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viernes, 15 de agosto de 2008

La Asunsión de Maria, ejemplo y estímulo para nuestro caminar

‘Apareció una figura portentosa en el cielo: una mujer vestida de sol, la luna por pedestal, coronada de doce estrellas’. Es la imagen que mejor refleja, con palabras tomadas del Apocalipsis, la gloria de María que hoy celebramos en su Asunción al cielo. Palabras que tomadas en su sentido original en el Apocalipsis se refieren a la Iglesia pero que la liturgia de la Iglesia aplica a María y es la imagen bella con que la representamos coronada de estrellas y con la luna por pedestal.
Hoy es una fiesta grande de María en su glorificación. Y podemos decir también que hoy es una fiesta grande de la Iglesia. Iglesia peregrina que levanta sus ojos hacia la Iglesia triunfante que ve representada en María. Todos nos gozamos en esta fiesta. Todos nos sentimos estimulados en esta fiesta a proseguir nuestro camino, nuestra peregrinación hasta que lleguemos también nosotros a la gloria del cielo. Todos nos gozamos con María, nuestra Madre, a quien hoy vemos glorificada en el cielo.
Peregrinos somos todos en el camino de la vida. Peregrinos que hacemos camino hacia una meta o un destino. Peregrinar es hacer un camino porque queremos llegar a una meta, que consideramos superior y deseable, y donde esperamos alcanzar lo mejor y lo que nos llene del mayor gozo y plenitud. Camino de peregrinación, que nos supone esfuerzo y superación, porque no siempre es fácil el camino, y si alta y grande es nuestra meta no nos importa el esfuerzo de la superación. Por eso, nos sentimos alentados a hacer el camino, por aquello que esperamos alcanzar, y ahí mismo encontramos fuerza y estímulo.
Un camino que hacemos con nuestro esfuerzo personal pero en el que no nos sentimos solos sino acompañados y estimulados por aquellos que a nuestro lado van haciendo ese mismo camino, o por el ejemplo y la intercesión de aquellos que sabemos que ya han llegado a la meta.
Peregrinar nos abre a la trascendencia. Nos hace mirar más allá y más alto, para no quedarnos atrapados por lo inmediato, aunque disfrutemos de todas las cosas buenas que el mismo camino nos va ofreciendo. Porque si queremos alcanzar una meta es porque en ella esperamos lo mejor. Mientras caminamos no hemos alcanzado la plenitud porque aun no hemos llegado a nuestro destino. Peregrinar, pues, que nos hace mirar hacia esa plenitud de gloria que Dios nos ofrece. Y estamos hablando ya en un sentido de fe y de esperanza cristiana.
Somos Iglesia peregrina que tenemos una meta y una esperanza. Es la esperanza de la vida eterna, de la plenitud del Reino eterno de Dios. Es la esperanza de la gloria de Dios. Somos, pues, Iglesia peregrina que caminamos juntos estimulándonos los unos a los otros, los que ahora vamos haciendo el camino, pero que también nos sentimos estimulados por los mejores que, recorrido el camino, ya han llegado a esa meta, a esa plenitud de gloria.
Hoy estamos contemplando el mejor ejemplo de esa Iglesia que triunfante goza de la plena visión de Dios. Estamos contemplando a quien sabemos que ya vive en esa plenitud de Dios, porque incluso a ella Dios la ha llevado en cuerpo y alma a los cielos. Ella es primicia entre los humanos de los que participan en la gloria del cielo del triunfo de Cristo. Contemplamos a María en su triunfo y en su glorificación.
Es la fiesta que estamos celebrando, la fiesta de la Asunción de María al cielo. María, pues, ejemplo y estímulo en su camino y en su plenitud para nuestro peregrinar. Ella ha llegado ya a la meta de la plenitud, de la gloria del cielo. Por eso, así la contemplamos con esa hermosa imagen que nos propone el Apocalipsis.
Miramos los pasos de María. Queremos seguir sus huellas porque seguir los pasos de María es seguir los pasos del Evangelio, es seguir los pasos de Jesús, que es a donde ella siempre nos conduce. Miramos su caminar y su peregrinar. El evangelio nos habla hoy de su camino hasta la montaña para servir, para derramar amor y gracia allí donde ella se hacía presente y donde con ella también se hacía presente Dios. Con la llegada de María ‘Isabel se llenó del Espíritu Santo y saltaba de alegría la criatura en su vientre’, nos dice el evangelio refiriéndose a Juan.
María, caminante y peregrina, mujer de fe, que se fía plenamente de Dios. Grande tenía que ser su fe para acoger, como ella lo hizo, la Palabra de Dios en su vida, hasta encarnarse en ella para así nacer Dios hecho hombre. ‘Dichosa tú que has creído, porque lo que te ha dicho el Señor, se cumplirá’.
¡Qué aliento es María para nuestro peregrinar! Ella es ‘figura y primicia de la Iglesia que un día será glorificada y consuelo y esperanza del pueblo que todavía peregrina en la tierra’, proclamamos en el prefacio. Tenemos que seguir haciendo el camino, pero sabemos que en el cielo tenemos poderosa valedora que nos alcanza toda gracia del Señor para fortalecernos en nuestra debilidad, para guiarnos en nuestro caminar.
Con María aprendemos a mirar a lo alto, a aspirar a las cosas más bellas, a tener ansias de verdadera plenitud. En María vemos realizada la promesa de Dios, promesa que se realizará en nosotros si nos mantenemos en ese camino de fidelidad, de amor, de superación, de entrega generosa como lo hizo María.
Hoy nos gozamos y hacemos fiesta. Aunque nuestro peregrinar algunas veces se haga duro porque son muchos los vientos en contra, muchas son las cosas que nos quieren arrastrar con sus cantos de sirena, miramos hacia lo alto, miramos hacia la meta, miramos la plenitud de Dios que un día podemos alcanzar, y miramos a María que nos espera, que nos estimula y nos alienta, que nos tiende su mano intercediendo como madre amorosa por nosotros, y en la esperanza nos llenamos de alegría y de paz.

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