Ez. 9, 1-7; 10, 18-22
Sal. 112
Mt. 18, 15-20
‘Dios reconcilió consigo en Cristo al mundo y nos confió el mensaje de la reconciliación’. Cristo vino a traernos la paz y la reconciliación. Con su sangre derramada en la cruz puso en paz todas las cosas y derribó el muro que nos separaba. El odio, el mal, el pecado nos había roto con nosotros mismos y con Dios. Cristo vino a lograrnos la reconciliación.
Y nosotros, reconciliados en El, nos confió el mensaje de la reconciliación, el ministerio de la reconciliación. Quienes hemos descubierto y sentido en nuestras vidas el amor de Dios que nos perdona, tenemos que ser mensajeros de paz y de perdón. Ser un instrumento de Paz. Donde hay odio, allí tengo que llevar amor. Donde hay ofensa, tengo que llevar el perdón. Donde hay discordia, tengo que llevar la unión y la concordia. Donde hay duda, tengo que poner fe. Donde hay error, tengo que llevar la verdad. Donde hay desesperación, tengo que llevar la alegría. Donde hay tinieblas, tengo que llevar la luz. Así pedía san Francisco de Asís en hermosa oración. Cuántas veces la habremos rezado. Es nuestra tarea y nuestra misión como seguidor de Jesús allí donde esté y sea necesaria esa reconciliación.
Hoy el evangelio nos ha hablado de la corrección fraterna. Es una consecuencia del amor. Porque amo al hermano tengo que hacer todo lo posible porque él viva también esa paz en su corazón, alejando de sí todo error y todo mal. Pero Jesús nos da unas pautas para esa corrección fraterna. Primero nos dice vete a solas con él. ‘Si tu hermano peca, repréndelo a solas entre los dos’. Busca cómo ganártelo para el bien. Si no te hace caso nos dice Jesús ayúdate de otros hermanos que con el mismo espíritu vayan también a él. Si no, será la comunidad. Pero hay que dar los pasos.
No la podemos hacer de cualquier manera. Nunca podré ir a ayudar al hermano desde mi autosuficiencia o desde mi orgullo de creerme mejor. Si voy con amor tengo que ir con humildad. Yo soy también pecador y tantas veces yerro también en mi vida. podré acercarme al hermano para ayudarle a quitar la paja de su ojo, reconociendo que quizá en mi vida hay o ha habido muchas veces tremendas vigas de errores y pecados. Es la humildad del que ama y se sabe también pecador lo que mejor puede convencer al hermano, lo que mejor puede ayudarle. No olvidemos tenemos que ser instrumentos de paz y de amor.
El evangelio de hoy nos habla también de otras dos cosas. La autoridad que confía Jesús a su Iglesia para atar y para desatar, para el perdón de los pecados. ‘Lo que atéis en la tierra quedará atado en el cielo’. Cuando recibimos el perdón en la Iglesia, en el sacramento de la Reconciliación y del perdón, estamos recibiendo el perdón de Dios, si con la debida humildad y arrepentimiento nos hemos acercado al sacramento.
Y finalmente nos habla también del valor y del poder de la oración cuando la hacemos en unión con los hermanos. ‘Si dos de vosotros se ponen de acuerdo en la tierra para pedir algo, se lo dará mi Padre del cielo’. Es importante y necesaria nuestra oración personal, porque cada uno en el interior de su corazón ha de saber encontrarse con el Padre del cielo para escucharle y para pedirle, para darle gracias y para alabarle y bendecirle.
Pero Jesús nos dice que cuando oramos unidos a los hermanos todavía nuestra oración tiene más garantía de ser escuchada. Y ¿por qué? ‘Porque donde dos o tres están reunidos en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos’. Donde nos unimos y nos amamos allí está Dios, allí está Jesús. Ojalá sepamos vivir en esa comunión de hermanos; ojalá sepamos vivir también con profunda comunión de hermanos nuestra oración; ojalá sepamos descubrir esa presencia maravillosa de Jesús allí donde estemos dos o tres reunidos en su nombre.
¿No va a estar también cuando estamos reunidos como verdadera comunidad cristiana, en verdadera comunión de hermanos?
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