, como pensamos en la Iglesia universal.
Es importante esa oración por la Iglesia. Por que la oración nos une más. Porque la oración muestra nuestra inquietud y nuestro espíritu misionero. Porque así tenemos que sentirnos siempre católicos y universales. Que crezca más y más nuestra Iglesia. Que seamos cada vez más ese signo del amor de Dios en medio de nuestro mundo.
Que como Pablo le demos cabida a todos en nuestro corazón con esa ternura tan hermosa del amor.
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